DESDE UN BALCÓN ÁRABE SANTIAGO ALBA RICO
Por Luís Cino
Arroyo Naranjo, La Habana, mayo 7 de 2009 (SDP) Santiago Alba Rico, que gusta definirse como “un agitador político literario”, escribe obsesivos ensayos contra el consumismo. Lo considera, en todos los sentidos, insostenible, autodestructivo, suicida.
Hace casi 20 años, se mudó de Madrid a Egipto y luego a Túnez, donde reside. Se siente muy cómodo en el mundo islámico, que considera (sus razones tendrá) “amistoso y acogedor”. Desde un balcón árabe, asistió anonadado al desplome del bloque soviético y al avance del capitalismo sobre Europa Oriental. Llegó entonces a curiosas conclusiones.
Hastiado de Occidente, Mediterráneo de por medio y dos décadas después de la caída del Muro de Berlín, considera que Europa es “un continente muerto”. Entre sutras subrayados, cantos de almuecines, pregones del zoco y alguna que otra pipa de hashís, le consuela declarar que “la supervivencia política de la humanidad se decide en América Latina”.
Para Santiago Alba, la monarquía castrista, que resistió atrincherada hasta que llegaron los nuevos tiempos de populismo izquierdista al continente, es la vanguardia política del mundo. El escritor madrileño, incondicional de la revolución de Fidel Castro, viaja a Cuba con frecuencia. Necesita esas visitas como el aire que respira. O el bastón de palo de caguairán para cojear, a gusto, del pie izquierdo. El problema es que en cada viaje, al observar el desgaste y los retrocesos de dicha revolución, regresa bastante deprimido a su mirador tunecino.
Si se habla del socialismo cubano, Alba rechaza las críticas que se refieren a un modelo obsoleto y caduco. Pero advierte de los peligros de la desconexión con los jóvenes, los efectos del turismo y la doble economía, “el acceso jerarquizado y desigual al consumo y la inevitable penetración de valores a contrapelo de la revolución”.
Entrevistado recientemente por la publicación mensual habanera “La Calle del Medio (de la que es colaborador regular), confesó: “me inquieta un poco haber escuchado a algunos cubanos que hablan como si lo único que le faltara a este país para ser realmente socialista fuese…capitalismo”.
Al escritor, que pontifica sobre la virtud en la indigencia, el mito del Buen Salvaje y otras bellas tonterías, se le escapa que lo que falta a los cubanos, más que mayor o menor dosis de capitalismo o socialismo, es libertad de todo tipo.
Si de capitalismo se trata, puede dar un paseo por los barrios exclusivos del oeste de La Habana. Probablemente le aterre descubrir que la elite es mucho más ostentosa y consumista que los nuevos ricos que dice combatir en aras de la pureza ética e ideológica de la revolución.
Los cubanos, en medio de sus carencias y precisamente a causa de ellas, idealizan la sociedad de consumo y aspiran, sin ninguna posibilidad razonable de conseguirlo, a niveles de vida del Primer Mundo. Añoran lo que no tienen, aprendieron a acaparar todo lo que mañana puede escasear, aprendieron el robo y el mercadeo como modos de sobrevivir.
Para espanto de Santiago Alba, a partir del Período Especial, en vez de alcanzar la virtud su máximo esplendor en medio de tanta penitencia purificadora, aumentaron los corruptos, los ladrones y las putas. Por lo demás, fue cual si hubiera caído una plaga bíblica. El arte se convirtió en una postal turística, menos parejas decidieron tener hijos, el marabú invadió los campos, los suelos se hicieron más salinos y mermaron los manantiales. Casi se acabaron las mariposas, las abejas, las cotorras, las jicoteas, los manatíes, los peces de los ríos y los gatos en los tejados. Faltó poco para que nos quedáramos sin árboles de tanto talar para construir bajareques y cocinar con leña.
Pero Alba, que está advertido de lo difícil que es luchar contra el antipuritanismo, la tolerancia y las libertades engañosas del capitalismo, aconseja resistir y trata de convencer a los cubanos que “reprimirse es no sólo bueno, sino además hermoso”.
Le dan pena los que se rinden. Considera conveniente advertir a los malagradecidos y desaprensivos, la inmensa fortuna de tener un abuelo sabio que diserte sobre el calentamiento global, la crisis financiera, los bombillos ahorradores, las bombonas de gas líquido y los secretos de ablandar frijoles (si es que los hay) en una olla de presión china.
Desde un balcón árabe, Santiago Alba Rico sopesa las ventajas y los riesgos del socialismo cubano y aconseja resistir a cualquier costo las tentaciones caníbales de la sociedad de consumo.
luicino2004@yahoo.com
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