Debate sobre Carta de los 40 a Barack Obama. Alexis Jardines: Los Castro ríen para sus adentros. Rafael Rojas: ¿Hay que escoger entre capitales y libertades?. Antonio Rodiles: «Toda discusión con el régimen debe basarse en el tema de los derechos y las libertades fundamentales»:
Los Castro ríen para sus adentros
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Sin una liberación de las ataduras políticas que constriñen la sociedad civil, esos 40 firmantes de la carta estarían negociando, no con emprendedores, sino con transmutados militantes del partido único.
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Por Alexis Jardines
San Juan
26 Mayo 2014
Quisiera expresar mi opinión sobre este controversial tema de la carta a Obama porque tres de mis amigos más queridos se han involucrado en una sucesión bien interesante. El que abrió la caja de Pandora fue Rafael Rojas, seguido de una lúcida y contundente respuesta de Antonio Rodiles en forma de entrevista, para terminar nada menos que con Carlos Alberto Montaner. Tres figuras de primera línea que Cuba necesita hoy más que nunca.
El tema explícito de esa carta es la sociedad civil. Sin embargo, me da la impresión que los autores han echado mano a este concepto de forma tendenciosa, para enmascarar sus verdaderas intenciones de acercamiento al régimen y no de solución del problema cubano, el cual, sea dicho de una vez y por todas, es político.
Quienes desvían la atención al asunto económico están, a menudo sin saberlo, prestándole un servicio a los gobernantes de la Isla. No hay que olvidar que en los socialismos de Estado la miseria es artificialmente provocada.
En efecto, cualquier intento de pensar el tema de la transición a la democracia debe tomar como referencia obligada a la sociedad civil, pues salir de regímenes autoritarios es un acto correlativo a la liberación y expansión de esta última. El totalitarismo no es otra cosa que la consecuencia del secuestro y absorción total de las estructuras de la sociedad civil por parte del Estado, lo cual puede hacerse desde el Estado mismo (fascismo) o desde el Partido (nacionalsocialismo, estalinismo).
La Cuba castrista es una derivación del totalitarismo estalinista. Independientemente del virtual proceso de reformas emprendido por Raúl Castro, la esencia del sistema político cubano sigue siendo totalitaria. Y esto significa que el cuentapropismo, no importa si más o menos desarrollado, es parte de la lógica totalitaria castrista y, por consiguiente, está bajo el control del Estado-Partido. No se olvide que fue concebido en-y-por los Lineamientos con el propósito expreso de generar liquidez, de modo que el alcance de esta medida llegará hasta donde los jerarcas del Partido quieran.
Oxigenar la sociedad civil con dinero norteamericano a través de los cuentapropistas es una de esas ingenuidades en que han incurrido algunos miembros del exilio y del gobierno de los EE UU y que le han permitido a los Castro regentar la Isla por más de medio siglo. Las reformas fueron implementadas con el firme propósito de que no apareciera una clase de nuevos ricos, porque ricos los hay dentro de ese concepto de cuentapropistas, pero son los ricos de siempre. Lo otro es puro timbiriche.
Hace un par de años (en marzo de 2012) participé mediante un video en un programa de Estado de Sats sobre el intercambio académico Cuba-EEUU. Allí arriesgué la idea de concentrar la ayuda y el intercambio en los proyectos independientes de la sociedad civil, con el propósito de debilitar la institucionalidad. De esta manera ―decía― el fortalecimiento de la sociedad civil debía correr paralelo al paulatino debilitamiento de las instituciones del Estado.
Era mi solución al problema de prohibir o no los viajes y las remesas: hay que mantener el contacto, pero con la sociedad civil, no con las instituciones. De modo que una vez creadas las estructuras de la primera y agrietadas las segundas, los profesionales, artistas, intelectuales, académicos, etc., pudieran desplazarse poco a poco de estas a aquella.
Como los trabajadores por cuenta propia, afiliados al sindicato único y regulados por una licencia que solo el Estado otorga y retira a conveniencia, las ONG en Cuba son, paradójicamente, gubernamentales. Qué tipo de organización es, por ejemplo, la Fundación Antonio Núñez Jiménez? Teniendo en cuenta la peculiaridad de lo que el Estado cubano se empeña en vender a título de sociedad civil fue que propuse enfocar la colaboración en los proyectos independientes de todo tipo, pero que cumplieran la condición de ser opositores, disidentes o contestatarios en general. De parte de ellos recaería la obligación de buscar el financiamiento y apoyo que las fuerzas democráticas estarían en el deber de brindar.
