martes, septiembre 09, 2014

Esteban Fernández : ¿QUÉ PASA SI SOSA PASA?



¿QUÉ PASA SI SOSA PASA?


Por Esteban Fernández
9 de septiembre de 2014



El juicio de Jesús Sosa Blanco en 1959 fue algo desastroso, tenebroso, bochornoso y estúpido  mediante el cual se le debió haber revuelto el estómago y darle ganas de vomitar a toda persona consiente en Cuba.

Mientras más fidelista era la persona más decepcionada tenía  que haberse sentido. Pero no fue así, a pesar de lo escandalosa y absurda de aquella situación  por primera vez pude darme cuenta de la gran cantidad de cubanos con sed de sangre y venganza que había en mi patria. Durante este juicio tristemente me enteré que no todos los cubanos eran buenos como yo creía, y que el supuestamente malo era mejor que todos aquellos hipócritas con rosarios en sus cuellos.

Yo era un muchachito que todavía no había cumplido los 15 años. Me senté ante el televisor y vi el juicio completo de principio a fin. Preconcebidamente pensaba que los revolucionarios eran unos jóvenes honrados y que Jesús Sosa Blanco era un esbirro. Imaginaba que se iba a demostrar completamente su culpabilidad y que cobardemente el acusado lloraría buscando el perdón de quienes lo estaban enjuiciando. Nada de eso sucedió. Cinco horas después de observarlo todo con detenimiento simpatizaba mil veces más con el reo que con el fiscal   Jorge “Papito” Serguera.
Ya al segundo día, mientras los acontecimientos iban desarrollándose delante de mis sorprendidos ojos, había cambiado completamente mi perspectiva.  Sosa resultaba ser un cojonudo y los que lo acusaban eran unos imbéciles que al preguntarles: “¿A que usted se dedica?” contestaban cretinamente: “¡Yo me dedico a Sosa Blanco!”

Si en aquel momento—sin yo tener experiencia alguna sobre la aplicación de las verdaderas leyes—aquello me lució un grotesco Circo Romano, hoy en día después de tantos juicios presenciados, aquello lo recuerdo como una verdadera aberración de la justicia.

Fácil debió haber sido—si lo fue para un niño en Güines—que los cubanos, mediante esa farsa judicial, se hubieran dado cuenta que ese era simplemente el principio de las millones de injusticias que se cometerían en nuestra nación.

Y de la misma manera en que los estadounidenses  dejan todo empequeñecido al compararlo con el viaje a la Luna, nosotros los cubanos ante cada miedo que la vida nos depare debemos emularlo recordando  la actitud  valerosa y ecuánime con que este oficial aceptó la muerte inminente mientras miles y miles de sus conciudadanos gritaban histéricos “¡Paredón!”

Y desde ese mismo instante en que muchísimos en mi entorno, y a través del país, decretaban oficialmente como sus héroes a Camilo, el Che, Fidel, Raúl, Almeida y comparsa de farsantes redentores, este guajirito llamado “Estebita” a contrapelo de la creencia generalizada le brindó toda su admiración al hombre que tranquilamente, sin un simple asomo de miedo, caminaba con la frente en alto rumbo a la pared donde recibiría los plomazos de unos fanáticos asesinos.

