BARACUTEY CUBANO

Por Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Entre el sábado 18 y el domingo 19 de octubre visité a unos familiares en Matanzas, la ciudad de los puentes. Fue un viaje azaroso a través de la Autopista Nacional, de tramo en tramo, en camiones, autos viejos y un ómnibus destartalado. Si hubiera imaginado los trances que pasé pospondría el encuentro para tiempos mejores.

En el puente del primer anillo subí a un camión ruso, junto a 12 hombres y 7 mujeres. Los policías nos detuvieron a la entrada de San José de las Lajas, pero sólo pidieron los papeles al conductor y echaron un vistazo a los pasajeros. Al llegar a Vegas volvieron a registrarnos. Tuvimos que abrir los bolsos, maletines, carteras, mochilas y jabas. Bajaron a un rubio que transportaba dos pomos con aceite y al mulato oriental que llevaba cuatro sortijas en la mano izquierda, tres en la derecha y un bolso con mercancías de la shopping. Mi mochila no llamó la atención de los gendarmes, quienes observaron con intriga los ejemplares de El Nuevo Herald, ABC, El Mundo y El País.

El rubio y el mulato siguieron en el Lada de la policía. El resto en el mismo camión hasta la entrada de Nueva Paz, donde algunos abordaron una camioneta para Jovellanos y otros el “camello” de El Calvario a Los Palos, último pueblo de La Habana por el circuito sur. Allí cogí un “almendrón” hasta Cabeza, primer centro urbano de Unión de Reyes, municipio de la provincia Matanzas.

Durante el resto del trayecto no faltaron inspectores, policías, puestos de vigilancia y registros. De Cabeza a Bermejas, Alacranes, Unión de Reyes, “Juan G. Gómez” y Matanzas se aprecia la belleza del paisaje natural y la desolación urbana provocada por medidas extremas y persecuciones absurdas. La tensión de los rostros acosados por la pobreza y la desesperanza me hizo recordar el letargo y la apatía del pueblo descrito por Reinaldo Bragado Bretaña en su libro La estación equivocada.

En las calles de esas poblaciones aún subsisten iglesias, parques, liceos convertidos en casas de cultura, tiendas para recaudar divisas y pequeños mercados con fruta bomba, guarapo, plátanos verdes, yuca y carne de cerdo a precios astronómicos.

Los pueblos que atravesé no sufrieron los embates de los ciclones Gustav e Ike como Isla de la Juventud, San Cristóbal, Los Palacios y La Palma. La penuria que los agobia se debe al huracán político que azota al país hace medio siglo. Las personas con las que hablé se refirieron a la Operación Victoria, una variante de estado de sitio no declarado para acopiar recursos agropecuarios, regular los precios y detener a los posibles especuladores.

Esta original manera de enfrentar las secuelas de los fenómenos naturales puede desatar el descontento social. La represión no abastece los mercados. La gente sobrevive en los límites de la penuria, al borde de la cólera. ¿Hasta cuándo soportarán tantos atropellos?
Mis parientes de Matanzas conocen el catálogo de horrores, pero juegan al azar. Se entretienen con el show de Alexis Valdés, un CD de Robertico, un musical de Juan Gabriel y un filme sobre un emperador chino momificado. ¿Será una alegoría con el mandarín que gobierna nuestra isla desde su lecho de enfermo?



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