La opinión del jefe adjunto de la Oficina de Intereses de EEUU en La Habana, que asistió al encuentro de Estado de Sats, fue que ellos (el Gobierno norteamericano) no podían controlar el intercambio y reducirlo a la sociedad civil, pero sí fomentarlo mediante los encuentros cara a cara, lo cual podría contribuir de algún modo al desarrollo de la misma. Sin embargo, 40 personalidades —en su mayoría exfuncionarios políticos y empresarios— se proponen hoy flexibilizar el embargo y redirigir el intercambio a una clase empresarial (emprendedores) tan virtual como las reformas de Raúl.
Tratar de influir en la política desde la economía y a través de la sociedad civil es un buen camino, solo que no para el caso cubano. En cambio, lo más importante para mí es que esa carta retomó la vía que hace dos años defendí como la más factible. Lamentablemente, la segunda parte de mi propuesta, relacionada con el debilitamiento de la institucionalidad, no se tomó en cuenta. Y es aquí donde viene a colación la pregunta de Carlos Alberto Montaner: ¿cómo se puede acelerar una transición a la democracia?
Al parecer, habría que ir a los extremos: levantar de plano el embargo o implementarlo de una buena vez con todo el rigor —como no se ha hecho hasta ahora― a menos que estemos dispuestos a dar la batalla en el término medio sin desnaturalizar el embargo. Esto último es justo lo que yo propongo.
El embargo como antinomia
El tema del embargo es un desafío a la inteligencia. Al final uno no sabe si al Gobierno cubano le conviene o no el llamado bloqueo. En efecto, la asfixia económica podría resultar perjudicial para la clase política gobernante, pero el hecho es que aún se respira en Cuba. El contacto y la colaboración irían a engrosar las arcas del régimen, pero pudieran resultar beneficiosos en términos de pérdida del control totalitario y avances de las libertades fundamentales si la práctica masiva de créditos e inversiones pudiera sortear el control estatal.
Estamos ante lo que Kant llamara una antinomia, figura lógica en la que resultan válidas tanto la tesis como la antítesis. ¿Cómo habrán sembrado los Castro tal confusión entre sus opositores? Intentemos examinar el dilema.
El régimen se siente a gusto en situaciones de miseria generalizada (y, de ser posible, de amenaza exterior) donde es más efectivo y funcionan mejor sus estructuras verticales de ordeno y mando. Pero ello es solo la mitad de la verdad y, por consiguiente, tal situación no justifica el fin del embargo. No hay que apresurarse a extraer conclusiones precipitadas, pues la antítesis también es verdadera: si se flexibiliza el embargo el régimen supera la peor asfixia económica que haya experimentado en medio siglo y el momento más crítico con sus líderes históricos ya al pie de la tumba.
Nunca antes las condiciones habían sido tan propicias para que el embargo se hiciera sentir en toda su potencialidad. En aquellos años gloriosos para el régimen, cuando la Isla exportaba revoluciones bajo el amparo de una potencia extranjera, la palabra bloqueo desapareció del imaginario social del cubano. No fue hasta la llamada perestroika que se retomó, para ser reverdecida justo cuando Chávez y su bolivariana Venezuela comenzaron a dar síntomas de deterioro irreversible.
La vía de una superabundancia de inversiones de capital foráneo puede ser tentadora, pero poco realista. Mientras la clase política castrocomunista (incluyendo a la postcomunista) esté en el poder, esto no sucederá. Menos aún puede establecerse una relación directamente proporcional entre capitales y libertades para el caso cubano. Lo más probable es que las libertades sigan secuestradas también en condiciones de prosperidad económica.
Así, los Castro quieren que EEUU flexibilice el embargo y esto es una buena razón para que el Gobierno norteamericano no lo haga. Mas, ¿por qué si el régimen brega mejor en situaciones de ruina (comunismo de guerra) se afana en la flexibilización del embargo? ¿No es esto una contradicción? Para los Castro no lo es. La clave hay que buscarla en la palabra control.
