lunes, enero 13, 2014

Monseñor de Céspedes. Andrés Reynaldo sobre el recién fallecido en Cuba Monseñor Carlos Manuel de Céspedes y García--Menocal

 Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Monseñor Manuel Hilario de Céspedes y García Menocal, actual Obispo de la Diócesis de Matanzas, estudió y se graduó de Ingeniero Eléctrico  en Puerto Rico en 1966. Estudió para sacerdote y fue ordenado en 1972; llegó a Cuba en 1984. El Padre Manolo es en varios aspecto muy diferente a su fallecido hermano; su claro gesto de disgusto  al tener que pasar por el trago amargo desaludar a Raúl Castro  en el protocolo  de despedida al Papa Benedicto XVI en su visita a Cuba Cuba en contraste con el gesto de adulonería  de su hermano en esa despedida habla por sí sólo de esa diferencia . El padre Manolo era el asesor del Centro de Formación Cívica y Religiosa de la Diócesis de Pinar del Río y de la revista Vitral, ambos dirigidos por el destacado laico Ing. Dagoberto Valdés Hernández, actual director de la revista digital Convivencia. El rector del mencionado centro del cual Vitral era su revista sociocultural, era Monseñor José Siro González Bacallao. La tiranía y algunos de sus cómplices, dentro y fuera del Orden Sagrado,   promovieron la designación de que Manuel Hilario de Céspedes y García Menocal como  Obispo de Matanzas para que cuando sucediera el  entonces muy cercano retiro por edad de Monseñor José Siro, la Diócesis de Pinar del Río la administrara ( no uso la palabra pastorear, que es la adecuada en otras circunstancias) como Obispo Monseñor Jorge Serpa, de ideas afines al Cardenal Jaime Lucas Ortega y Alaminos,  el cual ha destruido gran parte de la obra creada y/o apoyada por Monseñor José Siro, actualmente en retiro con el título de Obispo Emérito de la Diócesis de Pinar del Río.  Y QUE EN EL MES DE FEBRERO CUMPLIRÁ SUS 60 AÑOS DE SACERDOCIO.
Debo aclarar,  que muchas personas propusieron y votaron para el obispado del padre Manolo en Matanzas  con las mejores de las intenciones.


 Monseñor Manuel Hilario de Céspedes y García Menoca y su hermano  Carlos Manuel de Céspedes

 Dagoberto Valdés y Monseñor José Siro González Bacallao, Obispo Emérito de Pinar del Río

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Monseñor de Céspedes

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Su legado es palpable en el lenguaje y la práctica de prelados y laicos dispuestos a acompañar a Raúl Castro en el tránsito de la dictadura sin mercado a la dictadura con mercado
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Por Andrés Reynaldo
Miami
13 Ene 2014

Más que ninguno de los obispos que permanecieron en Cuba, más que el cardenal Jaime Ortega y Alamino,  monseñor Carlos Manuel de Céspedes encarnó la contradicción de una Iglesia que estuvo a punto de ser mártir y acabó por ser una amordazada sobreviviente.

La muerte de De Céspedes, y el inminente retiro de Ortega, cierran un ciclo para el catolicismo cubano. Ambos apostaron por preservar a toda costa un papel para la Iglesia frente al dictador que arrasó con sanguinario frenesí una estructura eclesial de cinco siglos. Aquello que se haya salvado para hoy habrá que pesarlo un día contra aquello que se perdió para siempre.

Sería poco elegante aprovechar la muerte de uno para hacer el obituario de dos. Sin embargo, De Céspedes y Ortega son las figuras emblemáticas de una corriente dominante de nuestra Iglesia que, en aras de promover el diálogo con el verdugo, a veces opta por no escuchar a la víctima. Sus defensores aplauden como preservadora estrategia lo que otros condenan, por lo menos, como ligereza. 

De Céspedes fue un hombre culto, bonachón y de una insaciable inteligencia. Tenía, además, esa fibra refinadamente lúdica que en algunos cubanos puede seducir como candidez. Bajo el mínimo techo que la dictadura dejó a la Iglesia, hizo en su momento un encomiable esfuerzo por mantener en pie el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Brilló en la caridad y la austeridad. Aunque su escritura no consiguió trascender la gran confusión origenista, debe aplaudirse su persistencia en la palabra de la tradición y los Evangelios.

En el estéril ejercicio de pronosticar el pasado podemos conjeturar la fértil influencia que este hombre hubiera impuesto a nuestra sociedad y a la Iglesia en un marco de plenas libertades. Precisamente, el espectro de esta potencialidad acusa la complacencia que en muchas ocasiones mostró hacia la dictadura. Cualquiera que fueran sus motivaciones o, si prefieren, sus estrategias, no alcanzan a explicar la perversa lógica de algunas de sus acciones.

