Es un blog diario digital conformado con los artículos, opiniones, ensayos, etc. del Catedrático universitario Lic. Pedro Pablo Arencibia Cardoso sobre diferentes temáticas de la problemática cubana, actual e histórica, así como por noticias y artículos de otros autores que se consideran de gran interés para profundizar en la realidad cubana.
miércoles, mayo 13, 2015
El socialismo y el comunismo han sido más letales que el fascismo. Fundamentos Marxistas del Nazismo. Videos sobre El Libro Negro del Comunismo y sobre Las estrechas relaciones entre la Alemania Nazi y la URSS
Más allá de esta anécdota, lo trágico de la cuestión radica en que
multitud de jóvenes, políticos e intelectuales continúan alabando las
virtudes de esta ideología totalitaria y genocida, al tiempo que
proclaman con total soltura su espíritu "antifascista", cuando en
realidad comunismo, fascismo y nazismo configuran un frente común. Son,
en esencia, manifestaciones diversas del pensamiento anticapitalista
más extremo.
Uno de los aspectos más llamativos y contradictorios
de estos movimientos de izquierda tiene que ver con su total ignorancia
del ideario nacionalsocialista, que guarda numerosas similitudes con el
comunista. Ambos aspiran a reconstruir la sociedad desde los cimientos
–para lo cual precisan derribar las instituciones existentes–; a
conformar un mundo nuevo que, a modo de paraíso utópico, dé origen a un
hombre renovado, cuya voluntad individual quede anegada por el bien
común, el espíritu del pueblo (léase Estado). Así pues, el eje
vertebrador de comunistas y nazis es ni más ni menos que su idolatrado
socialismo.
Hitler y Lenin perseguían un mismo objetivo:
erradicar la libertad individual y el capitalismo. El primero tenía una
visión nacionalista basada en la lucha de razas; el segundo, una
perspectiva internacionalista sustentada en la lucha de clases. Luciano
Pellicani, en su obra Lenin y Hitler, los dos rostros del totalitarismo,
desentraña a la perfección el denominador común de ambas ideologías.
Así, basta con leer los alegatos anticapitalistas de los líderes nazis
para comprobar el germen puramente socialista del totalitarismo
hitleriano:
Adolf Hitler:
La lucha más fuerte no debía hacerse contra los pueblos enemigos, sino
contra el capital internacional. La lucha contra el capital financiero
internacional era el punto programático más importante en la lucha de la
Nación alemana para su independencia económica y su libertad (...)
En
la medida en que la economía se adueñó del Estado, el dinero se
convirtió en el Dios que todos tenían que adorar de rodillas (...) La
Bolsa empezó a triunfar y se dispuso lenta pero seguramente a someter a
su control la vida de la nación (...) El capital debe permanecer al
servicio del Estado y no tratar de convertirse en el amo de la nación.
Tampoco
después de la guerra podremos renunciar a la dirección estatal de la
economía, pues de otro modo todo grupo privado pensaría exclusivamente
en la satisfacción de sus propias aspiraciones. Puesto que incluso en la
gran masa del pueblo todo individuo obedece a objetivos egoístas, una
actividad ordenada y sistemática de la economía nacional no es posible
sin la dirección del Estado.
Yo
no soy sólo el vencedor del marxismo, sino también su realizador. O
sea, de aquella parte de él que es esencial y está justificada,
despojada del dogma hebraico-talmúdico. El nacionalsocialismo es lo que
el marxismo habría podido ser si hubiera conseguido romper sus lazos
absurdos y superficiales con un orden democrático.
Joseph Goebbels: Nosotros
somos socialistas (...) somos enemigos, enemigos mortales del actual
sistema económico capitalista con su explotación de quien es
económicamente débil, con su injusticia en la redistribución, con su
desigualdad en los sueldos (...) Nosotros estamos decididos a destruir
este sistema a toda costa (...) El Estado burgués ha llegado a su fin.
Debemos formar una nueva Alemania (...) El futuro es la dictadura de la
idea socialista del Estado (...) Ser socialista significa someter el Yo
al Tú; socialismo significa sacrificar la personalidad individual al
Todo.
S. H. Sesselman (líder el partido nazi en Múnich): Nosotros somos completamente de izquierda y nuestras exigencias son más radicales que las de los bolcheviques.
