miércoles, agosto 21, 2013

Alfredo M. Cepero: ¿DÓNDE SE METERÁN LAS RATAS?

¿DÓNDE SE METERÁN LAS RATAS?
 
 
Por Alfredo M. Cepero
 
 
¿Del tirano? Del tirano 
 Di todo, ¡di más!, y clava 
 Con furia de mano esclava
Sobre su oprobio al tirano.
 Jose Martí
 
 
Los tiranos más asesinos y longevos de América se acercan al final inevitable de su régimen de oprobio. No hago esta afirmación categórica porque estoy borracho, he consumido drogas alucinógenas, he perdido mi capacidad de diferenciar sueños de realidades o me dejo arrastrar por la pasión de ver a Cuba libre que consume y ha consumido mi vida por más de medio siglo. Todo lo contrario. La hago basado en la lógica irrefutable, incontrovertible e inapelable del almanaque y en el análisis de la conducta ego centrista y resentida de dos monstruos que siempre han puesto sus intereses personales por encima de la felicidad del pueblo de Cuba.
 
El Castro viejo hace más de cinco años que está políticamente muerto y ya vislumbra en el horizonte cercano su muerte física. Al Castro "chiquito"--no en edad sino en capacidad y principios--le han fracaso todas las fórmulas para motivar al pueblo a producir riquezas que con absoluto descaro le roba el gobierno. Y los padrinos internacionales que han mantenido a flote el casco agujereado de su desastre económico son cada día más pobres o han perdido interés en la posición geográfica de Cuba como factor de importancia geopolítica.
 
Para colmo de males, los tiranos no cuentan con una generación de relevo. Su paranoia los ha llevado a defenestrar a todo aquel pudiera algún día retar sus poder omnímodo de horca y cuchillo. Sus descendientes son una caterva de holgazanes y mantenidos. Desde el mediocre de "Fidelito", destituido de su cargo esporádico por su diabólico padre, hasta los vividores anodinos de la bruja Dalia han mostrado una total aversión a la difícil tarea de apuntalar una tiranía en caída vertiginosa.
Para el Castro viejo, la única alternativa de salvar el régimen, aunque fuera hasta su muerte ya cercana, fue trasladar el poder al matarife de su hermano con demasiados años y aún más problemas como para ser capaz de cambiar el curso del régimen hacia el precipicio. Y nada indica que ni la cínica mujerzuela que se proclama defensora de los homosexuales o el tuerto que preparan en el Ministerio del Interior como represor de opositores serán capaces de sustituir a su padre como administradores de la bodega castrista. En cuanto a castrados como Diaz Canel o cualquier otro que pongan en su lugar, estoy convencido que son solo elementos de distracción dentro de una agenda cuyo único objetivo es prolongar la tiranía.
 
¿A qué vienen todos estos argumentos que no son nuevos y que hoy comparto con ustedes? Un reciente titular de prensa narra el acoso justificado a que fueron sometidos dos esbirros de la tiranía que habían buscado refugio y hasta logrado beneficios gubernamentales en los Estados Unidos. Crescencio Rivero, oficial del sistema de prisiones en Villaclara, y su mujer Juana Ferrer, oficial de la Seguridad del Estado, pasaban desapercibidos en el exilio hasta que fueron denunciados por sus víctimas. Ahora han perdido los beneficios logrados en forma fraudulenta y, al menos Crescencio, se dice que ha regresado a Cuba para evadir el escándalo. Por desgracia no son los únicos, no son los primeros, ni serán los últimos en tomar este camino para escapar al castigo que se les vendrá encima cuando caiga la tiranía.
 
A propósito del castigo, uno de las más consumados patriotas cubanos de nuestro tiempo, Don Carlos Ripoll, en un artículo titulado "En Defensa del Castigo", lo puso con su acostumbrada claridad y coraje: "Para que mañana en Cuba no llegue un antiguo torturador de prisiones a policía, o un ladronzuelo a presidente de la banca, o que se les concedan cargos a miembros de la gavilla que hasta el fin apoyaron voraces la tiranía, con toda probidad se debe castigar a los culpables." Yo me suscribo a ese planteamiento con todas las fuerzas de mi ser.
 