Se le podía ver en los cócteles oficiales pero nunca se le vio tratando de proteger con la dignidad de la cruz a los opositores pateados por la Seguridad del Estado en el mismo umbral de los templos. En el 2008, publicó en el diario oficial Granma una apología de Ernesto Che Guevara. La primera vez en medio siglo que la opinión de una importante figura católica accedía al órgano de propaganda personal del dictador. Pudo hablar de la Teología de la Liberación o los curas guerrilleros, para citar temas aprobados por la censura. Pero eligió a Guevara, el despótico comandante que presidía entre chiste y chiste los fusilamientos de la crema y nata de la juventud católica.

Al igual que otros muchos intelectuales y artistas investidos de la ortodoxia castrista o disfrazados de heterodoxos, coherentes con el libreto dictatorial tanto en la Isla como en Miami, promovió una fraudulenta reconciliación que exige como premisa despojar a las víctimas de su memoria y, sobre todo, de su razón. Con brutal desenfado, afirmó más de una vez que "el desencuentro" entre la Iglesia y la dictadura (por supuesto, él no decía "dictadura") se debía a un malentendido de "parte y parte".

Su legado es palpable en el lenguaje y la práctica de prelados y laicos dispuestos a acompañar a Raúl Castro en el tránsito de la dictadura sin mercado a la dictadura con mercado. Ahí podemos leer sus finales panegíricos, acarreando el agua de la ambigüedad y la cobardía al molino de unas reformas que, así en su realidad como en su promesa, eleva a la Cuba de Fulgencio Batista a un nostálgico precedente de igualdad, oportunidades y derechos.

Para un católico, el castrismo propone una desgarrada lectura teológica. Por encima de la coyuntura política, Fidel Castro introduce el mal radical en nuestra historia. Una descomunal obra en negro que rebasa quizás nuestra posibilidad de recuperación. La dictadura aniquiló la esperanza del cubano en sí mismo y corrompió sus señas de identidad con la fuerza regresiva propia de un deliberado proyecto de exterminio material y espiritual.

De todas las instituciones cubanas, ante semejante amenaza, la Iglesia estaba llamada a ser piedra de resistencia, manantial de creadora verdad, ejemplo de sacrificio. De Céspedes, Ortega y otros muchos hicieron lo que pudieron para apartarla de ese camino. Algún día sabremos por qué.

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ALGUNOS COMENTARIOS DEJADOS EN DIARIO DE CUBA 

 Anónimo - 13 Ene 2014 - 7:10 pm.

Muy diferente este personaje a su hermano Manuel Hilario (padre Manolo para sus allegados), quien tengo entendido es el actual obispo de Matanzas y quien fuera en Pinar del Río uno de los mecenas del extinto Centro de Formación Cívico-Religiosa, además de su principal asesor. Si mal no recuerdo Manuel H había emigrado a Venezuela cuando los robo-ilusionarios se hicieron del poder a la fuerza y luego se repatrió, mientras que el difunto Carlos Manuel siempre estuvo en Cuba, tal vez eso indique ya diferencias desde entonces. Afortunadamente a Ortega y Alamino le debe de quedar una afeitá en el puesto que ostenta por tanto espero nuevos y diferentes tiempos tanto para la Iglesia como para Cuba en general.
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 Anónimo - 13 Ene 2014 - 6:46 pm.
Excelente, justa valoración.
Félix Luis Viera
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 Anónimo - 13 Ene 2014 - 6:21 pm.
Da pena leer tan miserable escrito. Es ina lastima q personas q por su ideologia politica vivan criticando a otras pérsonas q han hecho mas que ellos en su vida!!!!!


1 Comments:

At 3:11 a. m., Anonymous Nausea said...

De cierta manera, el difunto me recuerda al presidente Grau, que gozaba con su cinismo y su relajo, y no le importaba en absoluto que eso no pegaba en nada con su puesto y su responsabilidad al mismo. Hay seres que creen que pueden jugar impunemente con cosas muy serias, hasta con el mismo diablo, y que hacerlo los pone por encima de la gente corriente y aburrida. Pretenden pasarse de listos, y acaban haciendo despreciables papelazos, aunque se consideren muy graciosos y ocurrentes. En el caso del harto indigno descendiente de una de las mayores figuras de la historia cubana, hay otro agravante: su homosexualidad era un "secreto" a gritos, lo cual violaba flagrantementey las normas y reglas del catolicismo, y por lo tanto era otra burla y otro descaro.

 

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