Gregor Strasser (presidente del partido nazi entre 1923 y 1925, mientras Hitler estuvo encarcelado): Nosotros,
jóvenes alemanes de la guerra, nosotros, revolucionarios
nacionalsocialistas, desencadenamos la lucha contra el capitalismo.
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Las estrechas relaciones entre la Alemania Nazi y la URSS
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El programa político nazi incluía la "eliminación de las ganancias" y
de la "esclavitud del interés", la "estatalización" de empresas
estratégicas y la "expropiación" forzosa, sin indemnización, de la
propiedad privada. Y si bien el régimen nazi no nacionalizó todos los
medios de producción, puso la economía al servicio de los intereses del
Estado, bajo amenaza de duras penas y castigos (expropiación, cárcel,
trabajos forzosos y condena a muerte). No en vano, tal y como razonaba
la cúpula nazi, "¿qué necesidad tenemos de socializar los bancos y las
fábricas? Nosotros socializamos los seres humanos".
Así, no es
extrañar que el último canciller de la República de Weimar, el general
Kurt von Schleicher, advirtiera de que el programa nacionalsocialista
"apenas era distinto del puro comunismo". De hecho, muchos de los que
engrosaron las filas de las temidas SS y SA procedían de las filas
comunistas, siendo su fin último el bolchevismo.
Visto lo visto, y
puesto que los nazis combatieron tanto o más que los comunistas el
malvado capitalismo, me pregunto por qué Ecuador no condena igualmente
el asedio de las potencias aliadas al régimen de Hitler... O bien por
qué los jóvenes antisistema no estampan el rostro del Führer sobre
camisetas rojas con una esvástica de fondo, al más puro estilo Che
Guevara. ¿A qué viene esta discriminación, si al fin y al cabo Hitler y
el Che perseguían el mismo fin, empleando, además, medios tan similares?
La
Segunda Guerra Mundial fue preparada y provocada deliberadamente por el
gobierno soviético desde la década de los 20, en lo que constituyó tal
vez el plan estratégico más ambicioso y complejo, y de mayor éxito, de
toda la historia humana. El propio nacimiento del nazismo fue una etapa
intermedia, no del todo prevista en el proyecto original, pero
rápidamente asimilada para dar una mayor solidez a los resultados
finales.
Los documentos
de los archivos de Moscú reunidos por los historiadores rusos Yuri
Dyakov y Tatyana Bushuyeva en "The Red Army and the Wehrmacht"
(Prometheus Books, 1995) ya no permiten eludir esa conclusión.
Alemania,
reducida a la miseria por unas indemnizaciones exorbitantes y obligada
por el Tratado de Versalles a desarmarse, sabía que, para recuperar su
Ejército, tendría que reorganizarlo secretamente. Pero burlar el control
de las potencias occidentales era imposible. La ayuda sólo podría
llegar de la URSS.
En el
ínterin, Stalin, incrédulo respecto a los movimientos revolucionarios
europeos, pensaba imponer el comunismo al Occidente mediante la
ocupación militar. En esa perspectiva, Alemania aparecía naturalmente
como la punta de lanza ideal para debilitar al adversario antes de un
ataque soviético. Con esa finalidad Stalin invirtió abundantemente en el
rearme secreto de Alemania y cedió parte del territorio soviético para
que en ella se reestructurasen las tropas alemanas, lejos de la
vigilancia franco-británica. De 1922 a 1939, la URSS militarizó
ilegalmente a Alemania con la intención consciente de desencadenar una
guerra de dimensiones continentales. La Segunda Guerra fue, de cabo a
rabo, una creación de Stalin.
El éxito del nazismo no
modificó el plan sino que lo reforzó. Stalin veía el nazismo como un
movimiento anárquico, útil para generar confusión, pero incapaz de crear
un poder estable. El auge de Hitler era un complemento político y
publicitario perfecto para el papel destinado a Alemania en el campo
militar. Si el Ejército alemán iba a abatir las puertas de Occidente
para la entrada de las tropas soviéticas, la agitación nazi iba a
constituir, según la expresión del propio Stalin, "el barco rompehielos"
de la operación. El nazismo, debilitando la confianza europea en las
democracias, sembrado el caos y el pánico, iba a crear las condiciones
psicosociales necesarias para que el comunismo, transportado en las
puntas de las bayonetas soviéticas con el apoyo de los movimientos
comunistas locales, se presentase como un remedio salvador.