Lo que le está vedado al Gobierno norteamericano —aparentemente por ser un gesto antidemocrático― lo harán los Castro, a saber: controlar el intercambio Cuba-EEUU. El punto está en el control del término medio: una inversión dosificada, fiscalizada por la cúpula gobernante, centralizada y distribuida de tal manera que redunde en su propia supervivencia y no en la expansión de la sociedad civil.
El Mariel es solo la punta del iceberg: zonas cerradas, aisladas de la vida del cubano de a pie y de la sociedad civil, que puedan permanecer bajo el control de la aristocracia partidista. Allí se les podrá brindar a los inversores toda la garantía jurídica que necesiten y sin duda sacarán buenos dividendos, mientras la mayoría indigente observa desde las gradas. De ese modo, cuando los 40 firmantes de la carta a Obama se percaten del error cometido, el régimen habrá acumulado oxígeno para 50 años más.
Quien crea que la flexibilización del embargo significará en Cuba una avalancha de capitales y libertades se equivoca de plano. No hay que perder de vista que estamos tratando con militares. Las tácticas y las estrategias están trazadas, ellos no improvisan. Al menos desde los Lineamientos, los Castro se vienen preparando para controlar el país en condiciones de postcomunismo. El intercambio será capitalizado por ellos y redirigido a sus objetivos totalitarios de contención de la sociedad civil y de las libertades fundamentales. La ansiada respuesta a la pregunta de si realmente el Gobierno cubano quiere o no el levantamiento del embargo es esta: quiere la flexibilización, pero no el levantamiento. De ahí la ambigüedad de la posición del régimen.
En resumen, no se puede caer en la trampa de fomentar el cuentapropismo haciendo abstracción del resto de la sociedad civil, sobre todo de los sectores contestatarios (excluidos a perpetuidad de las Zonas Especiales de Desarrollo Económico que acogerán a los futuros inversores). No se olvide que en la Cuba actual los "emprendedores" más exitosos son los familiares y allegados de los empresarios estatales, de la camarilla militar y de la cúpula partidista.
Mi opinión es que esos 40 firmantes de la carta, sin una liberación de las ataduras políticas ―no precisamente de las económicas― que mantienen constreñida a la sociedad civil, estarían negociando no con emprendedores, reales o imaginarios, sino con transmutados militantes del partido único.
De manera que hay que dar la batalla del punto medio sin desnaturalizar el embargo, lo que se traduce en implementar (recrudecer, según la terminología castrista) el embargo en la misma medida que se potencia al máximo posible el contacto y el intercambio con todos los proyectos independientes de la sociedad civil, de los que no se excluye el cuentapropismo, pero tampoco se prioriza. La prioridad aquí es la libertad, no el capital. Si los cuentapropistas luchan por un sindicato independiente, entonces serán bienvenidos. Esta fue y seguirá siendo mi posición.
¿Flexibilizar el embargo? Los Castro ríen para sus adentros.
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Tomado de http://www.diariodecuba.com
¿Hay que escoger entre capitales y libertades?
Por Rafael Rojas
Nueva York
22 Mayo 2014
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Parece haber llegado el momento idóneo para abrir la puerta a la derogación del embargo y para concentrar los esfuerzos en una democratización soberana del sistema político de la Isla.'
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En los últimos años, como efecto previsible de las reformas económicas en Cuba, se ha acelerado el proceso de normalización de relaciones de la Isla con la comunidad internacional. La concurrida cumbre de la CELAC, la revocación de la Posición Común de la Unión Europea, el acuerdo entre Bruselas y La Habana y la nueva Ley de Inversiones Extranjeras han confirmado, a la vez, la irreversibilidad del desplazamiento de Cuba hacia el mercado global y la contradicción ideológica entre esa cautelosa apertura y un régimen político y un discurso oficial que presentan dichos ajustes como continuidades del viejo modelo comunista.
El Gobierno de la Isla aprovechó la cumbre de la CELAC para apuntalar la legitimidad de su obsoleto sistema político. El fin de la Posición Común, en cambio, fue trabajosamente asimilado desde La Habana, por la tensión que genera el interés europeo en la situación de los derechos humanos y la coyuntura incómoda de la crisis venezolana. Aún así, la apuesta por una integración de la Isla a los canales diplomáticos y a las rutas comerciales y financieras de Europa y América Latina, que tiene su origen en las expectativas de cambio generadas por las reformas de Raúl Castro —reformas que en todas las cancillerías y medios occidentales y hasta en círculos académicos y políticos de la Isla se consideran tardías, limitadas o insuficientes— es promovida, oficialmente, como un estímulo al inmovilismo y no como un incentivo para una transición democrática.
