domingo, mayo 24, 2009

NO TE HAGAS EL CONTRARREVOLUCIONARIO

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Por Manuel Vázquez Portal

Cuando Angel Santiesteban nació a la literatura cubana la revolución ya no existía, era una entelequia marchando hacia la nada, un grupo de ancianos aferrados a un tiempo congelado que los convierte en verdaderos contrarrevolucionarios.

Los colosos del grupo Orígenes, quienes soñaron alguna vez con el triunfo de una cultura nacional auténtica y quienes vieron --aunque con una visión teleológica-- en la revolución la materialización de sus evocaciones, habían muerto o estaban en el exilio.

La llamada generación de los cincuenta, unos que habían participado de la epopeya --épica sobredimensionada por sus propias voces-- y otros que se preguntaban a quiénes debían la sobrevida, se había desgajado por las suspicacias mutuas tras el caso Padilla y unos eran excesivamente revolucionarios, otros excesivamente taimados y otros excesivamente enclaustrados, pero todos poco confiables.

La renombrada generación del caimán también se había desarticulado luego de unas estrambóticas culpas que llevaron a Eduardo Heras León a Antillana de Acero, a Luis Rogelio Noguera a un taller de imprenta y a otros, en pago a sus hojas de servicios, a Moscú y burós dorados.

( Ángel Santiesteban )

La generación hechizada --como llamó en alguna ocasión a nuestra generación el poeta Alex Pausides-- había perdido el encanto primigenio. Roberto Manzano Díaz no cantaba ya a la sabana ni idealizaba a su chiva Fantina. Andrés Reynaldo y Carlos Victoria se habían largado por el Mariel. Reina María Rodríguez se había refugiado en una azotea. Angel Escobar se había suicidado. Leonardo Padura sudaba su fiebre de caballo escribiendo policíacos. Abel Prieto ya era ministro y Senel Paz sabía de memoria que el niño aquel, soñador de un reino en el jardín, podía tener la vida marcada para siempre por la fresa o el chocolate, según la clasificación en que lo engavetara un régimen homofóbico y falocrático.

Luego de ese tempestuoso transito por el dédalo nació a la literatura cubana Angel Santiesteban. Venía acompañado de gente de otro tiempo. Con los ojos menos neblinosos. Con el costal vacío de tanto hueso heroico que había tornado el camino de los anteriores un calvario abrupto. Amir Valle quizás de Palinuro. Sindo Pacheco y Manuel Sosa tal vez subidos a la torre del vigía. León Estrada y Jorge Luis Arzola remando a puro brazo. Pero eso no los salvó de las furias. La porra del policía y el alarido del gris funcionario los alcanzó también. Al exilio muchos, al mutismo otros, a la apostasía los Edeles.

Arzola se vio un día con el rostro tumefacto y el cuerpo adolorido tras una golpiza que la policía política le propinó antes de que despertara en una celda en Jatibonico. Manuel Sosa y varios escritores del grupo experimental de Sancti Spirítus se vieron una noche rodeados de policías. León Estrada, fulminado por un golpe de karate, cayó a los pies de Heriberto Hernández y muy cerca de Carilda Oliver Labra otra noche en Matanzas.

Angel Santiesteban caminaba el domingo pasado por el Vedado. Iba a casa de una amiga. Llevaba encima el último post que publicaría en su blog Los hijos que nadie quiso, alojado en el diario digital Cubaencuentro, pero los sabuesos del odio no lo dejaron llegar. Lo asaltaron en plena calle. Le dijeron que no le convenía hacerse el contrarrevolucionario. Angel Santiesteban no es de los que se afloja y canta la palinodia. Vayan al patio de Proserpina y pregúntenle a David Buzzi, si no me creen. Los enfrentó. Y como al poeta César Vallejo, le dieron duro, con un tubo y duro. Le fracturaron un brazo y le ocasionaron heridas con una navaja. Un ortopeda con grados de capitán lo atendió en el Hospital Naval de La Habana. Desde entonces no se sabe de él.