Para
realizar su plan, Stalin tenía que actuar con un prudente y fino
maquiavelismo. Necesitaba fortalecer a Alemania de momento, para
precipitarla en el desastre en el futuro, y tenía que cortejar al
gobierno nazi a la vez que azuzaba contra el mismo a las potencias
occidentales. Stalin, de larga experiencia en la praxis dialéctica,
llevó adelante con asombrosa precisión esa política de dos barajas en la
que estriba la explicación lógica de ciertas contradicciones
superficiales que en ese momento desorientaron y escandalizaron a los
militantes más ingenuos (como las sutilezas de la estrategia del Sr.
José Dirceu escandalizan y desorientan hoy a la Sra. Heloísa Helena).
Por
ejemplo, Stalin promovía una intensa campaña antinazi en Francia, al
mismo tiempo que ayudaba a Alemania a militarizarse, organizaba el
intercambio de informaciones y prisioneros entre los servicios secretos
de la URSS y de Alemania para eliminar a las oposiciones internas en
ambos países y negaba cualquier tipo de ayuda sustancial a los
comunistas alemanes, permitiendo, con una cínica sonrisa, que fuesen
aplastados por las tropas de asalto nazis. La conducta aparentemente
paradójica de la URSS en la Guerra Civil Española también fue
planificada dentro de la misma concepción estratégica.
Movilizando
batallones de idiotas útiles de las clases intelectuales de Occidente,
la espectacular ostentación estalinista de antinazismo -- cuyos ecos aún
se escuchan en los discursos de la izquierda brasileña, última
creyente fiel de los mitos de los años 30 -- sirvió para camuflar la
militarización soviética de Alemania, pero también para echar a
Occidente contra un enemigo virtual que, al mismo tiempo, estaba siendo
precipitado contra Occidente.
Hitler,
que hasta ese momento era un peón del tablero de Stalin, se dio cuenta
del ardid y decidió derribar la mesa invadiendo la URSS. Pero Stalin
supo sacar provecho de ese imprevisto, cambiando rápidamente la tónica
de la propaganda comunista mundial del pacifismo al belicismo y
anticipando la transformación, prevista para mucho después, del
antinazismo de fachada en antinazismo armado. A pesar del error de
cálculo, inmediatamente subsanado, el plan funcionó: Alemania desempeñó
su papel de barco rompehielos, se fue a pique, y la URSS ascendió a la
posición de segunda potencia mundial dominante, ocupando militarmente la
mitad de Europa e instalando en ella el régimen comunista.
En
la valoración de la concepción estalinista, ¿qué representan 40
millones de muertos, el Holocausto, naciones enteras barridas del mapa,
culturas destruidas, locura y perdición por todas partes? Según Trótski,
el carro de la historia aplasta las flores del camino. Lenin recordaba
que sin romper huevos no se puede hacer una tortilla. Flores o huevos,
el Sr. Le Pen, más sintético, resumiría el tema con una palabra:
"Detalles". Nada más que detalles. Nada que pueda invalidar una
grandiosa obra de ingeniería histórica, ¿no es así?
Por haber
colaborado con esa empresa, el Sr. Apolônio de Carvalho fue, en opinión
del ministro Márcio Thomaz Bastos, un gran héroe. Pero, si el diminuto
siervo de Stalin tiene las proporciones majestuosas de un héroe, ¿qué no
habrá sido el propio Stalin? ¿Un dios?
COMUNISMO Y NAZISMO
25 Reflexiones sobre el totalitarismo en el Siglo XX (1917-1989)
( Fragmento de un extenso ensayo)
Por Alain de Benoist
I
La
publicación, con ocasión del 80.º aniversario de la Revolución de
Octubre, de un Libro negro del comunismo redactado por un grupo de
historiadores bajo la dirección de Stéphane Courtois, ha desencadenado
un debate de gran amplitud primero en Francia y después en el
extranjero.[5] La obra, que tenía que haber sido prologada por François
Furet, fallecido algunos meses antes, se esfuerza por dibujar, a la luz
de las informaciones de que hoy disponemos, un balance preciso y
documentado del coste humano del comunismo. Este
balance se cifra en cien millones de muertos, o sea, cuatro veces más
que el número de muertos que esos mismos autores atribuyen al
nacionalsocialismo .