La mayor parte de la oposición interna, de la clase política cubanoamericana y de las organizaciones tradicionales del exilio, interpreta de la misma manera lo que ha sucedido recientemente. Europa y América Latina, dos regiones que juntan unas 60 naciones democráticas, según ellos, se han "plegado" a la dictadura o, peor, se han vuelto "cómplices" de los Castro. El hecho de que esos gobiernos, democráticamente electos, actúen de acuerdo con las premisas del realismo, la tradición más sólida de las relaciones internacionales desde el siglo XIX, es asumido como "claudicación", cuando no como derroche de cinismo o extemporánea conversión al comunismo ¿Es esta la mejor manera pensar y actuar en la presente coyuntura?
No postergar la democratización
En el choque de percepciones sobre Cuba predominan, con frecuencia, los espejismos. Por debajo de la retórica continuista, Raúl Castro y su gabinete económico están vendiendo una idea del futuro de Cuba, cada vez más instalada en un después de la "Revolución" y más cercana al mercado y al pluralismo, porque saben que el tiempo no opera a su favor. La comunidad internacional se está abriendo a la Isla, no para que el régimen perpetúe su dimensión totalitaria y represiva, sino para acelerar las reformas de los tres últimos años y crear condiciones para una transición democrática. Lo que parecen haber comprendido América Latina, Europa, algunos empresarios cubanoamericanos como Alfonso Fanjul y Carlos Saladrigas y asociaciones como el Cuba Study Group y el Council of the Americas es que con inversiones y créditos, además de hacer negocios, por supuesto, se generan mayores posibilidades de intervenir en el futuro político de Cuba.
El dilema reta la imaginación de un exilio y una oposición que, de no leer claramente las señales del presente, pueden quedar estancados en una actitud testimonial. Rechazar la integración comercial y diplomática de Cuba implica suscribir ideas antiliberales y nacionalistas, similares a las que por más de medio siglo ha sostenido el Gobierno de la Isla. Prohibir, condenar o, en el mejor de los casos, descalificar por interesado o egoísta que un empresario cubanoamericano, expropiado por Fidel Castro, decida invertir en Cuba y, como ha dicho uno de ellos, plante allí la "bandera familiar", significa, en la práctica, pensar de manera muy parecida a quienes se propusieron acabar con la inversión nacional o extranjera en la Isla.
Es evidente que la represión en Cuba está anclada en la Constitución, las leyes, el Código Penal y la práctica cotidiana de ese régimen y su cese no depende del mayor o menor comercio sino de la movilización opositora y ciudadana y de una reforma constitucional que despenalice la oposición. Pero mientras se globaliza lentamente la Isla y se flexibilizan en la práctica ciertos derechos civiles y económicos, como consecuencia de las reformas, la represión se vuelve más preventiva. Los viajes frecuentes de los opositores también contribuyen a crear la sensación de que la maquinaria represiva se hace más casuística y astuta. Los actos de repudio, los arrestos de los días de la CELAC y los procesos abiertos contra líderes opositores son, sin embargo, un recordatorio de que los derechos políticos, en Cuba, siguen y seguirán criminalizados.
La penalización de opositores pone al descubierto, además, el uso de la represión para fines de política exterior. Con los arrestos preventivos y los actos de repudio, el Gobierno manda mensajes concretos a América Latina, Europa y Estados Unidos, para que se persuadan de que La Habana entiende la normalización de relaciones como un proceso que debe excluir el tema de los derechos humanos. La represión, además de un mecanismo de terror y control interno, es un desafío moral a la comunidad internacional. Sin embargo, para democracias del siglo XXI, que se construyeron, en muchos casos, luego de largas experiencias autoritarias en el siglo XX, es problemático cerrar los ojos a la represión en Cuba.
