ACERCA DE MILAN KUNDERA
Por Luís Cino
Arroyo Naranjo, La Habana, mayo 7 de 2009 (SDP) Hace varios días, un grupo de escritores, periodistas independientes y líderes opositores, nos reunimos en la embajada de la República Checa para celebrar los 80 años del natalicio de Milán Kundera. En el debate sobre su obra, afloró la cuestión de si el más universal de los escritores checos, que vive en Francia desde hace casi 40 años, escribe en francés y se niega rotundamente a que traduzcan sus libros a su idioma natal, puede ser considerado un escritor checo. Pero lo que es peor: se discutió si es cierta o no la afirmación de que Kundera, en sus tiempos de estudiante miembro de la Juventud Comunista, delató a un emigrado a la policía política.
Por distintas razones, salí de la reunión con una mezcla de dudas y sentimientos encontrados. Confieso que soy de los que prefieren (y necesita) creer que Kundera es inocente de tales imputaciones. En todo caso, sabemos, luego de demasiadas tristes experiencias, que las dictaduras totalitarias son absolutamente culpables de todo lo que sucede en sus entrañas torcidas, a las que vamos a parar como engullidos por el Leviatán.
Mi primer encuentro con un libro de Kundera (y también con los de Solshenitzin y Bulgakov) fue en el templo underground de Mayito, a mediados de los 70. Luego, casi todos me los prestó Waldo. Años después, pude leer los que me faltaban gracias a la biblioteca independiente (tan surtida como el sombrero de un mago) de Gisela Delgado. En todos los casos, los libros eran editados en España, te recomendaban que no los exhibieras por la calle y había plazos perentorios para su lectura porque había otros que esperaban.
Para ser sinceros, lo que Kundera narraba de la vida bajo el comunismo era harto sabido para nosotros. Tanto que a veces nos reconocíamos en algunos de sus personajes, incluso muchos años antes que nos viéramos en situaciones similares. La cuestión estaba en el modo de narrar del escritor checo, en su filosofar sobre las cosas que constituían nuestra amarga cotidianidad. Los aspirantes a escritores nos retorcíamos de envidia y ansiedad. Disponíamos de vivencias parecidas y no éramos capaces de escribir así.
( Milán Kundera.)
¿O es que los chivatos y segurosos precisaban hablar en ruso o en algún idioma de Europa Oriental para ser peores y más creíbles villanos literarios? ¿Sería obligatoria la nieve para dar tintes más deprimentes a los cañaverales de Matanzas, una apestosa barraca en Guane, un calabozo de La Víbora o la guardia nocturna tras la alambrada de una unidad militar al sur de La Habana?
¿Acaso duele más la confesión de tu novia que deja de ser la novia de un desviado ideológico por orientaciones de “los compañeros del Comité de Base de la Juventud Comunista” a la sombra de un viejo y ruinoso castillo moravo que en el muro del Malecón?
¿Y qué hay de los amigos de la beca con los que lo compartías todo y que se delataban unos a otros con entusiasmo (nos enseñaron desde pequeños que era nuestro deber) en las asambleas de análisis de grupo? Ellos sabían todo sobre ti…Las muchachas que ligabas, con quien te reunías, si leías libros prohibidos y revistas extranjeras, preferías la música americana, conocías a maricones, o cometías la osadía de escribir cartas a familiares en Miami.... ¿Cómo no saberlo todo si compartíamos la ropa, el hambre, los cigarros y hasta el exiguo chorro de la ducha cuando quitaban el agua y nos quedábamos enjabonados?
En un dormitorio estudiantil similar se pudo producir o no, en 1950, la delación de Kundera. Estaba reciente la instauración por el Ejército Rojo de la democracia popular en Checoslovaquia. Cualquier joven militante comunista creía su deber la defensa del estado proletario contra los enemigos de clase…
Prefiero pensar que alguien (como un personaje salido de sus primeras novelas), quiso vengarse de Kundera por algún oscuro motivo e inventó la historia de la delación. Algo de cierto debe haber tenido a mano. El odio puso el resto. O puede que efectivamente el joven Kundera delatara. Bajo este tipo de regímenes, todos somos culpables, en mayor o menor grado, de las sociedades en que ¿vivimos? Parece inevitable que cuando se abren los archivos de la policía política, aparezcan siempre muchas feas sorpresas.
Milán Kundera, culpable o inocente, aún no termina de huir del pasado. La mayoría de sus lectores, advertidos de los horrores del comunismo, hace tiempo que lo absolvimos.
luicino2004@yahoo.com
2 Comments:
Hasta donde sé, la complejidad de la persona de Milan Kundera no termina ahí, recientemente ha sido acusado de que en sus años mozos perteneció a las Juventudes Hitlerianas y tiene un pasado nazi. No sé dónde esté la verdad pero parece que apenas se ha empezado a escarbar en su figura, no se sabe cuántas cosas más podrían aparecer.
chicho el cojo
A pesar de mis más de 50 años, por primera vez topé con los libros de Kundera el año pasado. De haber leído La insoportable levedad del ser en su debido momento, sin duda me hubiera parecido un libro grandioso. Incluso ahora, a pesar de su novedad perdida y su antisovietismo galopante, en ocasiones carente de toda lógica, es un libro interesante e imperecedero, por su análisis del kitsch, su enfoque del adulterio...
¿Por qué menciono precisamente La insoportable levedad del ser? Uno de los personajes principales, la reportera gráfica, va por las calles de la Praga ocupada por las tropas soviéticas haciendo fotos para enviarlas luego a los amigos en el extranjero y que aquellos las publiquen a modo de denuncia. Unos años más tarde, una de las fotos de esa época sirve como única prueba de la actividad antigubernamental de una de las personas que aparecen en la foto haciendo frente a los tanques soviéticos (o algo similar, ahora no lo recuerdo con exactitud y, además, no cambia las cosas). Lo único que puede hacer esa protagonista de la novela al ver la foto en el expediente del acusado, es dar gracias a Dios de que la foto no es de su autoría. Al menos, en esa ocasión.
No sabemos cómo ocurrieron las cosas con respecto a aquella presunta “delación” del emigrante, eso es lo primero. Lo segundo es que uno en su juventud no es la misma persona que se está mirando ahora en retrospectiva y no tenemos derecho a juzgarnos a nosotros jóvenes con la misma exigencia de madurez que nos aplicamos ahora. Y, en tercer lugar, ¿por qué no vamos a creer en la inocencia del hombre que no se ha comprometido con nada indecente, si les hemos creído a los que no merecen confianza?
En todo caso, “lo absolvimos” no me parece que aquí esté bien empleado.
Transeúnte
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