DE INTELECTUALES Y POLITICOS CUBANOS
Tomado de El Nuevo Herald.com
De intelectuales y políticos cubanos
Por Emilio Ichikawa
Hace unos días le pregunté a un opositor residente en la isla qué creía acerca del lugar que ocuparía en la Cuba futura un sector especializado en pensar los problemas de la nación. Su respuesta fue clara: ''No hace falta ese grupo. A la nación cubana la vamos a pensar entre todos.'' Se trata también de una respuesta alarmante ya que, como ha enseñado la experiencia castrista, ''todos'' es ninguno. O peor: es, o puede ser ``uno''.
La afirmación muestra varias influencias ideológicas: del tradicional populismo cubano inclinado a agradar constantemente, de un comprensible celo moral a la hora de desmarcarse de cualquier signo autoritario en política y del desconocimiento, tras medio siglo de castrismo autorreferente, de la forma en que funcionan las democracias modernas.
Resulta curioso que esta respuesta coincida con la publicación en El Nuevo Herald (domingo 22 de abril) de un artículo firmado por Scott Shepard donde se enlista y describe el equipo invisible tras la campaña de Barack Obama. El senador por Illinois es la cara protagónica de un mecanismo que le excede en poderes y que es capaz de controlarle, como se afirma en el artículo, hasta el mismo ego.
En el caso de la política cubana emergente, tanto en la isla como en el exilio, parece como que no hay nada más tras el gesto público que se exhibe. Y esto es un grave error, porque significa que alguna gente no está haciendo lo que debe hacer. Preciso: no es que los políticos cubanos no hagan nada, sino que hacen lo que no les corresponde hacer.
Y esta es entonces otra de las razones que avalarían la polémica respuesta del respetable opositor: si los nuevos políticos cubanos tienen ellos mismos una doctrina moral, una teología, una teoría económica, una forma propia de hacer periodismo, de concebir sus panfletos y hasta de rimar sus poemas, entonces, ¿para qué necesitan personas especializadas en la realización de esas funciones?
Esto es peligroso porque se estaría dando un paso más allá del castrismo. Fidel Castro subestima a los intelectuales. Siempre ha pensado que son unos vagos mantenidos que se dedican a cuestiones de las que una revolución puede prescindir. Pero gracias a esa misma indiferencia, una élite pudo medrar en los realengos culturales que dejaba su política y, de paso, otra élite intelectual emergió, oponiéndose al negrero letrado que hiciera de la poesía un arma. Un despotismo ilustrado, contrariamente a lo que piensan algunos, sería peor que el castrismo; así sólo sea porque calificaría como un error compuesto: lo peor del capitalismo y lo peor del totalitarismo; lo más malo del iluminismo, con todos los achaques del romanticismo.
En Miami, cuando se escribe un soneto, se habla en la radio o se pinta un cuadro, la gente pregunta: ¿y eso cómo va a tumbar a Fidel Castro? La pregunta viene porque precisamente quienes deben tumbar a Castro están hablando en una emisora, escribiendo malos poemas o mezclando colores erróneamente. El jefe de una organización o el político que va a la televisión a hacerse famoso hace menos por la libertad de Cuba que el poeta que lee sus poemas en una esquina de la Calle 8 o el empresario que cierra un buen negocio. Hace menos porque confunde, porque usurpa o duplica tareas, porque a la vez que improvisa y presagia, estimula al escritor idealista a que se infiltre en Cuba, ''clandestinamente'', por la marina Hemingway.
Si uno viene a ver, a pesar de este medio siglo de política totalitaria, los cubanos no lo hemos hecho tan mal: las madres han criado a sus hijos, los peloteros han corrido las bases, los músicos han afinado sus instrumentos, los escritores han dicho sus verdades hasta donde han podido. Lo que falla en esa isla, una y otra vez, es su clase política.
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