martes, septiembre 28, 2010

Consideraciones tras el primer encuentro en la Fundación Hispano Cubana con los deportados recién llegados a España: Las diatribas

Las diatribas



Consideraciones tras el primer encuentro con los deportados recién llegados a España celebrado en la Fundación Hispano Cubana el 23 de septiembre de 2010


Por Luife Galeano


Podría recoger cientos de discursos violentos e injuriosos contra la oposición y contra los disidentes cubanos. Resulta más fácil injuriarlos que razonar las cosas. Injuriar es gratis y su efecto mucho más penetrante y contumaz que cualquier alegato razonado que se ofrezca. Es más divertido también. Un comentario impregnado de crueldad soterrada es, incluso, risible. Es cierto que se requiere una pasta especial para ello pero existe, se ve y, además, suele ser evidente en los gobernantes socialistas españoles. El insulto es la forma más adecuada de exponer sus razones aquellos que no tienen la menor intención de compartirlas. Los falsos, los que invistiéndose de engañosa modestia intentan que comulguemos con ruedas de molinos unos planteamientos erróneos y saduceos.

¿Qué les impulsa a ello? Su simple egoísmo. No existen otras razones que las que se derivan de ese comportamiento tan poco solidario, infrahumano, que tan sólo vela por el yo sin el más mínimo aprecio por el semejante. Cómo ha llegado a instalarse ese comportamiento en ciertos sectores políticos de la sociedad española sólo se explica por la falta de valores y, quién sabe, si por el miedo. Habría que analizar qué hicieron los padres para educar tales hijos. Qué sentimientos llegaron a inculcar para provocar semejantes actitudes.

Pero siendo dicha forma de ser algo despreciable, más despreciable resultan las razones esgrimidas para justificar dicho comportamiento. Se escucha con demasiada frecuencia que todo se justifica porque se actúa en nombre de todos y con el único fin de favorecer a la mayoría. Nunca tanto cinismo ha impregnado a la opinión pública como en estos tiempos que corren. Decir que una actuación —a todas luces egoísta— se justifica porque se hace en beneficio de la mayoría es un engaño y, como tal, debe manifestarse de forma abierta y sin tapujos.


Tal cual sucede también en Cuba. Comentó el preso deportado Víctor Rolando Arroyo que, en la isla, la ciudadanía se escuda en una falsa moral para convivir con sus miedos. ¡Cómo iba a tirar por la borda su posición en la empresa por defender causas perdidas y represaliadas por el régimen!, le decían sus compañeros de trabajo. Es decir, no le achacaban el estar en contra sino manifestarse de forma abierta y clara contra el régimen. Ante el poder omnímodo que legisla para el bien de la mayoría, el ciudadano exhibe un buen comportamiento que lo libra de la represión.

Ello ocurre, en definitiva, porque el cubano tiene miedo a unos represores carentes de valores. Tal parezca que la sociedad cubana viva adormecida ante tales planteamientos. Son ciudadanos sometidos a un poder superior que les dicta sus actos vitales los cuales escuchan y que, cual soma ‘huxleyano’, los adormece de manera que obedezcan las órdenes como pacíficos rebaños de terneros.

Ante esa actitud, ¿qué puede hacerse? Muchos en el extranjero levantan la voz, lo denuncian, lo publican en revistas, periódicos y blogs y quedan a la espera de una reacción que nunca llega. Tal parece que ser violentos no compensa porque la sociedad se ha convertido al falso pacifismo sin percatarse que eso es ser violentado por métodos más sutiles. Hoy en día la sociedad ha renunciado a protestar por la falta de Libertad —como si ello provocase un ataque agudo de urticaria. Como mucho hablan de Paz para Cuba pero, ¿acaso estamos en guerra?

En España, es lamentable, no se esgrimen los derechos que reclama la oposición cubana porque, dicen, va en contra del bienestar común. Confunden sus razones por la corrección política, por creer, de forma equivocada, que todos son iguales. Por desgracia, el gobierno español, que se desgañita diciendo que todos somos iguales, no se percata de que los opositores y disidentes son menos iguales que los que apoyan al dictador Castro.

Y por mal que les siente a los de la corrección política, los opositores y disidentes no son iguales a los afectos. ¿Iguales en qué?, preguntan muchos. En efecto, cada ser humano es único y distinto al resto. Único y especial y, por tanto, digno de ser respetado y aceptado. No porque sean iguales sino porque son seres maravillosos. Si sólo se aceptase en función de la igualdad, ¿a cuántos dejaríamos fuera? Se acepta a los demás porque disponen del mismo maravilloso derecho a ser distintos.


Así hizo hincapié el preso deportado Normando Hernández González dándonos una nueva perspectiva de la sociedad soterrada. Diciéndonos que, a pesar de todo, existen esperanzas fundadas de que, como pueblo, vamos a salir adelante. Nos comentó que, bajo esa capa de sumisión que parece caracterizar al pueblo cubano, existe un sentido de repulsa que cobra, cada vez, más importancia. Muchos empiezan a despertar del letargo y a considerar que las orientaciones y los métodos represivos no son la respuesta; que se necesita un conjunto de valores que suplanten las falsas igualdades que pregonan los voceros del régimen. En definitiva, que empiezan a aceptarse entre sí en base a un nuevo código ético surgido —cual Ave Fénix— de las cenizas del denostado comportamiento prerrevolucionario. Un nuevo código, como se puede apreciar, que rechaza a quienes intentan imponer su voluntad por encima de las creencias y deseos que les son propios a la ciudadanía. Es decir, que exigen que se acepte el juego democrático porque, por ser distintos a los represores, sólo ese juego democrático es lo que los va a aceptar a ellos. De otra forma, no van a jugar.

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Primer Encuentro con excarcelados recién llegados a España, primera parte.




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