¿Fue un quinquenio gris? ¿Fue que Tania Díaz Castro se metió en ese lío de los derechos humanos? ¿Fue que María Elena Cruz Varela encabezó una carta de diez intelectuales? Sin remedio. No hay modo de que los arcaicos revolucionarios dejen de ser contrarrevolucionarios. No evolucionan. Se petrificaron. No han cesado. De Heberto Padilla a Angel Santiesteban la friolera de agredidos se vuelve guía telefónica. Por Dios, Angel Santiesteban, no te hagas el contrarrevolucionario, sigue siendo revolucionario y transgresor, como corresponde a un escritor, no te contagies con los fósiles aferrados al poder.
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Tomado de http://elfogonerovenegas.blogspot.com

Ángel Santiesteban: El hijo que ahora nadie quiere

Por Camilo Venegas
( fragmento )

Volvamos a los años 70 del siglo pasado. Pero hablemos de una distancia mucho mayor que los 5 kilómetros que separaban a la infancia de Ángel de la mía. Ahora tendremos que cruzar el océano Atlántico. Desembarquemos en un país al que Cesaria Évora le dedica con alegría una de las canciones más tristes que he oído en mi vida. Angola, en 1975, al menos para los cubanos, no era un país, sino el lugar a donde iban a morir nuestros jóvenes.

Mucho tiempo después nos enteramos de que en ese año estuvimos a punto de volver a ser normales. Estados Unidos había dado claras señales de su intención de acabar con el embargo. La distensión llegó a ser tal, que era inminente un encuentro entre Carter y Fidel. Pero una sola noticia lo echó todo por tierra: tanques, aviones y tropas cubanas irrumpieron en África sin previo aviso.

"Sur: Latitud 13", el primero de los dos libros de Ángel Santiesteban que debo presentar hoy, tiene a ese campo de batalla como escenario. Eso no quiere decir que el escritor reconstruya los combates o describa los pormenores de la escalada. Todo lo contrario, Ángel cuenta lo que todos callaron, lo que nadie dijo. Este es el primer libro cubano que no describe la guerra de Angola como una epopeya sino como una tragedia.

Hace más de 40 años que los periódicos cubanos son un material inútil. Cuando se trate de reconstruir la historia de mi país en esas cuatro décadas, nada habrá que buscar en ellos. Es por eso que, ante la ficción de la prensa, hay que acudir a la realidad de la literatura.

No pocos escritores de mi país asumieron el riesgo de contar las cosas tal como fueron. La mayoría de esos ejercicios testimoniales, vistos en la distancia, no son más que eso: crónicas elementales de una realidad demasiado compleja. La obra de Ángel, en cambio, logró superar esos escollos, legitimada por sus valores literarios y no por el importe de lo que cuenta.

En "Sur: Latitud 13", no hay héroes ni mártires, ninguno de sus personajes es un ícono del internacionalismo proletario ni de las luchas antiimperialistas. Son hombres de carne y hueso que tiene miedos, dolores, resentimientos, miserias, desencantos, amores y dolores como cualquier hombre de carne y hueso.

A la primera edición de este libro le falta un cuento, fue censurada por la misma institución que lo premió. Ese fue el precio que su autor tuvo que pagar y Ángel, ese hombre noble, nobilísimo que es mi mejor amigo, convenció al escritor huraño, cínico y temerario que también es de que hiciera una concesión.

En la edición que ustedes pueden adquirir hoy, el cuento censurado fue restituido. Ese hecho se debe a que su edición fue gestionada por el propio autor. La tirada se hizo en una editorial que él mismo se vio obligado a inventar. Aunque se trata de una resurrección, nadie, ni siquiera los personajes, recobra la vida. Simplemente se pone la pieza que faltaba, lo que había sido amputado.