Los dos personajes mencionados, sin embargo, no se encuentran entre las principales alimañas que han facilitado con su maldad la permanencia de la tiranía. No perderé su tiempo ni el mío citando frías estadísticas que no son capaces de transmitir o estimular emociones. Prefiero citar algunos hechos que si tienen la capacidad de ilustrar el argumento y fortalecer la voluntad como elementos que conduzcan a un castigo ejemplarizante cuando caiga la tiranía. En beneficio de la brevedad no tengo otra alternativa que limitarme a los más recientes. Para ello, cito los asesinatos de Laura Poyan, de Oswaldo Paya, de Wilmer Villar y de Orlando Zapata.
 
Ahora bien, tendríamos que remontarnos a la salvaje represión de Valeriano Weyler para encontrar en nuestra historia actos tan horrendos como el hundimiento del Remolcador 13 de marzo con sus 41 víctimas (entre ellas diez niños) cuyo único delito fue tratar de escapar de la horrenda pesadilla castrista. Lo mismo podemos decir del derribo por Migs militares cubanos de las dos avionetas civiles de Hermanos al Rescate donde fallecieron cuatro samaritanos en misión de rescate de náufragos en el Estrecho de la Florida.
 
Raúl Castro, cuyas órdenes directas fueron grabadas, Juan Pablo Roque que mandó la información a los tiranos y los dos asesinos ufanos de su crimen, Francisco y Lorenzo Pérez Pérez, irónicamente nacidos del mismo infortunado vientre, son ratas que tienen que ser perseguidas y castigadas en cualquier madriguera del mundo en que se escondan. Los judíos persiguieron y mataron a Adolf Eichman 17 años después de su participación en el holocausto. Ellos no olvidaron y, por ello, son respetados. Si los cubanos queremos ser respetados y, sobre todo, respetarnos a nosotros mismos, tampoco podemos olvidar.
 
Estos cobardes que hoy arrastran mujeres, golpean presos indefensos y asesinan ciudadanos pacíficos dirán que acataban órdenes superiores, que temían el castigo de sus jefes si se negaban a cumplir órdenes y hasta fingirán una total amnesia en cuanto a los delitos que se les imputen. Llegarán incluso a la cobardía de pedir clemencia como Gadafi en Libia y el Che Guevara en Bolivia. Ninguna de esas excusas debe impedir que sobre ellos caiga todo el peso de la justicia. Esos fueron los mismos argumentos de los esbirros de Hitler durante los juicios de Nuremberg y a los jueces no les tembló la mano.
 
En Cuba vamos a necesitar jueces con el coraje y la integridad de los de Nuremberg. Nuestros reos, como los de Nuremberg, deben ser juzgados bajo cargos de crímenes de guerra, conspiración, crímenes contra la humanidad y crímenes contra la paz internacional. Las pruebas las tendremos en los cementerios cubanos, los paredones de fusilamiento, el financiamiento de las guerrillas en todo el globo y las invasiones en África e Hispanoamérica. Como hemos visto en días recientes, esta gentuza comunista cubana todavía mantiene estrechos lazos con regímenes gemelos en el terrorismo internacional como Corea del Norte.
 
El italiano Aldo Baroni, dijo una vez con cierto sarcasmo y una buena dosis de verdad que los cubanos somos "un país de poca memoria". Quizás por eso hemos sufrido tantos descalabros y experimentado tantas decepciones. Esta vez no podemos olvidar y tenemos que castigar a los culpables. No para desmentir a Baroni sino para salvar a Cuba.
 
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Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

La independencia cubana no pecó de generosa; se vistió de magnanimidad y sentido común.

En las luchas de Independencia se cometeron crímenes y excesos de ambas partes; tanto individuales como colectivos. Castigar los crímenes de la parte derrotada sin castigar los crímenes de la parte vencedora se llama venganza o vendetta, como se les quiera llamar.