Años más tarde en una entrevista con un periodista éste le preguntó al tirano: “Comandante ¿usted me puede decir un solo error cometido por la revolución?” Y el gran H.P. se rascó la barba y risueño contestó: “Sinceramente lo único que me viene a la mente es que por nuestra inexperiencia en 1959 fusilamos a un batistiano llamado Sosa Blanco creyendo erróneamente que se trataba del Coronel Merob Sosa”.
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Dr. Guillermo Toledo: ¿Cuantos prisioneros habían allí en aquel momento?
Don Javier Arsuaga: Como 800 o 900 personas, para unas facilidades que no tenía más que para unos 300 catres en las galeras.
Dr. Guillermo Toledo: ¿Como dormían esas personas?
Don Javier Arsuaga: Muchas veces me lo pregunté, si hacían turnos o dormían encima unos de otros, efectivamente era un espacio muy reducido para tantas personas.
Solía visitarle y ellos sabían que yo era santo de su devoción en el sentido que yo no estaba de acuerdo con las ideas de batista y me veían como uno del otro lado. Y sin embargo poco a poco fue introduciéndome entre ellos.
A Jesús Sosa Blanco, no lo conocí hasta la mañana del día en que sería juzgado en el palacio de los deportes (actual ciudad deportiva), en realidad estaba ya condenado por Fidel Castro.
En realidad Fidel Castro lo había condenado a el, a Pedro Molejón y a Luisi Cardo Grau, desde el primer discurso allá en Santiago de Cuba cuando dijo:
A esos tres vamos a fusilarlos.
Pero hizo el paripé del juicio. Bueno esa mañana yo sabía que en la tarde sería el juicio el jefe de auditoria me lo había dicho… y caminando entre los presos me tope con Sosa Blanco, estaba en aquel momento no se si repitiendo o diciendo por primera vez que sería llevado como los cristianos a las fieras en el circo romano.
Le dije: Esta tarde estaré allí contigo en el juicio.
Ese fue mi primer encuentro con Sosa Blanco
Dr. Guillermo Toledo: Vamos a hablar entonces un poco de ese juicio, porque yo siendo un niño lo vi por la televisión y usted estaba presente allí. Yo vi muchas cosas allí siendo un niño, las humillaciones, las injusticias que se estaba cometiendo con ese hombre públicamente. Tantos años después en el libro en que Ramonet que ahora le hace la entrevista a Fidel Castro, este reconoce que ese juicio había sido un error, no dijo que fue un error de el, sino un error de la revolución, el fue el que mando a hacer ese juicio publico a Sosa Blanco.
Fidel castro quedó muy mal parado en ese juicio, porque Sosa Blanco dijo:
Esto es un circo romano, aquí me están juzgando en un circo romano. Si, yo maté personas… pero los maté en combate, porque me estaban tirando y yo tiraba también, nos estábamos matando mutualmente.
Don Javier Arsuaga: Así sucedió en realidad, el dijo esas frases allí. Para mi lo mas impresionante de ese juicio era el saber… que iban a juzgar a tres condenados.
Y lo más impresionante fue, que llevaron un grupo grande de testigos, para que dijeran todo lo que ellos habían visto una noche del 12 de octubre del 1957 en que Sosa Blanco recién llegado a la sierra maestra es emboscado por los guerrilleros de la sierra maestra y naturalmente se defiende.
Algunos guajiros de aquellos testigos fueron llevados a la Cabaña, para que preparan su testimonio, era realmente dramático verles los días antes del juicio, como les dictaban las frases que tenían que repetir.
Pero se toparon en el juicio con un abogado Dacosta que en realidad les viró la tortilla, porque comenzó a preguntarle a esos guajiritos en un lenguaje que ellos no entendían, en una interlocución que ellos no podían conseguir…
Dr. Guillermo Toledo: También usted dice en su libro que en ese momento es que el abogado Dacosta entra por primera vez en contacto con esos testigos… precisamente en el juicio.
Don Javier Arsuaga: Si así es, es correcto. Dacosta comenzaba a interrogar a esos guajiritos… el les gritaba… diga, repita, alto, claro…. Y los fiscales se ponían nerviosos… los guajiros se ponían nerviosos, se asustaban no sabían que decir ni que hacer.
Aquello fue un espectáculo tristísimo, el ver como estaban siendo preparados para el juicio, pero cogidos en la trampa porque no estaban preparados realmente para enfrentarse a un abogado con su verborrea.
El juicio cuando llego a ese momento antes que se pusieran de pie Pedro Molejón y Luisi Cardo Grau se detuvo por una llamada de afuera de Fidel Castro… que estaba viendo el Show junto con Raúl Castro, Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos y el Show no iba nada nadie bien.
Entonces se suspendió el juicio y me llamaron para ir a la Cabaña esa noche. pregunté: ¿hay fusilamiento? me contestaron que no sabían.
Llegaron los tres condenados a muerte sin terminar de ser juzgados y esa noche se estrenó la galera de la muerte.
