PRECISANDO PRECISIONES
Precisando precisiones
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La oposición al castrismo, el embargo y el supuesto canje de prisioneros.
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Por Arturo López Levy
Denver | 02/01/2009
Rafael Rojas en "Precisiones" (CUBAENCUENTRO.com, 6/12/08) respondió algunas ideas de mi artículo "Las elecciones tienen consecuencias". Agradezco su gentil observación de que "todas" mis objeciones a sus dos artículos ("Obama y Cuba" y "Dilemas de nuestra historia") son "validas y pertinentes". Rojas y yo no somos enemigos ni debemos serlo. Discuto sus argumentos porque son originales y los leo con interés.
Hago esta salvedad pues, aunque reales, nuestras diferencias, como las existentes entre muchos cubanos, son menores que lo que la intransigencia y el lenguaje virulento hace parecer. Un intercambio intelectual es beneficioso no sólo al resolver dilemas, sino también al revisar las propuestas y preguntas formuladas. Desde esa perspectiva, veo con simpatía las precisiones de Rojas, aun aquellas con las que no concuerdo. Son útiles.
Castro y Obama
Primer punto: Rojas expandió su cita de Fidel Castro en el artículo "La ley de la selva" para refutar mis objeciones a su tratamiento de las reflexiones de Fidel Castro, a propósito de la elección norteamericana. Afirmé: 1) Fidel Castro no escribió que los dos candidatos "eran los mismo" y 2) Fidel Castro no vaticinó la derrota de Barack Obama, sino su victoria. Desde esa perspectiva, exhorté a la oposición democrática a discutir las ideas de Castro, sin adoraciones, pero sin tergiversar.
La cita precisa las alusiones de Castro al racismo norteamericano, pero deducir de la misma que Fidel Castro escribió que los dos candidatos "eran lo mismo" es un largo estiramiento. Justo en el párrafo siguiente, Castro escribió sobre McCain: "Sin duda, su adversario lo supera en inteligencia y serenidad". Rojas no brinda ningún elemento para concluir que Castro vaticinó la derrota de Obama. En la cita que hice de la carta al presidente Lula da Silva, Castro pronosticó lo contrario.
Un análisis de contenido (incluso cuantitativo) de las reflexiones de Fidel Castro, demuestra una visión más positiva de Obama que de McCain. Si después de esta observación, Rojas ve en la cita de Castro todo lo que escribió, no insistiré. El Granma está disponible y el lector puede juzgar evidencias.
En cualquier caso, el mejor antídoto contra los mitos ideológicos es, como lo indica el informe del Grupo de Estudios sobre Cuba, el levantamiento incondicional de las prohibiciones para viajar. Tal acto: 1) es coherente con la ley internacional de derechos humanos, 2) genera reconciliación y apertura entre los dos Estados, y 3) aumenta la presión sobre el gobierno cubano para que otorgue más derechos, particularmente de viaje, a nuestros compatriotas en la Isla.
Guerra civil y contrarrevolución
Segundo: Si como Rojas reconoce, guerra civil y contrarrevolución no son equivalentes, su exhortación a emular nuevos enfoques en el estudio de revoluciones en los que "el concepto de contrarrevolución ha sido abandonado por el de guerra civil" (Encuentro No. 50, página 157), no tiene sentido. Un concepto debe ser reemplazado cuando su sustituto describa mejor el mismo hecho social del que es referente.
Entender la guerra civil —según la propuesta de Rojas— como enfrentamiento de las dos revoluciones y "provocada por la Revolución desde el poder" (p.156), saca la contrarrevolución del análisis y sirve para culpar al gobierno comunista. Pero ese no es el objetivo de Rojas, sino un enfoque menos ideologizado. Emulando a Schama, debemos estudiar los conflictos de intereses e ideas entre la revolución, la contrarrevolución y la oposición nacionalista. Desde esa pluralidad, es importante dilucidar cómo la contrarrevolución y el conflicto con Estados Unidos condicionó la guerra civil.
El dossier utilísimo que Rojas presentó en Encuentro No. 39 sobre lo que llama "la primera oposición" demuestra que estudiar el FRD sin el Cuba Project de la CIA y las divisiones en el mismo, según el momento de ruptura con el gobierno, es leer el Quijote sin el caballero de la triste figura. Lino B. Fernández, participante directo de aquellos acontecimientos, contextualizó su gesta recordando que "en los primeros 55 años de la historia de la República, hubo un diferendo Cuba-EE UU que influyó notablemente en la historia de los 50 años siguientes".
Dejo a Rojas explicar por qué el dossier no reconoce que la primera oposición a la revolución fue la batistiana. La importancia cualitativa de ese hecho indiscutible es más importante que lo que Rojas mide por su número. Las ciencias sociales modernas han desarrollado el concepto de dependencia de sendero (path dependence), por el cual las trayectorias históricas de los actores no se estructuran en vacíos, sino que son acotadas por caminos iniciales y acciones precedentes en coyunturas críticas.