Buscar la manera más respetuosa y eficaz de mantener el tema de la democratización dentro de las agendas bilaterales y multilaterales es el mayor reto de la nueva diplomacia global, en relación con Cuba. Cualquier paso que dé la comunidad internacional o Estados Unidos a favor de la integración comercial de la Isla, no tiene que aceptar que la meta de la democratización se postergue, como desea el régimen. Son muchos los actores internacionales que buscan quebrar ese pacto de silencio, sobre la situación de los derechos humanos en Cuba, como garantía de la inserción de la Isla al mercado global y la atracción de créditos e inversiones. La opinión pública de todas las democracias occidentales —incluidas las latinoamericanas— ofrece amplios espacios para presionar en esa dirección. La oposición y el exilio se imaginan más solos de lo que realmente están.
Sí a flexibilizar el embargo
Como con China o Viet Nam, la comunidad internacional no quisiera tener que escoger entre capitales y libertades, inversiones y derechos, comercio y democracia. No hay cancillería de Occidente que desconozca la naturaleza represiva del régimen cubano. Solo en muy pocas —las de los gobiernos del ALBA, por ejemplo— ese conocimiento está puesto en función de perpetuar el totalitarismo. Pero, como se ha visto en los últimos meses, ese bloque está perdiendo prominencia en la política exterior del gobierno de Raúl Castro. El rebajamiento del perfil del ALBA en las relaciones internacionales de Cuba es una buena muestra de los efectos positivos de la integración. Al comprometerse con intereses comerciales y diplomáticos de Europa y América Latina, La Habana se ve obligada a tomar distancia de las posiciones más extremistas a nivel global.
Esa manera de enfrentar el dilema entre comercio y democracia es la que ha predominado en la decisión de revisar la política europea y la que anima la carta abierta del 19 de mayo, que más de 40 líderes norteamericanos y cubanoamericanos enviaron al presidente Obama. En caso improbable de que se logre alguna flexibilización concreta del embargo, antes de que culmine la segunda administración, el Gobierno intentará, como hasta ahora, presentar mediáticamente el gesto como un triunfo moral de la "Revolución". Pero en la práctica, como ese mismo Gobierno sabe, se habrá producido un nuevo capítulo en el desmontaje del orden social creado, en Cuba, tras la llegada de Fidel Castro al poder.
No creo que ante las nuevas demandas de flexibilización del embargo, por parte de sectores económicos y políticos en Estados Unidos, que nunca han integrado el lobby antiembargo oficial, la mejor actitud de la oposición y el exilio sea el rechazo y, mucho menos, la acusación a sus promotores de "complicidad" o "colaboracionismo" con el régimen. Entiendo que hay sectores que no quieren suscribir esas demandas de mayor intercambio y diálogo porque las perciben en sintonía con la agenda gubernamental, en el corto plazo, pero la fabricación de un consenso proembargo, entre asociaciones y líderes de la oposición y el exilio, a estas alturas, me parece un error político, cuyos peores efectos podrían sentirse en pocos años, cuando al actual descenso de la presión internacional siga un aumento de la presión interna, favorable a la democratización.
Tampoco me parece correcto que se prejuzgue la idea de apoyar a pequeños empresarios de la Isla, con capitales cubanoamericanos, dando por descontado que la misma será instrumentada por el régimen para favorecer a sus elites o para crear un seudocapitalismo. Los promotores de la iniciativa no son ingenuos, ni cínicos: apuestan a una ventana de oportunidades que tendría que abrirse con una nueva plataforma jurídica de inversiones y créditos que, desde luego, deberá construirse con plenas garantías para las partes involucradas. Se trata, además, de un proyecto que, como otros en el pasado reciente de la oposición y el exilio, posee una dimensión simbólica que no debería ser subestimada o descartada a la ligera. Parte de esa dimensión simbólica tiene que ver, por ejemplo, con el malestar que la iniciativa está generando en las zonas más intransigentes de la Isla y el exilio.
Lo que podría estarse incubando con el rechazo de líderes opositores y exiliados a la flexibilización del embargo es una fractura mayor dentro de la sociedad civil de la Isla y la diáspora, aprovechable por los sectores inmovilistas del Gobierno que, a juzgar por sus publicaciones electrónicas, ya se alistan a boicotear cualquier normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba que no se desentienda de los derechos humanos. A dos años del fin del segundo mandato de Barack Obama y del inicio de una sucesión presidencial en Cuba, parece haber llegado el momento idóneo para abrir la puerta a la derogación del embargo y para concentrar todos los esfuerzos en una democratización soberana del sistema político de la Isla. Pero, a juzgar por las reacciones de los últimos días, tal vez estemos en presencia de una nueva oportunidad perdida.
