LAS TENTACIONES
Por Esteban Fernández
Ustedes al igual que yo hemos recibimos cientos de consejos de nuestros padres. Y todos hemos tenido cientos de tentaciones. Muchas de las advertencias nos entran por un oído y nos salen por el otro, mientras otras perduran y las obedecemos durante todas nuestras vidas. Y después se las pasamos a nuestros descendientes.
La que más me sirvió al llegar a los Estados Unidos fue una que me dijeron al despedirse: “No vayas a hacer nada que nos decepcione a nosotros ”. Y yo vivía convencido de que todo lo que yo hiciera en el exilio se enterarían y repercutiría en mis padres.
Lo cierto fue desde que puse un pie en Florida ya comenzaron para mi -un muchacho sin experiencia en la vida y sólo armado con los principios inculcados- muchas tentaciones.
La cuestión fue que el primer trabajo que conseguí, después de fregar platos, fue en una gasolinera. Ganaba una basura y tenía que echar gasolina, chequear el aceite (cosa que nunca había hecho antes) limpiar los parabrisas y echarle aire a las gomas.
En esa labor me acompañaban dos jóvenes muy dicharacheros y amigables. Uno de ellos me dijo: “¿Ya te diste cuenta que nos pagan una basura?” Y añadió: “¿Ves aquella bomba de gasolina que está al final? Bueno, está adaptada para que en lugar de comenzar en cero comience en un dólar. Todo ancianito que veas despistado y chocho lo envías para allá. Al final del día nos dividimos las ganancias que nos da esa bomba”.
Desesperadamente yo necesita el dinero pero les dije: ‘No, yo no voy a participar en eso, pero yo vine de Cuba porque no quería ser chivato, así es que yo no le digo nada al encargado de la gasolinera” En ese instante se acabó la confraternidad y me dijeron muy molestos: “Bueno, pues aquí si no robas no puedes trabajar” Y sin despedirme del dueño, un señor muy amable llamado Lino que había sido en Cienfuegos dueño de los Ómnibus Menéndez, me fui sin tan siquiera recibir la remuneración por las tres horas que había trabajado. Sólo tenía en el bolsillo un dólar que me había dado de propina un artista español llamado Jorge Mistral.
Después alguien me aconsejó diciéndome: “Vete a ver a tu amigo güinero Rafael, dicen que tiene un trabajo muy bueno y está yendo a la universidad, para ver si te puede colocar en algo”…Sin buscarlo me lo encontré y le dije: “Oye ¿qué estas haciendo? me dijeron que estás muy bien” Y me dijo: “Sí, estoy haciendo cantidad de dinero robando carros, si quieres te enseño, es súper fácil”… Nos despedimos con un abrazo, no supe más de él hasta que me enteré que había subido mucho en la escala de delincuente profesional y estaba cumpliendo una cadena perpetua.
Cuando salí del JURE y del Barco Venus, se me acercó uno de los tripulantes y me dijo: “Estoy haciendo lo mismo que hacíamos en la causa cubana, salir en un buque madre como el Venus, entonces en alta mar se nos acerca una lancha, hacemos eso que le llaman ‘rendeveus’ pero ahora en lugar de armas la cosa es con drogas, y te aseguro que ganas por lo menos un par de miles de dólares por viaje, si por casualidad tenemos que ir a La Guajira en Colombia como guardaespaldas ganas muchísimo más”. Simplemente le respondí: “No, gracias, yo estoy haciendo planes para irme para California”.
En un market que yo iba con regularidad en Miami llamado Casablanca me hice conocido con un arrebatado cubano. El carnicero que había sido compañero mío en el Venus, llamado “Blanquito”, me decía: “¡Oye, dale de lado al tipo ese que es un chusma y un bandido!”. Efectivamente ante de un semana me planteó que lo acompañara en su cacharro para interceptarnos delante de una guagua y poner una querella e irnos al quiropráctico y al abogado.
Y trabajando en el Liborio Marquet de Miami (en la 8 y la 8 del S.W.) ganando 95 centavos la hora otro empleado trató de enseñarme que podíamos meter un montón de productos dentro de una bolsa y tirarlos en el latón de basura que estaba atrás de la bodega. Y que después, tarde en la noche, podíamos pasar a recoger la mercancía robada.
Esa vez estuve tentado, porque estaba comiéndome un cable, pero gracias a Dios llegó mi amigo Jorge Riopedre a visitarme y le dije: “Mi socio, hazme un favor, aquí te voy a dar este dinero, ve al frente y juégalos a estos números en la bolita”…Y los dos disfrutamos de los mil dólares que me gané. La bolita tampoco era legal, pero es mucho mejor que robar y traficar, sin dañar a nadie.
Y allá murieron mis padres sin que jamás les llegara una sola noticia humillante mediante la cual debían sentirse decepcionados. Y después llegaron mis herederos a los cuales tampoco nunca he querido defraudar.
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