jueves, octubre 23, 2008

UNNUEVO AMANECER

Un nuevo amanecer


Por Jorge Ferrer
El Nuevo Herald

En un artículo publicado el pasado mes de enero, Fidel Castro se refirió a la desaparición de la URSS en términos que evocaban, sin quererlo, la pasada condición satelital de Cuba en relación con Moscú: ''Fue para nosotros como si dejara de salir el sol'', escribió. Una expresión sorprendente, si se recuerdan los denodados esfuerzos del castrismo por blasonar de independencia ideológica respecto al Kremlin en los años de la Guerra Fría.

Por elíptica que fuera la órbita que trazaba el recorrido de Cuba en torno al centro de poder moscovita --hubo, de hecho, algún momento de afelio que vio a Cuba casi desorbitada, como fue el caso del envío de tropas a Angola--, lo cierto es que el nivel de dependencia económica y política que tuvo Cuba de la URSS marcó a la revolución cubana hasta la desaparición de la Unión Soviética, cuando se hizo de noche, Castro dixit, en la luna que los soviéticos tenían en el mar Caribe. Quienes recuerden los apagones de principios de los años noventa saben que se trata de algo más que de una mera analogía.

En estos últimos meses, tras noches de casi dos décadas en las que la URSS dejó de existir y Cuba, tras enviudar, se ha vuelto muchachita casquivana que coquetea lo mismo con galán chino que venezolano, Rusia vuelve a rondar el espacio del Caribe, y de la América Latina toda, así como a cortejar a Cuba y a Venezuela en lo que algunos han querido ver, ayudados por otros movimientos en la arena internacional, un regreso de la Guerra Fría.

La noticia, a la postre desmentida, de que Rusia podría instalar en Cuba una base para abastecer bombarderos capaces de portar munición nuclear, las maniobras navales conjuntas con Venezuela, los anuncios de cesión de tecnología nuclear a ese mismo país y otra larga serie de proyectos y encuentros de alto nivel entre rusos, venezolanos y cubanos han avivado los fantasmas de una Rusia expansionista, como la otrora URSS o el propio Imperio zarista. Festival caribeño que ha transcurrido en paralelo con el debate en torno a la reacción del Kremlin a la bravata de Mijail Saakashvili, presidente de Georgia, quien ordenó la entrada de tropas de su país en territorio de Osetia del Sur desatando una contundente respuesta de Moscú.

No obstante, lo que indican los movimientos de tropas y aparentes afectos rusos por el Caribe es la impaciencia del Kremlin ante un mundo que cambia a ojos vistas. Una impaciencia que es mala consejera y genera titulares que producen tensiones. En ese orden.

Tampoco, por cierto, fueron atinadas las referencias que escuchamos en el primer debate entre los candidatos a la presidencia de EEUU a ese último conflicto entre Rusia y Georgia, porque pusieron en evidencia que ni John McCain ni Barack Obama comprenden el dislate geopolítico que significaría dar la espalda a Rusia, o acosarla.

El reposicionamiento geopolítico al que están obligados tanto Rusia como los Estados Unidos pasa por una nueva gestión de prioridades, como pasa por el olvido de viejos conceptos. El de Guerra Fría, por ejemplo. Se trata de una danza que ensayada entre los peligrosos desfiladeros del Cáucaso o las estiradas playas del Caribe requiere de pasos cautelosos que eviten el pisotón.

Estados Unidos y Rusia, otrora grandes potencias que medraban en un mundo bipolar se ven contestados ahora por una miríada de potencias emergentes y, sobre todo, por su propia y venidera decadencia. Una mutación del paisaje geopolítico que las obliga a encontrar espacios comunes de actuación, en lugar de promover iniciativas que los distraigan de encarar prioridades verdaderamente esenciales. Continuar por la senda de los contenciosos podría colocarlos en una situación no por dramática menos peculiar, donde serían las potencias emergentes quienes dicten los discursos de las grandes potencias. Curiosamente, ha sido el presidente ruso Dmitri Medvédev quien ha apuntado lo que habría de ser el cemento de esa relación futura al sostener que no existen divergencias ideológicas entre EEUU y Rusia, de manera que tampoco razones para enzarzarse en otra Guerra Fría. Un distingo que apunta además, y a ello también se ha referido la Cancillería rusa, a que el acercamiento a Venezuela carece de cualquier empatía ideológica, algo que también manifestó el gobierno chino en ocasión de la reciente visita de Hugo Chávez a Pekín.

La ofensiva de la diplomacia rusa en relación con América Latina que vivimos en estos días es más un gesto al que corresponder con iniciativas parejas que un llamado de alerta; más un movimiento al que responder con políticas atentas y hábiles que nos sirvan a todos que una amenaza gélida y casi muda, como la guerra de antaño.

En cuanto a Cuba, este nuevo amanecer transcurre bajo estrella binaria, porque son dos los soles rusos que hay en el horizonte. Uno, opaco, el de la posibilidad de reaprovechar un pasado trunco. El otro, sol que más brilla, el de una Rusia dominada por el pragmatismo comercial y geopolítico que puede ofrecer variados réditos, aun cuando no todos loables, a una elite política y empresarial cubana que apueste por reformar el ineficaz y obsoleto sistema vigente en la isla. Habrá que seguir de cerca este nuevo amanecer.

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