Nota del Bloguista
Antes de 1959 ya Cuba ocupaba un lugar muy destacado a nivel latinoamericano y mundial en salud, educación, economía y otros aspectos. Todo eso fue obtenido sin que Cuba tuviera apenas Deuda Externa; o sea, todos esos logros fuerton producto del trabajo y del esfuerzo del pueblo cubano. Algo bien diferente a lo ocurrido en Cuba después de 1959 donde se endeudó a Cuba con el campo socialista, el Club de Paris, etc., con cifras descomunales respecto al Producto Interno Bruto, PIB, pese a los subsidios soviéticos, la política económica de ¨los precios deslizantes¨ con los países socialistas, la condonación (o remisión) de deudas cubanas (condonación es el acto jurídico mediante el cual una persona o país que es acreedora de otra decide renunciar a su derecho liberando del pago al deudor)m etc..
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La fiesta del gran fracaso
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¿Hay algo que celebrar el 26 de Julio?
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Por Eugenio Yáñez
Miami
27/06/2013
El régimen se prepara para celebrar por todo lo alto la efemérides. Jubileo, número redondo, al cumplirse sesenta años del acontecimiento. Fiesta nacional, y con proyección internacional, para celebrar por todo lo alto el rotundo fracaso del 26 de julio de 1953.
Desde 1959 el castrismo ignoró las celebraciones históricas tradicionales cubanas (24 de febrero, 20 de mayo, 10 de octubre, 7 de diciembre), y convirtió la exaltación del fracaso del 26 de julio en una gran fiesta nacional, con invitados extranjeros incluidos, para proclamar la condición invencible de los vencidos y cimentar el mito de que la verdadera historia de Cuba libre comenzó aquella madrugada de Santa Ana en 1953.
Las generaciones más recientes de cubanos en la Isla reciben desde su nacimiento versiones falsificadas de la historia cubana y de los detalles vinculados al fracasado intento. Nunca las exégesis oficiales dirán a los cubanos que, de todos los autos que partieron desde la finca Siboney para el insensato ataque al Cuartel Moncada, el único que “se perdió” en el camino fue el vehículo en que viajaba Fidel Castro, uno de los pocos asaltantes criado en Santiago de Cuba; ni que tan pronto como se constató el fracaso del intento —casi al comenzar las acciones— Fidel Castro ordenó la retirada y, como el gran líder que siempre ha sido, fue de los primeros en salir corriendo; ni que, escondido en la Sierra Maestra después de su precipitada huída, al ser descubierto no intentó ni de broma combatir, y de inmediato se entregó.
Desde el triunfo revolucionario de 1959, a través de la propaganda sistemática, las leyendas se han enriquecido continuamente en el imaginario popular, del que se retiran narraciones inconvenientes y se exaltan la supuesta visión, sabiduría y convicciones del Comandante. Y se pretende demostrar, además de que el Apóstol José Martí habría sido el autor intelectual de la aventura del Moncada, que desde el inicio el programa político de quienes participaron en el asalto preveía todas las declaraciones, acciones, conductas, posiciones y actitudes mantenidas por Fidel Castro durante los sesenta años posteriores al gran fracaso de 1953.
Así ha surgido y crecido el mito del llamado Programa del Moncada, supuestamente delineado y explicado por Fidel Castro en el juicio por los acontecimientos del 26 de julio de 1953. Sin embargo, de sus palabras ante ese tribunal solamente ha quedado la versión reconstruida por él mismo mientras cumplía cómoda prisión —con cocina propia en la celda y permanentes privilegios— con todo lo que de olvido, omisiones y percepciones distorsionadas puedan incluir. De manera que el mito del Programa del Moncada surge de otro mito, un supuesto y extenso discurso reproducido prácticamente con exactitud taquigráfica por su propio autor muchas semanas después.
Sin embargo, aun aceptando ese mito basado en otro mito, las razones para la celebración de supuestos éxitos en estas fechas no aparecen por ninguna parte. Los seis mencionados componentes del Programa del Moncada (tierra, industrialización, empleo, vivienda, educación y salud), vistos no en detalles puntuales, sino en una visión global que abarque los sesenta años de la leyenda, no resultan favorables al castrismo, a pesar de las apariencias superficiales y de los océanos de propaganda vertidos sobre las mentes de los cubanos y del resto del mundo durante seis décadas. Repasémoslos brevemente:
De la agricultura “revolucionaria” ¿hay algo que celebrar? El mayor latifundista cubano es y ha sido el estado totalitario, y al mismo tiempo el más improductivo e ineficiente que pueda ser encontrado. Con las tierras cubanas cundidas de marabú, y teniendo que importar más de mil seiscientos millones de dólares anuales para mal alimentar a los cubanos, los logros del Programa del Moncada en la agricultura, además de falsos, son absolutamente bochornosos.
