domingo, marzo 09, 2008

MARXISMO Y PODER

Marxismo y poder


Por Rafael Rojas

El Estado cubano, según la constitución vigente, es ''marxista-leninista''. Más allá de la mayor o menor flexibilidad con que se aplique dicha orientación ideológica a la educación y la cultura, el hecho de que un Estado nacional posea una ideología implica la limitación o dotación jerárquica de derechos para la ciudadanía. Ser ''marxista'' y, sobre todo, ''leninista'' ha sido, durante casi medio siglo, un atributo de legitimidad en el campo intelectual y la clase política cubanas y pasaporte para el ascenso dentro de la burocracia educativa y cultural del régimen.

El ''marxismo-leninismo'', como documentara exhaustivamente Leszek Kolakowski, no es cualquier modalidad de la teoría marxista sino aquella concebida en la Unión Soviética de Stalin, con el fin de legitimar un tipo específico de estado totalitario. Así llamada, esa ideología sólo existe actualmente en Cuba, ya que en otros países comunistas como Vietnam, China o Corea del Norte el marxismo ha perdido su referencia leninista y se ha mezclado con tradiciones intelectuales y políticas nacionales, como el confucianismo o la idea juche, o se ha transformado en una moralidad económica del capitalismo de Estado.

Nada tiene que ver ya ese modernismo gerencial con la ''dictadura del proletariado'', el Estado revolucionario o, incluso, la NEP de Lenin. Sólo en Cuba sigue vivo el leninismo, entre otras razones, porque los chinos y los vietnamitas se tomaron en serio la promesa de la modernización, mientras que los comunistas cubanos, como occidentales renegados, abjuraron de la modernidad que había alcanzado la isla hasta 1958. Desde el punto de vista económico, y a pesar de la creciente disparidad social y el rol hegemónico del Estado, el comunismo ha sido para los asiáticos una vía de desarrollo. Para los cubanos, en cambio, ha sido el camino del atraso.

El arraigo del leninismo entre las élites cubanas es más práctico que teórico, más maquiavélico que intelectual. Sin embargo, esa preferencia tiene un origen histórico: los comunistas cubanos han leído a Marx a través de Lenin, que es de lectura más fácil y de ideas casi siempre subordinadas, como en Cuba, a la reproducción de poder. Es por eso que la recepción de tantos marxistas del siglo XX (Luxemburgo, Trotsky, Gramsci, Lukacs, Benjamin, Adorno, Sartre, Althusser o Habermas), que quedaron fuera del dogma ''marxista-leninista'', ha sido tan complicada en la isla.

Es por eso, también, que en la clase política cubana nunca ha habido verdaderos lectores de Marx. Los viejos comunistas (Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Mirta Aguirre), que ocuparon posiciones importantes en la dirección ideológica, educativa y cultural del país, leían a Marx a través de Lenin. Los marxistas de la primera generación revolucionaria (Fernando Martínez, Jesús Díaz, Aurelio Alonso), aglutinados en torno a la revista Pensamiento Crítico, también leyeron a Marx a través de Lenin, aunque fueran más receptivos a la heterodoxia europea y latinoamericana.

El único marxismo ideológicamente asimilado por el Partido Comunista de Cuba ha sido el leninista. Los reciclajes del guevarismo, a mediados de los 80, o de un inconcebible ''marxismo nacional'' o ''martiano'', a mediados de los 90, fueron estrategias simbólicas de emergencia para contener el impacto de la perestroika y la desintegración de la URSS. Los curioseos por la obra de Trotsky o Gramsci, en los últimos años, no pasan de ser entretenimientos teóricos del campo intelectual de la isla, sin verdadera proyección en las políticas del régimen.

Las élites cubanas siguen siendo, en la práctica, ''marxista-leninistas'', pero son conscientes de que esa ideología ha sido descontinuada en todo el mundo. ¿Qué hacer entonces? Aparentar heterodoxias, simular que ellas también han abandonado esa ideología caduca, aunque esté suscrita por la Constitución y la sigan aplicando en el ejercicio diario del poder. El ''marxismo-leninismo'' o, más específicamente, el estalinismo se convierte entonces en una doctrina de closet, que debe ser camuflada por el nacionalismo martiano o por la antiglobalización tercermundista.

Una de las explicaciones de por qué el sexto congreso del Partido Comunista de Cuba no se celebra --debió hacerse en 2002-- tiene que ver con el dilema de la ideología oficial. Resultaría cuestionable para muchos militantes, por no hablar de la oposición, el exilio y la ciudadanía inconforme que no se produjera una reformulación ideológica que haga más parecidos el discurso y la realidad del régimen. A ese ajuste simbólico le temen las élites del poder en Cuba, ya que podría generar fisuras que aceleren la liberalización política de la isla.