jueves, julio 24, 2008

LAS BOMBAS DE BOHEMIA

Las bombas de Bohemia


Por Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Sobre la etapa final de la dictadura batistiana, un investigador muy respetable que consulto a diario escribió: “La resistencia urbana se convirtió en la columna vertebral de la lucha contra Batista, y fue su trabajo, más que cualquier otro, lo que condujo a la caída del régimen”.

En ese sentido estoy en desacuerdo con el historiador. No sólo recuerdo perfectamente la vida de la capital cubana en la década del cincuenta, sobre todo los años 1957 y 1958, cuando sólo tenía 20 años. He hablado con numerosas personas de mi edad y todos coinciden en que en La Habana se vivía una vida lo suficientemente normal como para no decir que el terrorismo contribuyó a crear una atmósfera sombría de guerra civil. En realidad, los enfrentamientos de la policía eran con unos cuantos jóvenes que realizaban actos de terrorismo, no con el pueblo, que repudiaba esas acciones violentas que afectaban su tranquilidad.

No es exagerado decir que mucho antes del asalto al Cuartel Moncada -julio de 1953-, ya la revista Bohemia había comenzado su algarabía revolucionaria y un tenaz bombardeo contra el dictador Fulgencio Batista. Es posible que asuntos muy particulares influyeran en su director, Miguel Ángel Quevedo, para iniciar una guerra tan sui géneris, aprovechando el poder y la tradicional popularidad de este órgano de prensa.

Revisar, por ejemplo, la sección En Cuba, escrita principalmente por Enrique de la Osa, aunque salía de forma anónima, da la medida de lo que exponemos. Se utilizó sobre todo para criticar o alabar actividades políticas del momento, manejos oscuros de funcionarios del estado, e hizo énfasis en ciertos hechos colaterales de terrorismo, evidentemente con el fin de alentar a las masas para que se incorporaran a la lucha contra Batista. Aún así, la huelga general del 9 de abril de 1958, convocada por el Movimiento 26 de Julio, fracasó.

En mayo de 1957 esa sección publicó un extenso escrito bajo el título El panorama. En uno de sus párrafos señala: “La semana siguió idéntica trayectoria a las anteriores. Las bombas estallaban en serie, de día y de noche, sembrando el terror a lo largo de la Isla. La violencia, como las ramas de una espiral, ensanchaba su radio y tocaba a todas las puertas”.

¿A todas las puertas? Falso. Los actos de sabotajes eran tan espaciados que apenas perturbaba el quehacer diario de la población. La gente acudía al trabajo, había muchos lugares populares de diversión siempre llenos, y de forma individual no se sentía la presión de una dictadura.

Para decir que en Matanzas derribaron un poste del tendido eléctrico, que una parte de un tren se descarriló en Antilla, que en Lajas un sabotaje provocó un apagón de tres horas, que se apedrearon determinadas vidrieras, que un petardo hizo explosión en una esquina de Marianao y que se regaban alcayatas en calles y carreteras, la sección En Cuba, hoy tan elogiada y agradecida por el régimen castrista, necesitó decenas de revistas para que el panorama se viera peor de lo que realmente era.

No hay dudas de que esta fue la razón del suicidio de Miguel Ángel Quevedo, exiliado en Venezuela poco después del triunfo castrista. En su testamento confesó con gran amargura y arrepentimiento que la cifra de veinte mil muertos de la Revolución la había inventado él. Pero algo más: ¿El alcoholismo y los estados depresivos que padecía Enrique de la Osa delante de todos durante su larga etapa como sustituto de Quevedo en la revista -trabajé en Bohemia algunos años como reportera-, acaso se debía a que utilizó su talento para levantar una engañosa y constante polvareda revolucionaria? ¿Sufría acaso en silencio las consecuencias de un periodismo saturado de sensacionalismo? ¿Padecía el castigo de verse atrapado en una dictadura más totalitaria que la de Batista?
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CARTA DE DESPEDIDA NATES DE SUICIDARSE DE MIGUEL ANGEL QUEVEDO

Sr. Ernesto Montaner
Miami,Florida

12 de agosto de 1969.

Querido Ernesto:

Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado ¡al fin! sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.

Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable».

Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.

Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe. vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca.

No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública.

El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.

( Miguel Ángel Quevedo y Fidel Castro en 1959 )

Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.

Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía. Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.

Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.

Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.

( Bohemia del 30 de enero de 1955 con portada alusiva a José Martí y a la poesía La Rosa Blanca ; mensaje subliminal haciendo campaña para que se diera la Amnistía General que finalmente dió Batista a todos los presos políticos por el Día de las Madres de ese año; de esa Amnistía se beneficiaron Fidel Castro y todos los asaltantes al Cuartel Moncada; nota del Blogguista )

Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros.

Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.

Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.

Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, le hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.

Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes.Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.

Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda».

Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.

Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que pueden aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.

Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera.

Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Nuñez de Arce cuando dijo: Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano.

Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.

Miguel Ángel Quevedo