Sobre la actitud de la intelectualidad cubana ante la tiranía llamada Revolución Cubana
Tomado de http://abiculiberal.blogspot.com/
"Si te gusta la obra de un autor, evita por todos los medios conocerlo en persona"
Dialogando con los lectores sobre la actitud de la intelectualidad exiliar ante cisma angelical en Cubaencuentro
Por Jorge A. Pomar
Colonia
Del propio Padilla, que fue el detonante del escándalo, se puede decir sin temor a equivocarse que se metió en camisa de once varas al desacatar en el 68 el ultimátum castrista al gremio intelectual en el 61: "Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada". O sea, que el Máximo Líder apenas pretendía hacer extensivas a escritores y artistas las reglas de juego ya aplicadas al resto de sociedad marxista- leninista.
Cierto, el poeta lo hizo a conciencia, pero en el fondo de buena fe. En modo alguno había sido su intención de partida cuestionar la deriva socialista del Nuevo Régimen, con la que estaba plenamente de acuerdo. "Constructivas", las críticas de Padilla tenían como meta reencauzar al proceso revolucionario de vuelta a sus ideales originales por los carriles checos del "socialismo con rostro humano".
De todos los involucrados, sería él, demiurgo involuntario del Quinquenio Gris, quien pagaría el precio más alto en forma de trauma y quiebra familiar. Justo por haber hecho lo que, a la corta o larga, los demás no tuvieron agallas para imitar a cara de perro: romperle la pipa de la paz en la cara a las autoridades y elegir el camino del desterrado, desechando el del Hijo Pródigo dispuesto a sacarle partido a toda costa a la ordalía sufrida. Es el caso de ese Antón Arufat y Félix Sautier: cuarenta años después persisten en hacerse creer a sí mismos y al mundo la fábula de la reivindicación de las víctimas del Quinquenio Gris a partir del 76...
Cae así otra de las falacias favoritas de los intelectuales: la premisa de que el gobierno cubano se ensaña en los intelectuales y su obra porque éstos, en tanto que suprema conciencia social e instancia ética de la Isla, representan un peligro antisistémico superior a cualesquiera otras actividades y agentes subversivos. Se parte aquí de tres corolarios igual de gratuitos:
(1) Los intelectuales, por ser más eruditos que la media poblacional, poseen una mejor visión de conjunto del pasado, el presente y el futuro de la sociedad.
(2) Dicha superioridad cultural e histórica les confiere una incuestionable preeminencia moral y cívica sobre el resto de la población.
(3) Acosarlos, encarcelarlos, torturarlos, ejecutarlos, constituye un crimen mayor que hacer otro tanto con víctimas provenientes de estratos menos cultos.
Dudoso, porque el primero pasa la mayor parte de su vida vagando por los campos para sacar el jornal. En cambio, el segundo necesita la soledad para crear y ganarse la vida. Si bien es cierto que el primero está más habituado al dolor y las penalidades, no lo es menos que el bajo umbral de resistencia física del segundo es proporcional al narcisismo inherente a su oficio. Tiende, por ende, a cotizarse a sí mismo muy por encima de la causa de su cautiverio.
Por otro lado, el dominio de materias como historia, política, sociología, psicología, antropología, filosofía y ciencias naturales que posee la mayoría de los escritores profesionales es muy inferior al que alcanzan en los géneros literarios que cultivan. De hecho, lo normal es que sean conocimientos rudimentarios y esquemáticos, cuando no doctrinales por efecto de la filia política o ideológica (religión incluida) del autor.
Habida cuenta de que, de sólito, el literato se ha metido a tal, en el mejor de los casos, por vocación y/o por sus pésimos resultados en otras asignaturas del canon escolar. Por lo común, es uno de esos colegiales precoces que aprenden a hablar "bonito" antes que a pensar a derechas. El prototipo de los que sobresalen en Lectura & Composición y dejan bastante que desear en Matemática, Física, Química, Geografía, Biología, etc.
Añádase ahora la salvedad de que vocación, talento, excelencia y originalidad literarias son cualidades dispares en un mismo autor; de que se puede contar, versificar, dramatizar y disertar verbalmente, cosa que hasta los legos --pongamos, el versátil Pánfilo-- hacen a diario sin ser genios en morfosintaxis o lógica.
Y sobra constancia de que abundan los que no saben contar una historia, sienten mal, escriben peor y piensan pésimo. Lo que no les impide reclamar aplausos e ignorar críticas. De todo hay en las floridas viñas literarias del Señor de Birán y su virreinato madrileño...