Por ejemplo, el asesinato contrarrevolucionario de Conrado Benítez, el 5 de enero de 1961 (entre otros mártires alfabetizadores como Delfín Sen Cedre, Pedro Morejón y Manuel Ascunce Doménech), desacreditó a la oposición ante sectores no comunistas del pueblo, y los radicalizó. ¿Cuál es la evidencia? El gobierno decretó 1961 como "año de la alfabetización" y más de 120.000 cubanos, la mayoría no comunistas, se incorporaron voluntariamente a las brigadas con el nombre del maestro asesinado.
La oposición nacionalista anticomunista (la segunda oposición) tenía el reto gigantesco de distanciarse no sólo del comunismo, sino también de la primera oposición batistiana y de su subordinación a EE UU. El fracaso en librarse de ese legado, aun hoy, cuando la Escuela de Derecho de FIU lleva el nombre de Rafael Díaz Balart, explica en parte su derrota política y militar.
¿Por qué se opuso Estados Unidos a la revolución?
Rojas se declara opuesto a "la tesis de Carlos Alzugaray y cualquier visión histórica de las relaciones entre Washington y La Habana que parta del supuesto que Estados Unidos está genéticamente programado para hacer daño a Cuba".
Si eso es lo mejor que trae, Rojas se hace un flaco favor, pues esa no es mi posición. Primero, valoro el carácter liberal de la hegemonía norteamericana más positivamente que Alzugaray en Crónica de un fracaso imperial. Gracias al republicanismo (separación y balance de poderes) y las libertades civiles norteamericanas, el Partido Revolucionario Cubano y el Movimiento 26 de Julio pudieron abogar, desde territorio estadounidense, por opciones opuestas a la política exterior de Washington.
En el caso del PRC, con el concurso del cabildero judío Horacio Rubens, se logró aprobar la resolución conjunta, que como han demostrado Jorge Ibarra y Herminio Portell Vila, fue usada magistralmente por Máximo Gómez contra la anexión. Ese tipo de cabildeo y movilización de opinión es inconcebible bajo hegemonías coloniales o totalitarias, como la rusa zarista o soviética. Georgia lo atestigua.
Segundo, Rojas presenta Crónica de un fracaso imperial sin justicia. Alzugaray no explica el choque entre la revolución y Estados Unidos por "programación genética", sino en función del enfrentamiento entre el proyecto de hegemonía de la doctrina Monroe y el ansia independentista cubana. En eso coincido con mi respetado profesor.
Al margen de que hoy el sistema comunista sea incompatible con la norma interamericana de gobernabilidad democrática, Cuba fue expulsada de la OEA no por falta de democracia (si fue así, ¿cómo explicar la permanencia de la Nicaragua de Somoza y el Paraguay de Strossner?), sino porque no aceptaba limitar su soberanía (quería comprar petróleo y vender azúcar a quien ofreciera las mejores condiciones, no importa si comunista o no).
Como ya respondí a la cordial invitación de Rojas a participar en el debate de Foreign Policy en español, no repetiré aquí los argumentos que he presentado allí.
¿Qué carácter tuvo la segunda oposición al gobierno revolucionario?
La cuarta precisión de Rojas se refiere al carácter de la segunda oposición al gobierno de Fidel Castro. Coincido que demeritar toda la oposición al castrismo como batistiana o como títere de Estados Unidos obnubila la comprensión de esa historia. Sin embargo, Rojas se apresura al afirmar que "el liderazgo máximo de la oposición se conformó en 1960 con partidarios de la primera revolución (Miro Cardona, Ray, Tony Varona, Artime, Rasco…) que constituyeron el Frente Revolucionario Democrático".
No tan rápido. La propuesta de "tomar conciencia de un pasado plural" es tan buena que no admite dicotomías. Revolución y oposición al batistato no son sinónimos. En 1961, el FRD aglutinaba a casi todo el que se opusiera al gobierno de Fidel Castro.
Una mínima tipología de la composición del FRD, que era más que el Consejo de Gobierno, incluiría: 1) Oficiales batistianos, que no eran mayoría, pero estaban presentes en Retalhuleu, 2) "politiqueros" (el término lo usó Rogelio González Corzo ("Francisco"), asociados al colapso de la segunda república, como la organización Rescate, y el coordinador del Frente, Tony Varona, que se opuso a la reforma agraria, y 3) nacionalistas anticomunistas.
En una conversación con David Salvador, el líder sindical, recordó que él, Faustino Pérez, Carlos Franqui y otros nacionalistas rechazaban el comunismo, pero querían una regeneración nacional no sólo contra Batista, sino también contra tránsfugas como Mujal y Tony Varona, responsables del colapso de la república. David Salvador, Humberto Sori Marín, Miró Cardona y Manuel Ray eran —como dice Rojas— partidarios de la primera revolución. Tony Varona era antibatistiano y anticomunista, pero de revolucionario no le quedaban muchos pelos.
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