NI JOVENES NI VIEJOS: CUBANOS SIN CALENDARIO
Ser viejo es tener ideas caducas y un espíritud cansado y aletargado ante los retos que el mundo y la vida nos impone cada dia. Ser viejo no lo dan los años vividos; la vejez no es cuestión del almanaque, la ancianidad sí. Para servir a la Patria, Kronos no existe.
Por Alfredo M. Cepero
La lucha contra la tiranía comunista de Cuba se ha prolongado durante tanto tiempo que quienes la empezamos siendo unos adolescentes hemos llegado a la tercera edad sin lograr la meta añorada de la libertad. La consecuencia ha sido una coincidencia de hombres y mujeres de todas las edades enfrascados en esta tarea gigantesca de poner fin a una maquinaria diabólica que ha penetrado y controla todos los estratos y segmentos de la sociedad cubana. Este pensamiento me pegó como una pedrada en la frente cuando un joven que desafía el terror todos los días dentro de Cuba se refirió a mí en un reciente correo cibernético enviado a una amiga común que me lo hizo llegar como el “viejo Cepero”. La referencia originó una acalorada respuesta por parte mía y una explicación apologética por su parte que, en aras de la necesaria cordialidad entre opositores al régimen, considero inoportuno repetir. Por fortuna llegamos a la conclusión de que su calificativo había sido una expresión de afecto y mi reacción el producto de quienes insistimos en “tirar nuestros últimos cartuchos” luchando por la libertad de Cuba.
Me puse entonces a reflexionar con respecto al impacto de jóvenes y viejos sobre sus medios circundantes en el curso de la historia y se confirmó mi convicción de que ni todos los jóvenes son idealistas ni todos los viejos son pragmáticos. Que ni todos los jóvenes son buenos ni todos los viejos son malos. Que ni todos los jóvenes son útiles ni todos los viejos son inútiles. Que los hombres buenos no se prostituyen con los años y que quienes nacen malos no sólo no tienen arreglo sino se hacen mas malvados con el transcurso del tiempo. La prueba la tenemos tan cerca los cubanos que ni siquiera es necesario pronunciar su nombre maldito e impronunciable.
Pero continuemos con la historia y con ejemplos de jóvenes que a base de arrogancia, audacia e improvisación pretendieron crear un mundo a la medida de sus intereses y de sus caprichos. Aquel aborto de Agripina que se llamó Nerón y alimentó leones hambrientos con carne de mártires cristianos, el corso raquítico y advenedizo que se llamó Napoleón y se encaramó sobre millares de cadáveres para ceñirse la corona imperial que dio marcha atrás a la Revolución Francesa, el Lenín taimado e intrigante que mató toda esperanza de libertad en Rusia a la cabeza de sus forajidos bolcheviques, el Hitler demente que casi exterminó una raza y el Mao sanguinario cuyas víctimas millonarias descalifican todo progreso material de una China todavía esclava. Y en nuestros propios tiempos y nuestro propio patio ordenan y mandan el orate de Chávez, el demagogo de Correa, el analfabeto de Morales, el pedófilo de Ortega y el diabólico binomio de los Castro. Todos ellos llegaron al poder con relativa juventud y pregúntenle a sus pueblos cuan felices los han hecho.
Por otra parte, y siguiendo nuestro recorrido por la historia, nos encontramos a un Winston Churchill erguido y desafiante ante un demoledor bombardeo alemán que amenazaba no sólo con destruir el paisaje físico de Londres sino con doblegar el espíritu combativo y estoico del pueblo inglés. Recordamos a un David Ben Gurion, tenaz, persuasivo e intrépido en su batalla por reclamar el derecho del pueblo judío a un pedazo de tierra que después se llamó Israel. Vemos a un Konrad Adenauer, presidiendo la resurrección de una Alemania derrotada en la Segunda Guerra Mundial pero convertida en el “Milagro Económico” de la Europa de posguerra. Y en el ámbito del amor al prójimo y del servicio humanitario nos embarga la emoción cuando recordamos al médico Albert Schweitzer, que renunció a una profesión lucrativa en su natal Alsacia y se fue a curar negritos en su hospital de Lambarene, rodeado por la jungla africana. Todos estos octogenarios dejaron un mundo mejor del que encontraron y sirvieron de ejemplo edificante a futuras generaciones de jóvenes deseosos de servir a la humanidad.
En conclusión, ninguna generación tiene la respuesta ni el monopolio del servicio a la patria. A la hora de cumplir con nuestro deber ciudadano el calendario no puede servir ni de excusa ni de exclusión. Y siguiendo con la historia, los cubanos no tenemos que ir muy lejos para encontrar un antecedente que pueda servirnos de patrón y ejemplo. Corría la década de 1880 y Martí andaba frenético por el mundo reuniendo voluntades y recopilando recursos para lo que llamó la “guerra necesaria”. El hombre de los “pinos nuevos” tuvo la madurez y la sabiduría de acercarse a la sombra refrescante y protectora de aquella ceiba que era el “chino viejo” Máximo Gómez. Y nadie que sepa un poco de nuestra historia sería capaz de negar que, si Martí fue la chispa que encendió la antorcha de la Guerra de Independencia, Máximo Gómez fue quien la mantuvo ardiendo por cuatro años y la entró triunfante en la ciudad de La Habana. Por lo tanto, las enseñanzas del pasado y las urgencias del presente nos aconsejan que nos despojemos de los atavismos de los calendarios y no hablemos de jóvenes ni de viejos sino de cubanos con el mismo derecho y el mismo deber de servir los sagrados intereses de la nación cubana.
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