martes, marzo 12, 2013

Miguel Sales Figueroa: La momia de Hugo Chávez Fr'ias

La momia de Chávez


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Atrincherados tras la momia, los albaceas del chavismo comprobarán que la transmisión póstuma del carisma es un asunto muy complejo en cualquier otro país que no sea Corea del Norte.
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Momia de Lenin. (NOTICIAS.ES.MSN.COM)


Por Miguel Sales
 Málaga
 12 Mar 2013

Nadie puede acusar al difunto Hugo Chávez ni a sus seguidores de haber ejercido la moderación y el buen gusto en los 14 años que duró la dictablanda boliburguesa del caudillo de Barinas, oficialmente denominada "socialismo del siglo XXI". Por eso la decisión de momificarlo y exhibirlo para la eternidad, tomada por sus herederos, resulta coherente con la trayectoria histriónica de una figura que soñaba con ser histórica.

Por el momento, esta última dimensión todavía no está garantizada. Pero, en un plano más prosaico que el de la posteridad, sus secuaces albergan la esperanza de que el fiambre actúe como un talismán que mantenga vivo el recuerdo del héroe epónimo en las nuevas generaciones de venezolanas y venezolanos (como dicen ahora los progres), prójimos y prójimas (como decía Quevedo) que aportarán disciplinadamente su voto a los epígonos del difunto. Aunque ese efecto tampoco está asegurado, habida cuenta del estado general del país y la manera en que el equipo presidencial gestionó el óbito y el papeleo conexo.

La inflación, la deuda y el déficit presupuestario, el deterioro de la industria petrolera, el desabastecimiento, el nepotismo, la corrupción y la inseguridad ciudadana se han agravado en los tres últimos lustros. Tras abusar del poder y despilfarrar los colosales ingresos del petróleo para comprar alianzas y lealtades dentro y fuera de Venezuela, Chávez deja a sus sucesores una nación más frágil y dividida, quizá más fácil de dominar a corto plazo, pero minada por conflictos que, de mantenerse la línea política actual, no tardarán en agravarse y poner en peligro el proyecto socialista

El secretismo, las verdades a medias y las mentiras enteras con que ocultaron la evolución de la dolencia del mandatario, su internamiento en un hospital de La Habana y el regreso clandestino a Caracas, las célebres fotos en las que aparecía sonrosado y sonriente, apenas unos días antes de fallecer, el silencio absoluto que Chávez guardó a partir del 11 de diciembre, los decretos que supuestamente firmó y los nombramientos que al parecer otorgó, las acusaciones de que el enemigo imperialista le había inoculado el cáncer: todo ese cúmulo de despropósitos apunta a una incapacidad palmaria de la jerarquía chavista para ponerse de acuerdo y afrontar la crisis con un mínimo de ecuanimidad y eficacia. Esa inepcia es incluso más notable porque se manifiesta a pesar de la presión en pro de la unidad que ejercen los hermanos Castro, principales interesados en que el poder se transmita sin sobresaltos para que el petróleo y los subsidios venezolanos sigan llegando a Cuba.

La decisión de embalsamar el cadáver y exhibirlo como reliquia supera las cotas mundiales de kitsch alcanzadas previamente por Muamar el Gadafi, Sadam Husein y la prole de Kim Il Sung. Pero aun atrincherados tras la momia, los albaceas del chavismo comprobarán muy pronto que la transmisión póstuma del carisma es un asunto muy complejo en cualquier país que no sea Corea del Norte. El presidente interino, Nicolás Maduro, parece convencido de que Chávez, como el Cid legendario, seguirá ganando batallas después de muerto. Quizá porque no ha leído a Thomas Paine, que ya en 1776 advertía: "la vanidad y presunción de gobernar más allá de la tumba es la más ridícula e insolente de las tiranías.