miércoles, septiembre 04, 2013

Luis Cino desde Cuba: Que no cuenten conmigo para el culebrón

 Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Cino escribe:

¨... el oficial con nombre bíblico  que se ocupaba de vigilarme sin yo saberlo, visitaba desde hacía meses a mis dos hermanos, fidelistas hasta la médula, para convencerlos de que me harían un gran favor a mí si colaboraban con él para evitar que  “la contrarrevolución”, aprovechándose de mi resentimiento por los errores que se habían cometido conmigo,  me manipulara...¨

 Esto hace que recuerde que Julio Martínez Andrade fue reclutado por el Departamento de Seguridad del Estado  para que traicionara a uno de sus hermanos, el cual era   jefe de los alzados en la provincia de Camgüey. Julio Martínez Andrade fue exfiltrado  y entrenado; su otro hermano ya había caido  en la lucha. Los hermanos de Julio eran los legendarios Arnoldo Martínez Andrade y Juan Martínez Andrade. El jefe de los alzados de la provincia de Camgüey fue muerto antes de que su hermano cumpliera totalmente su traicionera  misión. 

En el libro autobiográfico Informe contra mi mismo, del ya fallecido ¨Lichi ¨ Diego, el autor narra como se le pidió que vigtilara e informara sobre su familia. Eliseo Diego era su padre.

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Que no cuenten conmigo para el culebrón

Por  Luis Cino


Por estos días me ocurren  hechos raros. Demasiados para ser casuales.  No hablo de descubrir cuando voy a ciertos lugares que tengo seguimiento, más o menos discreto. Tampoco me refiero a ciertos vecinos, famosos por su lengua larga y sus orejas bien grandes para escucharnos mejor, que no despegan los ojos de mi ventana.  Ya me he acostumbrado a todo  eso: lo asumo como parte de mi cotidianidad.

Me refiero al desagradable culebrón en que parecen me quieren convertir el día a día.

Cuando no estoy en casa, viene gente que no conozco y me dejan  extraños recados que no entiendo, de parte de personas cuyo nombre nunca he escuchado. 

Recibo anónimos y disparatados mensajes sms que  no quiero asumir como  amenazas;  me llaman por mi móvil y no responden, se ríen, emiten ruiditos guturales o me insultan. Y ni ocuparse de devolver la llamada: siempre una voz grabada  responde que ese número no existe. A propósito de mi móvil, obviamente pinchado  por la policía política, siempre que me llaman determinadas personas, se siente un ruido que apenas me deja escuchar lo que me dicen del otro lado de la barullera línea. Lo curioso es que eso pasa siempre con las llamadas de las mismas personas, que da la casualidad, son disidentes.   
    
Por estos días, han aparecido en mi puerta porquerías que sospecho sean lo que por acá llamamos brujería: un trapo  embarrado de sangre, un mechón de pelo atado  con una cinta roja y un trozo podrido de no sé qué animal.  

Como han visto que eso no  ha funcionado - no creo en brujerías- han tenido que recurrir a otros métodos. Hace unos días hallé entre las malanguetas del cantero, una botella de ron Corsario que estaba por la mitad. Solo que por el tufo y el color, no parecía ron, ni siquiera del malo, sino alcohol. Por si acaso, no lo probé. No creo tener admiradores tan fervientes que me coloquen  ofrendas etílicas  en la puerta.  ¿Y si era alcohol de madera? ¿Se imaginan el gustazo que  le daría a los jefazos de la Seguridad del Estado si muero de una intoxicación con  metanol, como cualquier borrachito de barrio, y así se libran  de mí sin necesidad de meterme preso?

Aunque, como todo disidente,  tampoco descarto la posibilidad de que en cuanto tengan un chance, me envíen a prisión. Solo faltaría darles  un motivo. Y me  ponen últimamente  suficientes trampas de todo tipo  como para que peque y les dé la posibilidad de meterme en chirona. Por alteración del orden, escándalo público, por feo, por lo que les dé la gana. Y nunca será, ¡mire usted qué cosa!, por razones políticas.

 En mi barrio, varias personas me han advertido últimamente, en disímiles circunstancias, venga al caso o no,  que tenga cuidado no vaya alguien a “echarme la patrulla”.  Y siempre me advierten: “recuerda que no te conviene”.  

Créanme, no quiero ponerme paranoico, y menos todavía pensar que alguien enviado por la policía política  ha inducido a personas que quiero para crearme una delicada situación familiar.   Sé con qué clase de gentuza  lidio. Sé que suelen recibir órdenes monstruosas y que no tienen escrúpulos para  cumplirlas.

 Sé de las intrigas que crea la Seguridad del Estado dentro de las familias de los opositores. Hace poco supimos de los intentos de un oficial por captar como informante al hijastro de un opositor en Holguín. Al represor no le importó que el joven padeciera trastornos mentales desde niño,  más bien se aprovechó de esa circunstancia, para encargarle que vigilara a su padrastro.

¡Ay, Snowden, tú que hablas de espionaje electrónico! ¡Y todavía hay gente que se asusta!

No me gusta recordar, pero tampoco logro olvidar, que hace unos catorce años, antes de chocar de frente conmigo por primera vez para cuestionarme  por ser periodista independiente, el oficial con nombre bíblico  que se ocupaba de vigilarme sin yo saberlo, visitaba desde hacía meses a mis dos hermanos, fidelistas hasta la médula, para convencerlos de que me harían un gran favor a mí si colaboraban con él para evitar que  “la contrarrevolución”, aprovechándose de mi resentimiento por los errores que se habían cometido conmigo,  me manipulara.  ¡Va y hasta conseguían llevarme de vuelta al redil! 
             
Repito, no quiero ponerme paranoico y asociar  mis actuales problemas familiares con represores y chivatos. Es mejor para todos que se queden fuera. Sepan que si me quieren convertir la vida en una telenovela bien movidita, a mí no me gustan las telenovelas. Me caen muy antipáticos los héroes de las telenovelas.  Eso, por si algunos  han  decidido que yo sea el bueno del culebrón. No tengo paciencia para esperar una tonga de capítulos. Suelo impacientarme, empingarme, correr hacia delante y embestir. Aunque me parta la cabeza. A fin de cuentas, ya se arreglará. No será la primera vez.

luicino2012@gmail.com