miércoles, marzo 27, 2013

Fernando Damaso Fernandez desde Cuba sobre la palabra pueblo: Una palabra gastada


Una palabra gastada


 Por Fernando Damaso Fernandez
11 marzo, 2013


La palabra pueblo es utilizada ampliamente por los políticos, principalmente por los que militan en la izquierda o en el populismo. Frases como: el poder del pueblo, el pueblo decide, el pueblo manda, la opinión del pueblo, el pueblo enardecido, el pueblo condena, el pueblo sabe, el pueblo apoya y otras muchas, se escuchan y se leen con demasiada frecuencia. Para ellos, el pueblo es un todo homogéneo, que presupone sólo a quienes comparten sus concepciones políticas e ideológicas y los generaliza, sin dar cabida a otros que piensan distinto. Sin embargo, la realidad es otra: dentro del pueblo existen concepciones coincidentes y diferentes y, por lo tanto, no constituye un coto cerrado de nadie, sino todo lo contrario, un espacio abierto ilimitado. Lo correcto sería hablar de una u otras partes del pueblo, minoritarias o mayoritarias, pero en definitiva pueblo todas.

Debido a ello, y principalmente a su utilización demagógica, la palabra no es santo de mi devoción. Prefiero la palabra ciudadano, que me resulta más justa y la que, en su contenido, encierra una alta dosis de individualidad y conciencia de los deberes y derechos. Al ciudadano lo veo como alguien bien lejano de la masa (palabra, por suerte, venida a menos desde hace años), capaz de hacer valer su presencia en la sociedad.

Uno de nuestros principales problemas (no el único, por cierto) es el haber aceptado ser enclaustrados en esta concepción genérica de pueblo, y no haber defendido nuestra condición de ciudadanos. El pueblo, al igual que la masa, siempre ha sido manipulable y ha servido de plataforma y de apoyo a políticas erróneas, en detrimento de la nación, lo cual no hubiera sucedido ante una sociedad de ciudadanos, cumplidores de sus deberes, pero exigentes del respeto a sus derechos.

Restablecer este papel de ciudadanos es una tarea ardua y compleja, pero necesaria si queremos realmente superar este vacío moral y cívico en el que nos encontramos, algo imprescindible para los verdaderos cambios económicos, políticos y sociales que exige el país.