En
rigor, tales cifras no constituyen una revelación. Numerosos autores,
desde Boris Souvarin hasta Robert Conquest y Soljenitsin, se habían
interesado ya en el sistema concentracionario soviético (Gulag); en las
hambrunas deliberadamente mantenidas — si no provocadas — por el Kremlin
en Ucrania, que en 1921-22 y 1932-33 causaron cinco y seis millones de
muertos respectivamente; en las deportaciones de que fueron víctimas
siete millones de personas en la URSS (kulaks, alemanes del Volga,
chechenos, inguches y otros pueblos del Cáucaso) entre 1930 y 1953; en
los millones de muertos provocados por la «revolución cultural» china,
etc. Respecto a esos trabajos anteriores, el balance que propone el
Libro Negro parece incluso calculado a la baja: no han faltado
estimaciones mucho más altas. [6]
El
interés del libro reside más bien en que se apoya en una documentación
rigurosa procedente en parte de los archivos de Moscú, hoy abiertos a
los investigadores. Ésa es la razón de que las cifras que en él se
reflejan no hayan sido apenas impugnadas, y la conclusión de un cierto
número de observadores es que «el balance del comunismo constituye el
caso de carnicería política más colosal de la historia» [7] o que ya se
ha hecho la verdad sobre «el mayor, el más sanguinario sistema criminal
de la historia». [8]
Así las cosas, lo que ha despertado
el debate no son tanto los propios hechos como su interpretación. Sea
cual fuere su latitud — observa Stéphane Courtois —, todos los regímenes
comunistas han «erigido el crimen de masas en verdadero sistema de
gobierno» .
Puede deducirse de
ahí que el comunismo no ha matado en contradicción con sus principios,
sino en conformidad con ellos — en otros términos, que el sistema
comunista no ha sido sólo un sistema que ha cometido crímenes, sino un
sistema cuya esencia misma era criminal. «Nadie más — escribe
Tony Judt — podrá desde ahora poner en duda la naturaleza criminal del
comunismo».[9] A ello se añade el hecho de que el comunismo ha matado
más que el nazismo, que ha matado durante más tiempo que él y que ha
comenzado a matar antes que él. «Los
métodos instituidos por Lenin y sistematizados por Stalin y sus émulos —
escribe Courtois — no sólo recuerdan a los métodos nazis, sino que con
mucha frecuencia les son anteriores». Y añade: «Este mero hecho incita a
una reflexión comparativa sobre la similitud entre el régimen que a
partir de 1945 fue considerado como el más criminal del siglo y un
régimen comunista que hasta 1991 ha conservado toda su legitimidad
internacional y que, hasta hoy, está en el poder en varios países y
mantiene adeptos en el mundo entero» .
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Libro de Pedro Pablo Arencibia: Paradigmas Psicopedagogicos y caminos de la Investigacion Matematica en la Ensenanza de la Matematica Universitaria y Media
OPINIÓN SOBRE EL LIBRO:
Lo he ojeado, aqui y alla; es conmovedor. humano. Tardare en leerlo de tapa a tapa. Comprendo que es holistico, lo que me parece admirable, meritorio, politica, experiencia humana, Matematicas, Ciencias, y tambien ¨very scholar. Una combinacion unica. Gracias. B.M.
“Marco Rubio a Donald Trump: Te diré lo que es un buen acuerdo: que Cuba sea libre
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Licenciado en Matemática Pura en la Universidad de La Habana (UH) y Catedrático universitario con 24 años de experiencia en la docencia universitaria cubana; posee la Categoría Docente Principal de Profesor Titular universitario. Fue expulsado el 29 de enero de 1997 del Instituto Superior Pedagógico de Pinar del Río ( universidad de perfil formativo o pedagógico) por motivos políticos. Activo colaborador desde su fundación de la revista VITRAL y del Centro Católico de Formación Cívica y Religiosa (CFCR) de la Diócesis de Pinar del Río. Colaboró en Cuba con las organizaciones opositoras: Todos Unidos, Asamblea para Promover la Sociedad Civil en Cuba y con el Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC).
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COLABORADORES:
Paul Echániz
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