Dicho por lo claro: desde el punto de vista formal, la rigurosa clasificación pro domo entre "genios" (todos los afiliados) y "mediocres" (todos los no afiliados menos los afines) que tanto gustan hacer la UNEAC y la AECC es un globo viejo que recién acaba de volver a reventar como un siquitraque en Infanta Mercedes # 43: dirigidos por la mujer fantasma en lugar del criador de perritos falderos de 17 y K en el Vedado, los intelectuales de la Diáspora están cortados por la misma tijera que sus homólogos del Archipiélago Cubensis.
En cuanto al mensaje, el contenido, la presunta preeminencia moral y cívica, quedan unos y otros muy por debajo de la vox populi de los cubanos de a pie. Aserto que, por ser una verdad evidente, huelga tanto demostrar aquí como la perogrullada de que el castrismo no persigue a intelectuales como tales. Más aún, les ha alargado un poco el dogal censorio para no asfixiarles del todo a las musas. Sabe que a los que se pasan de raya basta con enseñarles los instrumentos. O soltarlos al extranjero para que vayan por sí solos derecho al regazo selectivo de Annabelle Rodríguez, que les aporta la coartada perfecta para nadar y guardar la ropa.
Insisto: en Cuba --ni en ningún otro país del mundo-- existe algo que pueda llamarse persecución de intelectuales propiamente dicha. Al contrario, un somero cotejo retrospectivo ratifica la hipótesis de que las autoridades se ha cuidado muy bien de tratar con guantes de seda incluso a los contados escritores y artistas consagrados que han osado desafiarlo.
Por idéntico temor al que da lugar al mito de su incompatibilidad con el régimen, a saber: tienen muy buena prensa global garantizada por la bombomutual y la solidaridad gremial. Qué digo, por la progresía occidental en pleno, siempre que llenen los requisitos sin-los-cuales-no de moderación, equidistancia, corrección política, etc.
Sobre todo el de hacer el vacío alrededor de cualquier colega imprudente que "se señale" en un asunto sensible, poniendo en peligro los sacrosantos intereses pacotilleros del refinado, noble gremio de los más cultos. Disculpen que lo recuerde otra vez aquí, pero mi Alter Ego lo sabe por doble experiencia propia.
Cuando en el 89 protestó durante la plenaria de la UNEAC contra el inminente fusilamiento del general Ochoa, se estrelló contra los rostros petrificados del auditorio, ansioso por pasar al tema número uno en el orden del día: el lucrativo papel de los miembros en el desarrollo de la industria turística. Comenzaba el Período Especial. Y hace uno sobrevino el ya-visto con la AECC.
En ambos casos, se estrelló contra el silencio compacto de sus socios de la víspera: todos apartándose del apestado para que el consabido francotirador no errase el blanco, en este caso el mismo negro insolente de antes. Terminados los tiempos de jauja, empiezan los de sorda, sórdida rebatiña por no ser uno de los destetados por la Nodriza Anabelina en medio de la grave crisis de desempleo que azota la Península.
La agonía de los lechones sedientos es el principal acicate a la traición fratricida de los mamalones; callar, un mérito de lealtad; aferrarse con uñas, dientes y lengua a uno de los dos muladares jimaguas resultantes de la cordial escisión, un imperativo kantiano de carácter existencial...
En efecto, queridos Cristy y Lázaro, "nada nuevo bajo el sol" del exilio rosa. El elocuente silencio colegial ante el reciente cisma angelical en la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana (AECC) y los safaris insulares de su benemérita presidenta, forman parte de una complicidad profesional cuyas causas de fondo corren junto a los sudores fríos que les erizan el frágil espinazo ético.
En menor escala, de modo más sutil, con la poesía, la narrativa, el teatro e incluso con el ensayo, pasa algo similar que con las memorias o la autobiografía: en última instancia, nadie escribe a rajatabla contra sí mismo. Y salvo matices vivenciales, el reflejo crítico (realista, surreal, abstracto, expresionista, impresionista, minimalista...) de la sociedad es políticamente superfluo bajo la democracia, donde la prensa colma ese vacío. Y harto peligroso bajo dictaduras totalitarias, donde sólo trasciende al público en forma atenuada, subrepticia, parcial o distorsionada por descuido del censor. O si acaso, durante las etapas iniciales de reajuste gubernamental, como ocurrió en la Isla en los años 60.
Como jefe de la redacción de Europa Occidental y América del Norte, me tocó evaluar y editar, entre otros clásicos contemporáneos, a José Saramago, a quien de hecho introduje en Cuba con la alucinante novela Memorial del convento, un formidable alarde de erudición y talento narrativo detrás del cual sólo se perciben celajes marxistas no invalidantes. Pues, bien, ya en el exilio, a raíz del escándalo de su retractación de aquel tajante "Hasta aquí he llegado", volví a leer el libro.