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Tomado de http://www.diariodecuba.com
«Toda discusión con el régimen debe basarse en el tema de los derechos y las libertades fundamentales»
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Un diálogo con Antonio Rodiles, coordinador de la campaña 'Por otra Cuba' y director del proyecto Estado de Sats.
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Por Pablo Díaz Espí
Madrid
22 Mayo 2014
¿Cómo lees el momento actual en el interior del país?
Me atrevería a decir que estamos viviendo hoy la transferencia de poder de la "vieja guardia" a sus herederos, quienes andan desesperadamente en busca de legitimidad y de acuerdos. Enfrentarse a una Cuba sin sus progenitores no será tarea fácil y no pueden esperar a ese momento para comenzar a atar sus cuerdas dentro y fuera de la Isla.
El ciudadano cubano tiene cada día que lidiar con un poder que le demanda más obligaciones y en reciprocidad otorga muy pocos derechos. Las condiciones de vida se degradan con especial énfasis en sectores vulnerables, como los ancianos. Los supuestos nuevos empresarios nadan en un mar de corrupción y economía informal, y la estampida sigue siendo el objetivo de miles y miles de cubanos, especialmente los jóvenes.
El escenario opositor se encuentra en un claro reacomodo. La escapada de talentos y emprendedores ha generado un vacío muy sensible en el grupo de actores sociales que debían ser el empuje y sustento del cambio. La impunidad con que el Estado practica la violencia deja poco margen para que se puedan articular grupos políticos, pero el crecimiento del descontento genera focos que cada día son controlados con menos efectividad.
Acaba de darse a conocer una muy mediática iniciativa pidiéndole al Presidente Obama un alivio del embargo. ¿Qué crees?
Debemos ser muy claros sobre lo que deseamos para nuestra nación. Necesitamos, primeramente, el restablecimiento de las libertades y derechos fundamentales. La presión internacional, dentro de la que incluyo al embargo norteamericano, es muy necesaria para al menos contener la impunidad que goza el régimen totalitario. Si el ciudadano cubano sigue bajo total indefensión, el costo de los cambios políticos será muy alto. Han sido muy visibles por estos días ciertas actitudes que rayan en el masoquismo y que piden complacencia con quienes han devastado el país. Figuras visibles de la sociedad civil han resultado ser demasiado evasivas y poco claras en sus posicionamientos políticos, lo cual sin dudas brinda beneficios al régimen.
Si bien resultaría inmaduro y poco audaz cerrar todas las puertas, también resulta fatal movernos en un relativismo cómplice sin una base de principios o axiomas que rijan nuestro actuar.
La mentira y la simulación han regido por décadas en nuestra Isla, es hora de que la honestidad y la verticalidad ganen espacio en una nación que ha quedado muy golpeada en cuanto a principios se refiere.
Creo que pedir cambios hacia el régimen sin demandar el respeto a nuestras libertades, es un acto de desprecio hacia quienes enfrentamos directamente a la dictadura cubana, la decencia humana implica verticalidad ante quienes han sido verdugos de nuestra nación. Los que enarbolan un falso discurso de tolerancia y reconciliación y que en aras de la pluralidad de criterios esconden su oportunismo no despiertan mis respetos.
Los intentos de acercamiento del régimen con Estados Unidos se acrecientan a medida que la crisis política y social en Cuba aumenta. Por momentos, el enfoque de las relaciones bilaterales vuelve a ganar protagonismo en detrimento de la situación interna cubana.
La sobrevivencia del régimen siempre ha dependido de su capacidad parásita. Cuba es un país totalmente arruinado, sin la más mínima posibilidad de sustentarse, y los cubanos que están fuera de la Isla poseen un poder que no están usando mientras permiten al régimen seguir beneficiándose del chantaje emocional. Sin las remesas de Miami en la Isla, estaríamos enfrentado una situación aun más extrema.
Hoy los cubanos viven de las remesas enviadas por sus familiares, pero esos recursos no son suficientes para sostener el hipertrofiado aparato represivo. El capital necesario no lo obtendrá este de la Unión Europea, ni de China, ni de Rusia, ese capital solo podría venir del "imperio".
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