Editorial de Cuba Encuentro respecto a la finalizada Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba: Más de lo mismo
Más de lo mismo
Redacción CE
Madrid
30/01/2012
El gobernante Raúl Castro clausuró el domingo la Conferencia Nacional de los comunistas cubanos con una ratificación del modelo de partido único. Para él, esta centralización es la forma única, no solo de gobierno, sino también de sistema legislativo y jurídico, además del medio necesario para tener el control absoluto de los planes económicos de la Isla. Es decir, los hermanos Castro consideran que la Patria es el Estado Cubano actual, el Gobierno es su régimen, el Partido Comunista es el Comité Central, y el Buró Político comienza y termina en Raúl Castro. Así es en la actualidad. Antes la ecuación finalizaba —y en parte sigue finalizando aún— en Fidel Castro. Pero argumentar qué cuota de poder representa cada hermano es un ejercicio esteril. A la postre, todo se reduce a los Castro. Cuba se rige por un modelo de partido único que, en última instancia, determina que quien ordena y manda es una familia, por el momento limitada a dos hermanos. Tan sencillo como eso: la nación reducida a una hacienda arcaica. Lo que Raúl Castro denomina como “arma estratégica de la unidad de los cubanos” no es más que una expresión burda de aferrarse a un poder sin límites y no compartido.
Al inicio de su mandato, en sustitución de su hermano, Raúl Castro se dedicó, con énfasis y alevosía, a tirar baldes de agua fría a los que esperaban que su Gobierno llevaría a cabo cambios en profundidad y con rapidez. Ahora simplemente arroja paletadas de hielo al aire. Nadie en la población, de acuerdo a las informaciones cablegráficas llegadas desde Cuba, mostró ni siquiera curiosidad ante la reunión partidista. Los cubanos se mantuvieron ajenos e indiferentes ante la primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba.
La realidad es que, si bien el discurso inflamado de Fidel Castro terminó produciendo un cansancio enorme, las palabras sosas de su hermano menor nunca han sobrevivido al primer bostezo. No es un problema de retórica. Raúl Castro se limita a repetir incansablemente la necesidad de poner en práctica, de forma “paulatina”, cualquier cambio o proceso, como si fuera capaz de convertir en una eternidad el instante necesario para aflojar cualquier tornillo.
Si de algo sirvió la Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba —un evento que por su singularidad despertó algún interés en un primer momento, pero que pronto fue presa del bochorno en pleno mes de enero— es para ratificar la inutilidad de una institución impuesta a los cubanos por exigencias foráneas.
Definido como la vanguardia revolucionaria en la sociedad cubana, el Partido Comunista de Cuba (PCC) nunca ha desempeñado este papel. En el caso cubano —y al igual que ocurre con el resto de las dependencias de poder, desde el Consejo de Estado hasta el Secretario y el propio Buró Político del PCC— la creación y el objetivo de este tipo de estructuras hay que considerarla con una alta dosis de escepticismo.
No fue hasta 1975 que el PCC pudo celebrar su primer congreso, establecer un programa y delinear sus estatutos. Durante años, se consideró que la voluntad de Fidel Castro era la primera limitación que enfrentaba el PCC. Los congresos, plenos y reuniones fueron incapaces de modificar la forma de actuar, característica del estilo de mando del ahora ex gobernante cubano, quien fuera el máximo líder de una poderosa organización cuyas funciones y planes de trabajo se encargaba de obstaculizar en todo momento.
Tanto el Buró Político como el Comité Central se caracterizaron por su incapacidad para tomar la iniciativa ante las coyunturas de mayor relieve después de 1959.
Los ilusos no fueron solo los que esperaban que de la reunión partidista salieran reformas políticas, como acusó Raúl Castro, sino quienes creyeron que finalmente, bajo el mando del hermano de Fidel Castro, el PCC iba a desempeñar la función para la cual supuestamente había sido creado, y asumir el papel de guía del destino del país con métodos no democráticos, pero con ciertas funciones de decisión compartidas. El principio de “centralismo democrático“, que desde que lo enunció Lenin siempre ha sido mucho centralismo y nada de democracia, en parte cedería el paso a la cordura. Hubo incluso quien pensó que el famoso pragmatismo del general, ahora gobernante, iba a servir para establecer un mínimo de racionalidad en un país que ni siquiera se gobierna como un cuartel sino como una hacienda. Era tonto esperar una apertura hacia el permitir otros partidos políticos, pero al inicio del mandato de Raúl Castro se abrigo la esperanza de que surgieran tendencias, incluso dentro del mismo PCC, y que estas pudieran ser divulgadas sin temor a la represión. Este último discurso del gobernante cubano reafirma un “cerrar filas“ y un lenguaje de “plaza sitiada“ que no permite el optimismo más infantil.
Ahora queda claro que el partido bajo el mando de Raúl Castro no difiere en lo más mínimo al anterior, manipulado con abandono y desprecio por Fidel Castro. Vergüenza deberían sentir los participantes en esta reunión, si fueran capaces de albergar tal sentimiento.
El Gobierno de Raúl Castro ha vuelto a dar un ejemplo de preferir no hacer nada ante un futuro cada vez más incierto. La distinción entre poder ejecutivo, legislativo, judicial e ideológico sigue tan nebulosa e inexistente como siempre. De nuevo le reafirma a sus ciudadanos que el único destino posible es vivir al día o emigrar; les borra las esperanzas, por pequeñas que fueran, y siembra la desconfianza y el desamparo. Cuba se mueve entre una oleada de terror, ante la más mínima señal de oposición y disidencia, y el bajar la cabeza y esperar el resultado de lentos y pequeños cambios económicos que solo garantizan la sobrevivencia de algunos, en el mejor de los casos.
En lugar de aprobar “los objetivos de trabajo y los dictámenes de las comisiones encaminados a garantizar la unidad y el fortalecimiento del Socialismo”, la reunión de los comunistas cubanos reafirmó su marcha hacia el abismo. Ciegos cogidos del hombro que se dirigen hacia un precipicio, al que lamentablemente podrían arrastrar a todo un pueblo.
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