Me encontré con Sosa Blanco…. No nos dijimos ni una palabra… el se hecho en mis brazos sin decir palabras y al rato me dijo: Padre vamos a rezar….
Le dije: Ve despacio, ten calma, yo voy delante y tú vas repitiendo conmigo.
Íbamos repitiendo el Padre nuestro que estas en los cielos…, tres veces hasta que comenzó a entrar por la puerta de la galera de la muerte a la primera luz del día.
Yo no se lo que pasó en el y en mi, que desde aquel día, desde aquel momento en la galera de muerte… más que muerte se respiraba vida.
Yo no… yo no se explicar... no se explicar… después se dieron otros casos, el de Pedro Molejón fue trágico… muy trágico… tremendo.
Yo no quería tener mucha relación con los presos, por mis problemas personales de credo, por mis dudas tremendas, yo no quería confesarles… a mi no me interesaba.
Les decía: No me interesa lo que ustedes hayan hecho si quieren confesarse, les traeré a otro Sacerdote.
Y efectivamente llevé al Padre Antonio Melo, un Sacerdote Franciscano, ya mayor, que iba todos los días mañana y tarde a atender a los moribundos al Hospital Calixto García. Y el fue el que confesó, los absorbía a todos.
Entonces comenzó a respirarse allí un ambiente de espiritualidad, todas las noches rezábamos el rosario, un rosario lento, comentado.
Algo se produjo yo no se que… para mi muy doloroso, porque yo tenia ese problema personal mío y decía, pero como es posible si en algún momento una persona de fe… un Sacerdote, tiene que ser autentico y entero en su fe… es cuando se enfrenta a la muerte ajena… a quien le haya tocado asistir un ser humano que va la pena de muerte.
Señor Melero: Una aclaración, en aquel momento se dijo que muchos de las muertes que se le achacaban a Sosa Blanco… no había sido cometidos por Sosa Blanco sino por un Capitán que se llamaba Melo Sosa… y otra cosa que deseo aclarar…. En Cuba el único que puede decidir sobre la muerte de cualquier persona es Fidel Castro.
Dr. Guillermo Toledo: Quiero leer pasajes del libro de Don Javier Arsuaga, refiriéndome al caso de Sosa Blanco, que tenía una esposa que se llamaba Amelia, dos hijas y me dijo usted que una de sus hijas tenía 14 años y otra mucho menor.
El en libro usted plantea: La presencia todas las tarde de Amelia y sus hijas le puso una nota de luz y de dulzura… emocionante ver a Sosa Blanco pasar sus manos ásperas tras las rejas… para acaricias las caritas de ¨mis niñas¨, como les decía Sosa Blanco.
Sorprendí sin quererlo una conversación de Sosa Blanco con Amelia donde le decía: Amelia quiero que me hagas un favor, recuerdas el par de zapatos que me compre para año nuevo y nunca llegue a estrenar, quiero que me los traigas, pero sin que las niñas se den cuenta. Amelia le dijo: Pero para qué lo quieres si nunca te he visto aquí con zapatos. Dijo el: Para la noche que me vayan a fusilar.
Y mas adelante, después vamos a hablar de lo de los zapatos de Sosa Blanco y vamos a hablar de lo que el dijo en el paredón de fusilamiento… que nadie lo sabe y usted lo va a contar.
Mas adelante usted en el libro plantea: La esposa de Sosa Blanco me pidió hablar a solas conmigo. Me dijo: Ya se que les ha dicho que no quiere saber por que están aquí, me imagino cuales son sus razones y las respeto… pero yo si quiero que sepa, que mi marido no es el monstruo que dicen por ahí que es.
Me contó que su esposo apenas estuvo una semana en la sierra y el primer día que llego fue emboscado por los rebeldes y perdió varios de sus hombres, al perseguir a los rebeldes pudieron cometerse exceso en la aldea donde se escondieron los rebeldes con ayuda de los campesinos, nada que no sea normal en una situación así. A los dos días fue retirado de la sierra y destinado a San Luis, Pinar del Río en el otro extremo de la isla. Dígame si tuvo tiempo para cometer las atrocidades que se le atribuyen, necesitaron crear demonios y la mala fama de un tal Melo sosa fue trasladada a las espaldas de mi esposo, quiero que me crea, le pido que me crea.
Le creí, sinceramente le creí.
Don Javier Arsuaga: Los famosos zapatos, eran unos zapatos enormes porque Sosa Blanco tenía unos pies de gigantes. El día en que iba a ser fusilado… pidió que lo dejaran bañarse y ponerse ropa interior limpia y sus zapatos.
Fuimos al paredón y me dice: Padre quiero pedirle un favor, cuando me hayan fusilado quiero que me quite los zapatos y mañana los va a regalar en Casablanca o en la Habana a cualquier pordiosero que los necesite. No le diga a quien pertenecieron los zapatos, porque es tal vez no los quisieran usar si saben que es de Sosa Blanco.
Efectivamente cuando fue fusilado les quité los zapatos, los llevé conmigo y a la mañana siguiente encontré en la Habana a quien regalarle los zapatos.
Sosa Blanco y sus zapatos siguieron paseando por las calles de la Habana, burlándose como un duende burlándose de Fidel Castro y su gente.