Si bien es cierto que en ¨... la independencia en los Estados Unidos: terminada la guerra se castigó a los delincuentes, y de por vida se les prohibió a sus enemigos ocupar puestos públicos, quienes ajenos a la prosperidad nacional decidieron emigrar¨, también es cierto que la urgencia de la situación cubana, dada la devastación del país, exigía que los más capaces de sacar adelante al país fueran los que ocuparan las responsabilidades para aprovechar la experiencia adquirida. Casi sesenta años después el triunfo revolucionario de 1959 y la política de segregación seguida por el Estado revolucionario con las personas no simpatizantes con el régimen impuesto, demostró lo catastrófico de que las riendas de la política y de la economía de un país las lleven personas inexpertas, pese a que la situación del país fuera en 1959 inmensamente mejor que la que tenía el país en 1898.

Si queremos algún día tener una Patria de la que nuestros hijos y nietos no se sientan avergonzados de nuestro actuar revanchista; si queremos tener una patria en la que hayamos contribuido con nuestro actuar en el establecimiento de una verdadera y total democracia, debemos aplicar una Justicia con Misericordia y no la Ley del Talión, o sea, nada de ojo por ojo y diente por diente.

Sobre las razones por las que al terminar la Guerra Hispano Cubano Americana en 1898, se derogaron las leyes que castigaban a los que combatieron en contra de la Independencia cubana cometiendo abusos y crímenes, les sugiero leer mi artículo UN EJEMPLO de GENEROSIDAD, TRANSIGENCIA Y MAGNANIMIDAD M A M B I S A , publicado en el número 40 de la revista Vitral en el año 2000, cuando aún yo vivía en Cuba. En ese artículo está íntegramente el ACTA DEL CONSEJO DE GOBIERNO en donde se señalan y explican esas razones. Un fragmento de dicha acta:

¨El Consejo de Gobierno: considerando que suspendidas las hostilidades no deben mantenerse vigentes disposiciones que coarten la libertad de los encargados de pactar la paz, cuando está ya reconocida por España y los Estados Unidos la independencia de Cuba y que en tales circunstancias es inútil privar al ejército español de noticias y prácticos que a veces hasta será un deber facilitarle para que pueda realizar la evacuación del territorio convenida con los Estados Unidos. Considerando que terminada la guerra deben cesar las pasiones y odios desarrollados durante la lucha, realizando de este modo la unión de todos los cubanos bajo nuestra bandera, que es símbolo de libertad y no de venganzas ni rencores. Considerando que en estos momentos los Jefes del Ejército deben extremar su celo para que no quede sin castigo ningún atentado contra la seguridad personal y que con ocasión del contacto entre nuestras fuerzas y las personas que han estado al servicio de España, no se ejerciten venganzas privadas en las que el crimen de uno mancha el prestigio de todos.

Acuerda el Consejo: Primero, suspender en sus efectos hasta nueva orden el párrafo segundo en su último extremo y los párrafos nueve, diez, trece, catorce y quince del artículo cuarenta y ocho de la Ley Penal. Segundo, conceder amnistía a los culpables de cualquiera de los delitos definidos en el artículo cuarenta y ocho de la misma Ley ¨


Para leer ese artículo pueden ir a http://www.vitral.org/vitral/vitral40/hecyop.htm
 
 
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En defensa del castigo

Por Carlos Ripoll

Toda persona tiene derecho a manejar a su modo la afrenta que padece. A unos los llevará al odio y a superar acaso el delito con la venganza; a otros al aguante y hasta la disculpa de quien les produjo la pena. Hay delitos unipersonales y hay delitos que afectan a muchos, y aun a ideas y sentimientos. Se pueden perdonar los primeros, pero los que no son exclusivos obligan a castigar al culpable. El crimen de lesa patria no puede quedar impune, es colectivo, y a muchos obliga la justicia.

