Luis Cino Álvarez desde Cuba: Los narco-corridos del barrio de El Calvario
Los narco-corridos del barrio de El Calvario
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Es La Habana, pero parece Ciudad Juárez, los corridos de los capos han sustituido a las bachatas y al reguetón
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Por Luis Cino Álvarez
marzo 24, 2015
LA HABANA, Cuba. — En el Reparto Eléctrico, El Calvario y sus alrededores, a juzgar por el acento cantarín de numerosos vecinos, uno pudiera creer que no está en La Habana sino en Mayarí, Buey Arriba o Alto Songo. Pero a juzgar por la música que se escucha a todo volumen en muchas casas, también pudiera ser Ciudad Juárez, Tijuana o Michoacán.
Mariachis, rancheras y corridos mexicanos se escuchan a toda hora en mi barrio. Y también narco-corridos. Como los de Los Tigres de Culiacán y los Tucanes de Tijuana, con los que atruenan el aire, los fines de semana o cuando tienen algo que celebrar o lamentar, ríos de alcohol mediante, un grupo de jovenzuelos, de aspecto patibulario, a unos pocos cientos de metros de mi casa.
Los narco- corridos, que conocieron a través de los seriales de capos, han sustituido en su gusto a las repetitivas bachatas de Aventura y al reguetón, que ya les empezaba a aburrir. Rudos y pendencieros como son, pero bien sentimentales, las hazañas cantadas de sus ídolos pandilleros de la pantalla les vienen como anillo al dedo para soñar, envalentonarse y consolarse.
Los arañeros
Ellos, como muchos otros jóvenes de la zona, son cocheros. En reñida competencia con las guaguas, hostigados por los inspectores, en sus coches tirados por caballos, transportan pasajeros. O cualquier carga, siempre que dé dinero, en las llamadas “arañas”, unos peligrosos artefactos que no pocos accidentes han ocasionado, a menudo mortales, principalmente por transitar de noche sin luces o por ir sus conductores perdidamente borrachos, muchas veces compitiendo con otros a ver quien corre más.
Luego de sus mamás y a sus novias, cuyos nombres muchas veces llevan tatuados en el pecho o en un brazo, a quien más aman es a sus caballos. Por compartir su vida y ayudarlos a ganarse los pesos, ocupan un lugar especial en su corazón. Lo cual no quita que los castiguen sin compasión, a fustazos y a palos, cuando sofocados y sedientos, se niegan a tirar de los carricoches bajo el sol del mediodía.
Pero no se apresure a clamar -–ay, Roberto Carlos– que quiere ser “civilizado como los animales”. Su fe en la humanidad retornará cuando vea a estos muchachones cuidar a sus caballos, como cepillan con ternura sus crines, y los bañan, compartiendo los chorros de agua de la manguera entre el cuerpo de los equinos y sus tatuados torsos y obtusas cabezas.
Como son con sus caballos, así son con sus chicas. Sus potras, como dicen ellos. Les dicen que son sus reinas –no olvidemos que son muy sentimentales-, pero las tratan como a perras –no olvidemos que son bien rudos. Te explicarán que “hay que ser recios con ellas, para que no olviden que uno es un hombre y es el que manda”. Y porque se sabe de qué traiciones son capaces las mujeres, “todas, excepto la madre de uno”.
Las chicas de los arañeros
Y las chicas, que son tan machistas y melodramáticas como ellos y lloran a moco tendido con las telenovelas de Univisión y las canciones de Paquita la del Barrio, acatan lo que venga, y aguantan los bofetones cuando se les suelta la lengua, mal habladas como son.
Les encanta que su hombre sea así, macho remacho, y que la haga gozar y sufrir para sentir que está viva. Hasta que aparezca otro tipo con más dinero, y que le prometa tenerla como una princesa si se va con él. Finalmente, sin pensarlo mucho, se larga. Y entonces, puestos en ese trance, allá van los cuates, a ahogar sus penas en ron –porque en Cuba no hay tequila- mientras lagrimean oyendo a Juan Gabriel o Marco Antonio Solís. Y cuando ya están a punto del coma –alcohólico y depresivo– aúllan las canciones de José Alfredo Jiménez y Javier Solís, que volvían locos a sus papás y sus abuelos.
Parecen escenas de una telenovela mexicana, ¿verdad?. Pero ocurren cotidianamente en mi suburbano barrio del municipio habanero Arroyo Naranjo.
¿Qué pensarán de todo esto Miguel Barnet y Abel Prieto, tan alarmados como están por el dichoso paquete semanal y “el consumo pseudo-cultural indiscriminado”?
luicino2012@gmail.com
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