CONTRA LA CORRIENTE
Contra la corriente
Por Rafael Rojas
Así tituló Roger Hausheer una célebre antología de ensayos de su maestro, el gran historiador de las ideas Sir Isaiah Berlin. En medio de las pugnas entre comunismo y anticomunismo de la guerra fría, Berlin se propuso nadar contra aquellas dos corrientes, regresando al pensamiento liberal del siglo XIX, que él veía personificado en John Stuart Mill. Desde esa plataforma, Berlin fue capaz de leer sin prejuicios a algunos de los fundadores de la tradición antiliberal de los dos últimos siglos, como Marx, Sorel y Bakunin, y de defender, sin miedo a cualquier acusación de demagogia, el concepto moderno de libertad.
Si buscamos en la historia política cubana un gesto parecido, de nadar contra la corriente, tal vez no encontremos otro más ejemplar que el de Carlos Márquez Sterling y Guiral en 1958. Las alternativas de entonces, dictadura o revolución, estaban claras y generaban respaldo. Quien defendía a Batista y quien apoyaba a Fidel sabía que no estaba solo, que podía contar con otros del mismo pensamiento. Pero quien se colocaba en el medio de ambas opciones, intentando abrir una tercera vía, con métodos pacíficos y electorales, que condujera a una transición democrática, tenía que saber que su tendencia era minoritaria.
Los revolucionarios calificaron las elecciones del 3 de noviembre de 1958 como ''farsa'' o ''burda mojiganga electoral''. Esa percepción tenía algo de cierto, ya que el gobierno de Batista, desde la convocatoria de la primavera de ese año, manipuló los comicios para lograr el triunfo de los candidatos oficiales Andrés Rivero Agüero y Gastón Godoy y Loret de Mola. Pero como juicio sobre la actuación política de opositores como los auténticos Ramón Grau San Martín y Antonio Lancís Sánchez y, sobre todo, los líderes del Partido del Pueblo Libre, Carlos Márquez Sterling y Rodolfo Méndez Peñate, aquellas frases eran descalificadoras e injustas.
Márquez Sterling no se presentó a las elecciones, como diría, saturado de maniqueísmo retórico, el primer número de la Bohemia revolucionaria, por ''complicidad sin nombre con la mascarada que trató de tapar el luto y el dolor de Cuba''. El líder del PPL contendió en aquellas elecciones con un programa político claramente opositor, que se proponía frenar el autoritarismo, que desde la izquierda y la derecha, avanzaba en la esfera pública cubana. Prueba de que no había doblez en su actuación fue el hecho de que tanto Márquez Sterling como Grau impugnaron aquellas elecciones, favorables, por más de 500,000 votos, a Rivero Agüero.
¿Cómo entender esa muestra de convicción democrática? ¿Cómo explicar el gesto de un político que, a pesar de no carecer de simpatizantes --según los resultados impugnados el PPL ganó 191,050 votos-- sabe que representa una minoría y que su participación en la contienda será atacada con saña? Más allá del elemento testimonial de aquella apuesta, la actitud de Márquez Sterling puede ser interpretada a partir de su biografía intelectual y política. Como su padre y como tantos amigos de su padre (José Martí, Enrique José Varona o Manuel Sanguily) Márquez Sterling era un intelectual entregado a la política. En casos como el suyo, las ideas cuentan.
Vayamos pues, una vez más, a los libros. Márquez Sterling se destacó en el género biográfico, un tipo de escritura histórica que, por influencia de la tradición anglosajona, se practicó mucho durante la República. Su biografía de Ignacio Agramonte, El Bayardo de la Revolución (1936), que ganó un premio de la prestigiosa Dirección de Cultura, más allá de la exhibición de una identidad camagüeyana, se centraba en el sentido republicano y parlamentario de la primera guerra de independencia. Otra biografía, la del primer presidente de la República, Don Tomás. Biografía de una época (1953), cuestionaba sin vehemencia la solicitud de intervención en 1906, pero recordaba la rara honestidad administrativa del veterano mambí.
En sus múltiples escritos sobre José Martí, que alcanzaron una síntesis en Martí, ciudadano de América (1965), Márquez Sterling buscó siempre sacar a la luz el sustrato liberal y democrático del poeta y político habanero. La americanidad de Martí, según Márquez Sterling, muy a tono con los últimos escritos martianos de Mañach, no era sólo una condición geográfica o cultural, sino política, ya que se manifestaba como pertenencia a la tradición republicana atlántica. Este intento persistente de conciliar liberalismo, republicanismo y democracia desembocó en el que sería uno de sus textos históricos mejor logrados, A la ingerencia extraña, la virtud doméstica (1986), una biografía de su padre, Manuel Márquez Sterling.
El eje de aquella biografía era el nacionalismo democrático de la primera generación postcolonial, la misma que se opuso a la Enmienda Platt desde su establecimiento en 1901 y que logró, en 1934, la abrogación de aquel decreto. Carlos Márquez Sterling pensaba que la misión de los hijos de aquella generación era el afianzamiento de una república democrática y soberana en Cuba. Toda su actuación política, como presidente de la Asamblea Constitucional de 1940, como Ministro de Estado (1941-42) y Ministro de Educación (1942-43), durante el primer gobierno de Batista, como miembro del Partido Ortodoxo o como fundador del Partido del Pueblo Libre, estuvo motivada por ese ideal.
El final de Márquez Sterling, como el de tantos otros intelectuales y políticos republicanos, fue trágico: ''la tragedia, escribió Berlin a propósito de Herzen, es el sino de los creyentes en la libertad''. Nacido como Mañach en el simbólico año de 1898, tuvo que exiliarse a sus 60 años y reiniciar la vida lejos de La Habana. Su obra intelectual en el exilio, como puede leerse en Historia de Cuba (1969), La onda larga (1971) e Historia de los Estados Unidos de América (1983), es un persistente llamado a retomar aquella tradición del republicanismo soberano, no como un lamento restaurador o nostálgico, sino como una opción de futuro para los cubanos.
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