La independencia de Cuba pecó de generosa. Por el cansancio del conflicto, y con la mano extranjera en el apuro de la codicia, los delitos de España quedaron impunes. Había Martí prometido en el Manifiesto de Montecristi que ''la guerra, y después de ella'', iba a ser ''piadosa con el arrepentimiento e inflexible con el vicio, el crimen y la inhumanidad''. Pero no pudo el país ser ''inflexible con el vicio, el crimen y la inhumanidad'', ni tuvo la compasión cabida para los arrepentidos, porque, sin los castigos necesarios no floreció el arrepentimiento. Fue así que muchos de los enemigos de Cuba libre disfrutaron del poder y siguieron influyentes en el comercio, la prensa y la enseñanza. De manera indiscriminada, sin excluir a los criminales de guerra ni a otros responsables de los abusos cometidos durante la colonia, el Tratado de París obligó a Cuba a respetar en los españoles de la isla, ''todos sus derechos de propiedad, y además el derecho de ejercer su industria, comercio o profesión''. Al ver así el cubano esposada la justicia, cundió el desánimo y le fue más fácil alternar en la república, durante 57 años, el desgobierno y el latrocinio. Aquellos polvos le facilitaron el camino al medio siglo de fango que aún padece la isla. Más previsores fueron los padres de la independencia en los Estados Unidos: terminada la guerra se castigó a los delincuentes, y de por vida se les prohibió a sus enemigos ocupar puestos públicos, quienes ajenos a la prosperidad nacional decidieron emigrar.

Para que mañana en Cuba no llegue un antiguo torturador de prisiones a policía, o un ladronzuelo a presidente de la banca, o que se les concedan cargos en la cultura y la educación a miembros de la gavilla de escribidores, actorcillos y poetines que sin contrición y hasta el fin apoyaron voraces la tiranía, con toda probidad se debe castigar a los culpables.

Ante el desastre del marxismo-leninismo criollo andan allá ahora con recetas chinas y concesiones capitalistas para mantenerse en el poder. Al amparo de una dialéctica falsa retroceden, devolviéndole a gotas al cubano los instrumentos de trabajo, el usufructo de la tierra y de la vivienda, el acceso a la comodidad y a la juguetería electrónica que los complejos de un habilísimo orate le había prohibido. Y ante el miedo de un cambio mayor, bajo el mando de Castro el chiquito, en control de la economía, su pandilla se abastece de riquezas nacionales y de cuentas y pasaportes extranjeros, por si aquello no termina en otro Tratado de París. Y hasta entre las víctimas de sus excesos buscan apurados perdonadores oficiosos que movidos por el olor del pesebre andan con el bolsillo lleno de cordialidades, coloquios e indultos. Ni a ésos se les debe perdonar, porque como dijo Martí, ``Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca, quien lo sienta a su mesa; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado''.

Dice la defensa del perdón incondicional que Jesús perdonó. Sí, cuenta el Evangelio que, en medio de los agravios, desde la cruz alzó los ojos al cielo y dijo: ''Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen''. En verdad no lo sabían aquellos soldados, pero Cristo perdonó porque era suyo el dolor: el de los clavos en sus manos y sus pies, el de la esponja de vinagre en los labios, el de la lanza que le atravesaría el costado. Pero cuando no le fue propia la injuria, cuando vio el sacrilegio de los mercaderes en el Templo, ni perdonó ni demoró el castigo: cuentan también los evangelistas que cargó contra ellos y ''se puso a expulsar a los que allí vendían y compraban, y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los mercaderes'', y les dijo: ''Mi casa es casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones''. Y en aquel justo castigo, látigo en mano contra los que pecaban en el Templo, al llegar a oídos de los escribas que ''buscaban cómo perderle'', cuenta San Marcos, empezó el camino de la cruz.

Dicen otros que quien no perdona lleva en el alma el peso de su amargura. Derecho se tiene a perdonar lo propio, lo que a uno le toca del crimen, pero no más. Cuba fue el primer muerto del castrismo, el primer alzado, el primer preso, el primer disidente, el primer exiliado, y si pesa la defensa del castigo, siempre, en la razón y la justicia, que pese. Cuba es nuestro Templo.