Resultado: positivo, resistía bien los oprobios de su autor. ¿Y qué decir de la Christa Wolf de Cielo dividido, El modelo de la infancia y, ay, Casandra? Inoffizieler Mitarbeiterin, delatora de colegas en la Unión de Escritores, según los archivos de la STASI y sus propias confesiones tras la caída del Muro. Para no hablar ya de genios literarios como Alejo Carpentier y Gabriel García, tan execrables como el dogmático Saramago. Sin embargo, los tres siguen figurando entre el selecto grupo de autores que releo con placer. Junto a un sinfín de rufianes literarios desde antes de la invención de la imprenta hasta la era digital.
Créeme, Cristy, la bondad, la honestidad, el altruismo, en general las buenas intenciones programáticas son más bien lastres en la obra de un literato, que debe elegir entre ser imparcial a toda costa, trancarse a lo Casal bajo siete llaves en su torre de marfil, malvivir de lo que da el teclado defendiendo la ingrata causa de la libertad y la democracia, o firmar su pacto de sangre con Mefistófeles, igual que el Fausto de Goethe...
No en balde la trama de los relatos bélicos de Jesús Díaz, Eduardo Eras y Norberto Fuentes se tornaron algo más verosímiles y amenos cuando, a fin de realzar la apología de la masacre revolucionaria, se empeñaron en dejar atrás el maniqueísmo para intentar al menos una equiparación desigual legitimante entre milicianos y bandidos en la épica del Escambray. Por esa misma paradoja apologética libra también en cierta medida Memorias del subdesarrollo, de Edmundo Desnoes.
Sergio, el protagonista burgués, encarnación del autor, se vanagloria de desertar de familia y clase social en estampida a favor de un proletariado policromo al que mira por encima del hombro, acabará en breve largándose a su vez, so pretexto de que en la Isla socialista se acabó el queso Rockeford, sin el cual su vida carece de sentido. "Yo soy elitista, aunque creo en la justicia social... Sergio soy yo", le dirá en junio de 2009 a Jorge Camacho en entrevista para el portal literario Otro Lunes. Sus 18 respuestas confirman cuánta razón tenía, a su manera diletante, el Che con aquello del "pecado original" del intelectual burgués.
Incluso la decimonónica, canónica novela costumbrista Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde, está bien lejos de ser un relato maniqueo: la "mulata blanconaza" Cecilia no es noble sino banal y venal. La alternativa es el héroe sin tacha en narrativa y teatro, y el yo positivo en poesía. ¿Cuál poeta derrota en cursilería, sumisión y egocentrismo a un Roberto Fernández Retamar en estos versos, tan bien cortados como egocéntricos y lacrimosos, que se gastó el año del triunfo en el poema "El otro"?:
Léase: el poeta desconoce cuál de los jóvenes mártires se inmoló y, a falta del nombre y rostro concretos de su ángel de la guardia suicida, rinde una pleitesía elegíaca rentada al poder instaurado sobre el charco de sangre que debió salir de su cuerpo. Ahí está, en nuez, toda la razón de ser, toda la prosopopeya del intelectual orgánico de la UNEAC y la AECC como parásito presupuestario. El solitario mártir fundador de Cubaencuentro hasta se llamaba Jesús, quizás crucificado por hereje, entre otros móviles, para que síndica y mendicantes emplantillados pudieran seguir cobrando en Madrid por hacer más o menos lo mismo que en La Habana.
Aunque los criterios para valorar un ensayo prioricen el contenido sobre la forma, el fantasioso, rastrero ensayo Calibán viene a ser el pendiente faltante. Los recientes textos apologéticos de Ponte y Luis Manuel no se quedan atrás. Prueba de que hasta el pensamiento acaba rebajado a ficción de bajo perfil cuando su autor ha vendido su pluma al poder.
En conclusión, descontando el ensayo, donde prima la racionalidad, el lector exigente que no se rija por el rigor estético y la coherencia intrínseca de la obra literaria está condenado de antemano a leer un par de libros memorables por cada sinfín de bodrios y panfletos. A propósito, Fuera de juego ha resistido la prueba del tiempo; Los siete contra Tebas, somnífero eficaz, apenas arranca bostezos. A Sautier no lo he leído ni pienso leerlo. A esos "maricones del culo" y "maricones del alma" de que él habla en el vídeo, se suman los híbridos, que también son legión...
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