ALTEZA DE FUNDADOR
En julio-agosto de 2001 y estando yo todavía en Cuba, publiqué un artículo en la revista Vitral, sobre el gobierno de Don Tomás, el cual les recomiendo leer:
http://www.vitral.org/vitral/vitral44/centen.htm
Alteza de fundador
Por Vicente Echerri
Cuando Tomás Estrada Palma --el primer presidente de Cuba y el único al que los cubanos siempre mencionamos por sus dos apellidos-- falleció el 4 de noviembre de 1908, la crisis que se había iniciado con su reelección dos años antes y que había desatado la llamada ''guerrita de agosto'', así como la posterior mediación e intervención de Estados Unidos, no se habían disipado todavía. Sobre el ex presidente se cernía aún en el momento de morir el estigma de unas elecciones que la oposición tildó de fraudulentas y el gesto, tenido por antipatriótico, de haber cerrado todas las avenidas al acuerdo interno para que los americanos tuvieran que volver.
La muerte, pues, le llegaba en un momento de impopularidad y de rechazo. Los libros de historia escritos muchos años después describen ese final como ''triste'', y uno puede imaginarse la frustración de un hombre que, habiendo gozado del respeto y la estima general de su pueblo, terminaba siendo objeto de denuncias y vituperios.
Sin embargo, a pesar de este final infeliz, Don Tomás --juzgado retrospectivamente y a la luz de la trayectoria de su vida-- fue un auténtico fundador que supo poner en los cimientos de su nación --como tantos otros de su clase-- una enorme cuota de sacrificios y de empeños. Perteneció, por generación y por estirpe, a esos hombres y mujeres que inventaron a Cuba, que fueron capaces de ver en esa plantación --próspera ciertamente, pero envilecida por la esclavitud, la ignorancia, la corrupción y el despotismo-- una nación independiente.
Cuando, a mediados del siglo XIX, la idea del separatismo empieza a cobrar pertinencia en la vida cubana es, en verdad, un sueño aristocrático al que se suman algunos intelectuales. El integrismo, la apuesta por mantener la colonia, encuentra aún gran respaldo entre los muchos españoles que viven en la isla y sus familias; y los cientos de miles de esclavos no tienen ni siquiera conciencia de que son personas. Con las excepciones de siempre, el independentismo no es popular, ni lo será aún por un buen tiempo.
Un puñado de notables empieza a concebir a Cuba como una entidad separada de España. Aunque el resto de Hispanoamérica ha obtenido su independencia desde hace varias décadas, en nuestro país la idea es débil aún y competirá con las tendencias que aspiran a la autonomía o a la anexión por Estados Unidos. Cuando estas propuestas se hacen inviables, la carta separatista se queda sola sobre la mesa de la política cubana y una verdadera élite nacional apuesta por ella, jugándose la libertad, la fortuna y la vida. Entre esos entusiastas se cuenta el bayamés Estrada Palma. Cuba está en su mente, como concepto de nación soberana --como lo está en la de Céspedes, Aguilera, Figueredo y otros patricios-- mucho antes de que la concepción de nuestra república llegue a definirse sobre ningún papel. El pertenece a esa clase de hombres que podemos llamar en su sentido más puro ''estadistas'', hombres-Estado más que hombres de Estado: generadores de las ideas que preceden a la creación de las instituciones.
El gobierno colonial, que vive del ordeño de las rentas de Cuba, hace pagar muy caro esos sueños de independencia: confiscación de bienes, prisiones, destierros y cadalsos. Estalla la primera guerra de independencia y Estrada Palma se convierte en soldado de la revolución y, en el servicio de la república en armas, llega hasta la primera magistratura: es presidente de unos alzados fugitivos antes de serlo alguna vez de todos los cubanos. Después cae en manos del enemigo, que le envía prisionero a España donde empieza un destierro de un cuarto de siglo; destierro en que el patriota se convierte también en educador. Desde el pequeño pueblo de Central Valley, Nueva York, muy cerca de las márgenes del Hudson, irradia más que ejerce su labor de maestro y allí viene en su busca José Martí a pedirle nuevos sacrificios para un pueblo que, en los últimos años del siglo XIX, aún no cuaja en nación.
Estrada Palma, que ya no es joven y tiene una larga familia, no vacila en atender el llamado de nuestro gran gestor, y tanto, que termina por ocupar su puesto cuanto éste cae en su primera acción de guerra. Terminado el conflicto, regresa a enseñar, pero de nuevo lo solicitan de su patria. Esta vez es Máximo Gómez, el jefe militar de los libertadores, quien viene a buscarlo a su retiro para ofrecerle una candidatura a la presidencia de la república que está por nacer. El viejo maestro acepta, pero se niega a hacer campaña política y Gómez la hace en su lugar. El 20 de mayo de 1902 entra por la puerta grande de la historia para encabezar una nación donde él quiere que haya ''más maestros que soldados'' y que descuelle por la honradez de instituciones y funcionarios.
A cien años de su muerte, no es excesiva indulgencia de los cubanos, creo yo, juzgar a Tomás Estrada Palma no por la tozudez o la ceguera que enturbió sus últimos días, sino por la trayectoria ejemplar de una vida dedicada al servicio de un país que, como entidad jurídica, estuvo en su pensamiento mucho antes de que existiera para el mundo.
©Echerri 2008
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