LA HABANA: EL OTRO ´CONCIERTO ´
El otro 'concierto'
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¿Planearon las autoridades cubanas boicotear el espectáculo poniendo nerviosos a Juanes, Bosé y sus acompañantes?
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Por Orlando Luis Pardo
La Habana | 25/09/2009
Sube el telón y baja el telón: ¿cómo se llama la obra...?
El súper-concierto de Juanes y varias estrellas musicales en la Plaza de la Revolución ha pasado por fin. En cierto sentido, ha sido el más político de los conciertos celebrados jamás en Cuba: de un lado, el gobierno tuvo que tragarse (y anunciarlo así en la prensa oficial) cualquier conato de propaganda a priori; del otro, los músicos debieron rendir cuentas hasta el cansancio ante la opinión pública mundial, acerca de qué podría pasar o no en La Habana.
Ambos bandos, por lo demás, harían como si no recordaran del todo la legitimidad del concepto cincuentenario de Revolución. La regla de oro, por primera vez, sería ignorarla en tanto pilar histórico nacional (táctica inicial de la mayoría de las transiciones políticas).
La audiencia de medio planeta fue reaccionando ante cada avance y retroceso de las negociaciones como si asistiera a un ring de boxeo, incluidas bravuconadas y hasta piñazos digitales. Mientras, el público pasivo local no pareció enterarse de nada hasta que llegó la hora de abarrotar la arena y gritar.
La televisión cubana sí aprovechó para estigmatizar una vez más al exilio como un todo (o un lobo), así como para hermanarlo con cualquier criterio independiente emitido desde la Isla. Al respecto, por primera vez se transmitió de punta a punta del país un texto del blog Generación Y, si bien no citaron el nombre maldito de nuestra sigloveintiumnidad: Yoani Sánchez.
Afuera también se idearon contra-conciertos y pro-conciertos en paralelo con el original. Más allá de las piras de discos y las aplanadoras, el laberinto de opiniones y opciones amenazaba con hacerse infinito o, al menos, ilegible. Todo el que pudo trató de protagonizar una parte del espectáculo (excepto el funcionariado interno, auto-censurado por una especie de omerta a actuar y callar). Se hizo un silencio gratificante como augurio de la música, amplificada a tope de volumen entre el Martí de mármol y el Ché de metal.
La abulia de nuestros fines de semana se evaporó. Una vez más, todo cambio se cuela en Cuba exclusivamente desde el exterior (de ahí, tal vez, la insistencia institucional de no considerar obsoleta ninguna barrera). Incluso a los ensayos del sábado 19 asistió un público entusiasta, pero aún escéptico. A última hora algo podría salir mal. Y, de hecho, casi salió.
El pertinaz reportaje con que nuestros aparatos de seguridad cubren ciertos tipos de eventos esta vez fue muy grosero o, de lo contrario, habría que sospechar que planificaban auto-boicotear el concierto. Los nervios de los músicos desafinaron. En un clip de audio grabado a ras de pasillo, las voces a coro de Juanes y Miguel Bosé vibran con esa emoción, perdida entre nosotros, de quien se asume inocente. El cantante colombiano habla en específico de "juventud cubana" y de "futuro"; es obvio que su concepto es un corte condescendiente con cualquier Cuba anterior.
Esos parlamentos espontáneos fueron el verdadero concierto "Paz sin Fronteras" de La Habana. Hay mucha más vibración humana en ese mensaje que en todos los slogans que se soltaron en vivo (y después se citaron hasta el cansancio por los cables de cada agencia, acreditada o no tanto).
Los mecanismos de recogida y advertencia policiacas se activaron con eficacia: Cuba entera está más que "lista para la ofensiva" en su primera etapa. La "lista" de Juanes es larga y penosa como una enfermedad terminal. Otros fueron sometidos directamente en público por portar palabras sobre sus pullovers o en un cartel. Se llama libertad de extorsión y, aunque no sea legítima, seguramente es legal.
Menos de doce horas después, por supuesto, los periódicos se soltaron a vanagloriarse con su prosita pétrea de patria. Y también se televisó un apologético documental de emergencia que no me asombraría que en parte hubiera sido filmado días antes.
No obstante, la explosión mediática atizada por Juanes y compañía ya comienza a rebotar hasta en los correos .cu intranacionales. El concierto fue un exitazo, aunque no entendimos nada de lo que efímeramente pasó: Esas horas de música fueron tan breves porque es probable que no se repitan jamás (el próximo concierto nos concierne aún menos que éste). Ahora, para cuando vayamos metabolizando el sol de la alegría dominical con los chismes semanales de los atropellos, ya será muy tarde para reaccionar. Y esa inercia se llama gobernabilidad.
No hubo histerias de recibimiento ni acoso fetichista a los súper-artistas. Ni un 0,01% de su público en la Plaza de Revolución se preocupó de despedirlos en el aeropuerto. Son síntomas clínicos de una solemnidad no tan educada como edulcorada. Una gravedad sobrecogedora que tensó hasta las lágrimas todo el espectáculo de La Habana. El llanto catártico de los cantantes no cubanos podría ser una buena prueba: más que de una despedida ante el pueblo, podría inferirse una despedida de duelo.
Sube el telón y baja el telón: ¿está muy "en llamas" la obra...?
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