Insisto en advertirle algo. Según la prensa oficial cubana y algunos textos laudatorios y empobrecidos por la complicidad, la guerra de Angola fue una gesta internacionalista en contra del imperialismo. Según "Sur: Latitud 13", en cambio, describe un campo de batalla. Una aventura donde fueron sacrificados cientos de muchachos que ni siquiera pudieron recibir la medalla y la gloria prometida.


En el segundo libro que les presentaré hoy, pueden encontrar, aún cuando no los reconozcan, a muchos personajes del primero. Dichosos los que lloran se desarrolla en un escenario mucho más reducido que las selvas africanas: en las cárceles de mi país. En algún momento de su vida, Ángel fue encarcelado y la experiencia de ese encierro es el punto de partida de esos textos.


Aquí debo advertir algo. Luego de una maniobra de la oficialidad cultural cubana (conminada por la Seguridad del Estado) a Ángel le fue negado el premio Casa de las Américas por su primer libro. Aún cuando todo el jurado había votado por él, se llegó a un acuerdo de excluirlo para que una visión tan cruda de la guerra de Angola recibiera el aval de una institución que se dedica, más que nada, a promover la Revolución entre los intelectuales del continente.


En 2006, "Dichosos los que lloran" obtuvo el Premio Casa de las Américas. Los prisioneros de Ángel lograron lo que sus soldados no pudieron: hacer que sus voces se oyeran y que tuvieran eco. Al principio les dije que entre los dos Ángel, prefiero al que es mi mejor amigo. Al otro, al escritor, a estas alturas ya puedo confesarlo, le tengo envidia.


"Con Sur: Latitud 13" y "Dichosos los que lloran", cualquiera de ustedes podrá reconstruir la verdadera historia de mi país. Es muy probable que queden defraudados. La decepción no será por la calidad de las obras, sino por el enorme contraste que hallaran entre la realidad que se cuenta en ellas con la que les han contado de mi país.


En los libros de Ángel Santiesteban nadie tararea una canción de Silvio Rodríguez. Ninguno de sus personajes dice que es un hombre feliz ni le pide perdón a los muertos de su felicidad. En los libros de Ángel Santiesteban muy pocos personajes pueden darse el lujo de ser optimistas. Se trata de cubanos que nacieron y se criaron en la misma Cuba que nosotros, se trata de seres que se quedaron a vivir la misma realidad que nosotros.

Ángel Santiesteban y yo ahora vivimos a más del 1,000 kilómetros de distancia, por muchas razones mantenemos una cercanía semejante a la que tuvimos durante nuestra infancia, sólo que ahora sí tenemos la posibilidad de reencontrarnos todos los días gracias a la creación literaria y a la imperturbable manía de decir lo que se piensa tal como se piensa.


Hace apenas unas horas, Ángel puso en mis manos el farol de ferroviario de mi abuelo Aurelio. Me lo trajo de Cuba para que tuviera conmigo algo de aquel país que compartimos. Aunque al hacerlo habló de nostalgia, sé que se refería al presente y al futuro, esas dos palabras que por primera vez podemos empezar a escribir con la certeza de que pueden ocurrir de un momento a otro.


Es la primera vez que presento a Ángel Santiesteban. Con diez años de menos habría blasfemado, impúdico o sangriento, divino o alado. Ahora, ya convertido en un señor mayor, sólo celebro la alegría de seguir teniendo la posibilidad de darle un abrazo y un beso. Todas mis ambiciones se reducen a desear que todas las mierdas que nos distancian dejen de distanciarnos de una vez y por todas.


Les dejo a ustedes la posibilidad de leerle. Sólo así conocerán de verdad a este individuo huraño, cínico y temerario que volverá a La Habana dentro de algunos días. Les dejo al escritor para que compartan con él todo lo que quieran, yo me llevo a mi amigo, porque a él si lo necesito a salvo. Lo siento, él es una de las razones por las que sigue vivo el niño que fui y el hombre que dejé en La Habana, entre licores, damas y algunas noches de las que nadie más se acuerda.