martes, marzo 31, 2009

LA FALTA DE RESISTENCIA

La falta de resistencia


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¿Cuántos intelectuales y artistas cubanos tienen la dignidad de mirarse en el espejo de Stefan Zweig?
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Por José Prats Sariol
México DF | 17/02/2009

"Nada perjudica tanto al intelectual como la falta de resistencia", afirmaba Stefan Zweig en sus desoladoras memorias, conocidas como El mundo de ayer. ¿Podríamos decir lo mismo los intelectuales cubanos en este 2009 de desfiles de presidentes latinoamericanos por La Habana, quietismo fundamentalista en la élite del Poder y recesiones en EE UU que encienden los egoísmos y el olvido de nuestra miseria?

Escritas un año antes de suicidarse en Brasil, donde había recibido asilo, el espíritu de rebeldía ante los totalitarismos es el signo trágico que allí marca la defensa de la libertad, de la convivencia pacífica, de su civilización europea que bailaba una orgía de odios. ¿Por qué muchos intelectuales cubanos, sobre todo los que viven en el archipiélago, han caído en el escepticismo o el pesimismo, en los "nada se puede hacer"?

Zweig y su esposa se quitan la vida el 22 de febrero de 1942, cuando parecía que el nazismo y sus aliados obtendrían la victoria, tras la caída de Singapur. Pero antes de morir escribió: "Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra". ¿Cuántos intelectuales y artistas cubanos tienen la dignidad de mirarse en ese espejo, aunque no seamos capaces —por creencias, convicciones o debilidad— de una determinación tan dura?

El biógrafo austríaco de origen judío, en las citadas memorias, también proclamaba que "la verdadera misión del escritor consiste en defender y proteger lo común y universal del Hombre". ¿Qué aún pueden defender y proteger los escasos intelectuales y artistas que son voceros o cómplices de la más larga dictadura que ha padecido América Latina?

'Negarse a pensar'

Una lectura de El mundo de ayer lleva a las analogías con Cuba que provocaron los párrafos anteriores, construidos bajo el artificio retórico de una información y una pregunta, que tal vez motive interactivamente a ciertos lectores. Pero donde sí no hay retórica que valga es tras los barrotes de las cárceles cubanas, donde más de doscientos presos políticos podrían escupir, con todo derecho, sobre la cobardía de tantos intelectuales.

Una cobardía que comienza con un mecanismo de autodefensa: negarse a pensar. Agarrarse desesperadamente de 1958 o trasladar la culpa a Washington. No ver lo obvio: una camarilla de aferrados al Poder, colgada de una ideología fracasada, pronto hasta en Corea del Norte, porque ya en China y Vietnam se ha convertido en capitalismo de Estado, de una ferocidad contra los obreros digna del Londres que vivió Carlos Marx.

Las cuatro preguntas anteriores pueden recibir, entre otros, los breves párrafos subsiguientes:

Como ocurrió en Europa entre 1933 y 1945, un segmento relevante de la intelectualidad cubana se ha caracterizado por la falta de resistencia a la dictadura, cuando no por el apoyo —escalonado cronológicamente— o un feroz individualismo, ajeno a la suerte del prójimo, como ocurrió en 1971 cuando el Congreso de Educación y Cultura, en 1991 cuando la Carta de los Diez o en 2003 cuando la represión contra los disidentes.

El escepticismo de un importante segmento de la intelectualidad tiene una fuerte argumentación geopolítica, encabezada por la arrogante torpeza que hasta Obama —veremos qué hace— ha mantenido nuestro inexcusable vecino, más inexcusable ahora que Miami es la segunda ciudad de Cuba en habitantes y la primera en potencial económico. A ello se añade subliminalmente la curiosa fascinación que sobre la "izquierda" aún ejercen Castro y sus "igualdades sociales" (sic).

Una cultura que se desmorona

Antes del suicidio hay muchas formas de suicidio pasivo o indirecto, según afirman los psiquiatras. Aunque hay casos de suicidio, dentro y fuera (Teodoro Espinoza y Calvert Cassey, para sólo citar dos cuentistas); los crecientes índices de alcoholismo y de consumo de psicofármacos muestran la huida, la cabeza de avestruz hundida en la ciénaga. El silencio ante una cultura que se desmorona, sobre todo en la educación media y superior, también es un suicidio: corta la lengua. Ágrafos y mudos se disputan la soga del ahorcado.

Lo común y universal del hombre no es una abstracción, como puede leerse en la Declaración de 1948, de la que Cuba es signataria no solvente. Cuando en La Cabaña presentan un libro y dentro del público dos escritores bajan la voz para comentar la carta de Roberto Ampuero a Michelle Bachelet, donde denuncia el show mediático de ella con Raúl Castro, que sostiene en su mano un ejemplar de Nuestros años verde olivo, no están, precisamente, defendiendo mucho la libertad de expresión.

Fina García Marruz apenas se protege a sí misma, ante la alegría de una edición de sus poesías en dos tomos, porque olvidó cuando el actual ministro de Cultura, en ese entonces director de la Editorial Letras Cubanas, prohibió su libro de ensayos, porque había una defensa del catolicismo de sor Juana Inés de la Cruz, contra la tesis sectaria de Mirtha Aguirre en "Del encausto a la sangre".

Tal parece que los dos verbos de Zweig —defender y proteger— han sido sustituidos por callar y olvidar. Común y universal es el derecho de cada cubano a leer a Ampuero o a quien se le venga en gana, pero ya sabemos que la libertad —nada abstrusa— dentro del caldero significa la de aceptar, mejor la de aplaudir.

Esperanzas…

Stefan Zweig miraba con nostalgia hacia una Europa perdida. Los intelectuales cubanos con esperanza, hacia un país menos infectado por la represión y sus consecuencias: la doble moral, la hipocresía, el autoengaño, la ceguera fanática.

En el orden internacional, además, con otra esperanza: que algún día ningún mandatario nos visite para limpiar su mala conciencia o recordar su rebeldía cuando adolescente, para ganar votos electorales con la imagen de independencia o justificar en Cuba lo que han condenado en la Argentina o el Chile de los militares...

Junto a ellas y ellos —políticos a fin de cuenta— chapotea ese segmento olímpico de la hipocresía mundial, constituido por los que desde sus casas confortables en Ciudad de México o Santiago de Chile, en La Habana desde la encristalada ventana del Meliá, llegan a creerse el viejo libreto de que luchan por los pobres de la tierra. Y luego encienden su habano, pueden leer a Jorge Edwards sin temor o les da por recordar que hace medio siglo Fidel Castro era aplaudido por sus padres o abuelos.

Ninguno, como sus pares cubanos, osa pensar que cuando Zweig hablaba de resistencia, se refería en primer lugar a la resistencia contra la inercia mental, a la resistencia contra la cobardía de uno mismo.

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