martes, mayo 27, 2008

EL HOMBRE DE LA MASCARA DE CERDO

Tomado Diario Las Americas


El hombre de la máscara de cerdo

Por Armando Añel

Si algo retrata de cuerpo entero la naturaleza gangsteril, incompetente del castrismo, es la presencia de Felipe Pérez Roque al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. El hombre fue directamente colocado por Fidel Castro y todavía sigue ahí. Es verdad que el falso espíritu aperturista del raulismo ha quedado finalmente al descubierto –para todo el que quiera verlo o tenga ojos en la cara, por supuesto- y en ello la figura del canciller cubano apenas ha jugado un papel de segundo orden. Pero aun así no cabe dudas de que mantener al siniestro Pérez en tan notorio puesto resulta poco menos que suicida diplomáticamente hablando.

Aunque, cabe repetirlo, Pérez encarna como pocos funcionarios oficialistas la personalidad del padre fundador. A fin de cuentas, si alguna innovación puede atribuírsele al castrismo es la de haber fundido delincuencia y diplomacia en un molde común, con banderitas de fondo. La criminalidad en política puede ser un activo de cara a gobiernos pusilánimes –como, por ejemplo, el mexicano-, ha concluido desde hace tiempo la vieja guardia reaccionaria. Y con ella retoños por el estilo de los Hassan Pérez y Pérez Roque, de los más talibanes entre los talibanes.

Todo en ambos Pérez, específicamente en el canciller, es desagradable. La voz quebrada, hosca, profusamente grotesca (si un funcionario gubernamental debe contar con una dicción y un metal de voz agradables, o por lo menos presentables, ése es el ministro de Exteriores). El rostro coagulado en la expresión porcina. La presuntuosa supuración de la gestualidad, rústica, maleante, como si no fuera Pérez Roque el que hablara sino la caricatura de Pérez Roque interminablemente reproducida por la cansina sobreactuación de Pérez Roque. O la procacidad de la máscara. Uno espera que de un momento a otro la cara de Pérez sea arrancada de cuajo por el propio Pérez y brote de una vez por todas el rostro real, secuestrado por el Ministerio. Yo, que aprecio a los cerdos –la carne de cerdo, la inteligencia de los cerdos, el fervoroso hedonismo de los cerdos-, no puedo menos que detestar a Pérez. Tal vez porque traiciona un estereotipo cochino injustamente vilipendiado, deshumanizándolo.

En su comparecencia del pasado jueves, durante la que acusó a Washington de apoyar económicamente a la disidencia interna canalizando fondos del exilio anticastrista, Pérez Roque fue particularmente despectivo con George W. Bush. Para el canciller cubano, el inquilino de la Casa Blanca es un gobernante agotado, “que avergüenza a los norteamericanos (...) un apestado, un hombre al que la gente le huye”. Cabe detenerse aquí, en función de comprobar cuánto “apesta” el presidente estadounidense.

En los últimos cinco años han tocado a la puerta del “hombre al que la gente le huye” los mandatarios de los países más importantes del mundo geopolíticamente hablando –pongamos, China, Rusia, Japón, Inglaterra, Francia y Alemania-, junto a los de los tres países históricamente más influyentes de América Latina (Brasil, México y Argentina). Los gobernantes de China (abril de 2006), Rusia (julio de 2007), Japón (abril de 2007), Inglaterra (julio de 2007), Francia (noviembre de 2007), Alemania (enero de 2007), Brasil (marzo de 2007), México (noviembre de 2006) y Argentina (julio de 2003) visitaron a Bush en el último lustro. Entre todos ellos sólo los mandatarios brasileño (enero de 2008) y chino (diciembre de 2004) estuvieron en Cuba. De lo anterior puede inferirse quiénes son los que huyen y quiénes los perseguidores.

De quienes realmente huye la gente, de los que cerca de dos millones de personas han huido arriesgando hasta la vida en el intento –sin contar los muchos otros millones que lo habrían hecho de haber nacido los victimarios en un país más poblado-, es de los hermanos Castro. De los hermanos Castro y sus secuaces, personajes como Pérez Roque, capaces de justificar el hostigamiento a mujeres y ancianas indefensas desde la impunidad de su tribuna antiimperialista. Cuando todo termine, habrá que comprobar cuán valiente es el perseguidor, ya sin el amparo del Estado policial del que es vocero. Cuán valiente es el hombre de la máscara de cerdo.