De la industrialización podrían señalarse determinadas (e ineficientes) inversiones realizadas en todos estos años, pero a día de hoy lo que ha quedado es una industria azucarera desmantelada, obsoletas fábricas del “campo socialista”, maquinarias de la época pre-revolucionaria que milagrosamente continúan funcionando, y chatarra de las fracasadas inversiones diseminada por todo el país. Paradójicamente, las fuentes que más dinero aportan actualmente a las arcas del gobierno no tienen nada que ver con la “industrialización” tan pregonada por Fidel Castro y Che Guevara: turismo, remesas, servicios médicos al exterior, biotecnología.
Lo del empleo podría ser un chiste de mal gusto si no fuera tan dramático. Según cifras oficiales, Cuba es ejemplo de pleno empleo. Nunca se menciona el desempleo escondido en las plantillas estatales infladas, ni que el gobierno de Raúl Castro tuvo que detener el cese forzado de casi la cuarta parte de los empleados estatales por temor a una crisis social de incalculables proporciones. El cuento de que el cuentapropismo que surge entre coyundas y arbitrariedades estatales absorbe el desempleo no deja de ser un mito: sólo el 18% de los cuentapropistas tenía vínculo laboral con el Estado antes de incorporarse a sus actuales actividades.
¿La vivienda? No hay que discutir cifras ni proyecciones para comprobar “la obra de la revolución” en el sector de la vivienda. Basta con “andar La Habana” y las ciudades y pueblos del interior, preguntarle a los damnificados que han perdido su vivienda por huracanes o derrumbes por falta de mantenimiento en las últimas décadas, o a los que viven en condiciones casi infrahumanas en albergues, entre la promiscuidad y la falta de higiene y condiciones materiales, o a los que se hacinan en barrios marginales en cualquier parte del territorio nacional.
¿La educación? Indudablemente, hubo avances espectaculares e importantes con la campaña de alfabetización, la construcción de escuelas, la elevación del nivel educacional de los cubanos, y la ampliación del derecho a la enseñanza en todo el país. Y también hubo catástrofes dañinas, como la destrucción de vínculos familiares y principios morales con la masificación de becas y escuelas en el campo; pérdida de conocimientos de los estudiantes, a los que se negaron o limitaron enseñanzas imprescindibles para aumentar la carga ideológica en sus estudios y carreras; en la formación básica de los estudiantes en sus primeros años, por haber subestimado todo el tiempo la preparación de profesores y recurrir a esperpentos como la “televisión educativa” y los “profesores emergentes” inventados por Fidel Castro; o la demagógica “universalización de las universidades”, que restó rigor, profundidad y calidad a los estudios universitarios en todo el país.
Finalmente, la salud pública, la joya de la corona de la dictadura. Negar sus evidentes logros, tanto de carácter científico como social, no solamente sería torpe e injusto, sino también absurdo. Sin embargo, llevar las estrategias de salud pública a los extremos, sin tener en cuenta realidades y posibilidades de la economía cubana, pretendiendo un nivel de salud pública escandinavo basado en un nivel de productividad económica africano o haitiano, además de absurdo, es criminal. Y montar todo ese andamiaje propagandístico y demagógico basado en la sobreexplotación de los médicos y todos los trabajadores de la salud, el desprecio por sus intereses personales, la separación forzada de sus familiares por largos períodos de “internacionalismo”, o privilegiar la atención a extranjeros sobre los nacionales, son hechos que muy difícilmente podrían justificarse en un análisis serio y desapasionado.
Entonces, ¿realmente hay algo que celebrar el 26 de julio? Para el régimen, claro que sí. Y los que quieran creer en las bondades de “la revolución”, también dirán que sí. Y están en todo su derecho si viven en una democracia. Los que prefieran analizar resultados y realidades sin marearse con promesas o consignas, podrán decir lo contrario. Y también estarán en todo su derecho, gracias a vivir en una democracia, porque en Cuba no tienen ese derecho a expresar sus ideas si no son las del gobierno.
Cada lector podrá decir si tiene algo que celebrar por el 26 de julio, o no.
Para mí está claro: la fiesta del castrismo es la fiesta del gran fracaso. Nada más.
© cubaencuentro.com
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