viernes, abril 18, 2008

GESTO PARA LA HISTORIA Y LECCION

Gesto para la historia y lección


Por Vicente Echerri

El comparar a Barack Obama con John Kennedy, como han hecho más de una vez sus partidarios --incluidos el hermano y la hija del difunto presidente-- sólo puede suscitar recelo y antipatía entre muchos cubanos con edad y memoria suficientes para acordarnos de la manera torpe e irresponsable con que Kennedy enfrentó el naciente fenómeno del castrismo y dejó que nuestro país se convirtiera en un gigantesco gulag y en un foco de subversión a las puertas de Estados Unidos hasta el presente.

Cuando hace 47 años en esta fecha, un cuerpo expedicionario de cubanos desembarcó en Bahía de Cochinos, ya el presidente Kennedy había decidido abandonarlos, descarrilando así un plan que heredaba del gobierno de Eisenhower, conforme al cual la Brigada 2506 no tenía otro objetivo que establecer una cabeza de playa desde la cual solicitar oficialmente la intervención norteamericana. Suponer que en 1961 menos de 2,000 hombres podrían por sí solos derrocar al régimen e inducir un levantamiento popular en Cuba no sólo era una delirante ilusión, sino un grosero menosprecio por la seriedad de la estrategia, un ridículo ardid para justificar una operación que estaba, de antemano, destinada al fracaso.

¿Quería Kennedy el establecimiento de una base soviética en el traspatio de este país? ¿Era un cómplice del expansionismo comunista? ¿Tenía una agenda secreta en la que se contemplaba deliberadamente la extinción de la democracia en Cuba? Desde luego que no, se trataba tan sólo de un inepto arrogante que lograba confundir a los demás con una cierta elocuencia jerarquizada por su elegancia y su apostura, pura imagen que, salvando distancias y colores, vemos reproducida de nuevo en el senador Obama; de manera que cuando Fidel Castro llamó a Kennedy ''analfabeto'' desde el podio de la Asamblea General de la ONU en septiembre del 60, en alguna medida tenía razón. Irónicamente, el analfabetismo político de Kennedy sirvió para garantizar la supervivencia de Castro y de su régimen.

El 17 de abril de 1961 fuimos testigos de una mera secuela del 7 de noviembre de 1960, el día de las elecciones generales en que, por escaso margen, Kennedy derrotó a Richard Nixon, que no era para nada inepto y quien, como continuador de la política de Eisenhower, tenía en su agenda el derrocamiento del castrismo. No es temerario afirmar, pues, que fue en noviembre --y no en abril-- que los cubanos perdimos definitivamente nuestra libertad y que Cuba salió de la órbita amistosa de Estados Unidos en la que había estado --y de la que había derivado grandes beneficios-- por casi dos siglos.

Esta opinión no pretende rebajar, por supuesto, el valor intrínseco que tiene para nosotros la acción de Bahía de Cochinos, ni la heroicidad de los miembros de la Brigada 2506, a quienes el régimen castrista no se conformó con derrotar en un campo de batalla bastante desigual, sino que quiso degradar mediante su poderoso aparato propagandístico. Ellos fueron y son aún nuestros héroes, y su desembarco en uno de los sitios más inhóspitos de Cuba puede leerse también como un gesto desesperado que buscaba provocar, de parte de Estados Unidos y de su líder, una reacción que ya para entonces había sido cancelada, pero que los redime para la historia.

Por eso cuando el flamante, risueño y elocuente senador por Illinois se presenta ante el electorado norteamericano como una encarnación de Kennedy, los cubanos tenemos sobradas razones para cruzar los dedos y decir en voz alta: vade retro.

©Echerri 2008