¿Quién ganará y quién no?. Roberto Álvarez Quiñones: Este proceso empuja a Cuba hacia una versión raulista y modificada del modelo chino.
¿Quién ganará y quién no?
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Este proceso empuja a Cuba hacia una versión raulista y modificada del modelo chino.
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Por Roberto Álvarez Quiñones
Los Ángeles
13 Mayo 2015
Con solo la intención de querer normalizar las relaciones con los hermanos Castro, el presidente Barack Obama ha puesto a Cuba de moda y todos quieren ir a La Habana para "estar en onda".
Sin embargo, casi nadie se pregunta quiénes realmente ganarán y quienes recibirán tan poco que al final podría decirse que saldrán perdiendo. Al parecer, en este andar hacia el deshielo bilateral La Habana y Washington se basan en la filosofía del poeta español Ramón de Campoamor: "todo es según el color del cristal con que se mira".
Y me sorprende que no se mencione que falta un tercer prisma, y no color de rosa como el que usan los gobiernos citados. Es el del pueblo de Cuba, que siendo el protagonista principal ha sido ignorado por los Castro y que en esa "nueva era" que se augura no va a ganar tanto como muchos creen.
Haciendo trizas la dignidad nacional, de la que tanto habla, el régimen está dispuesto a llegar a un arreglo con una superpotencia extranjera pero no a dialogar y entenderse con los cubanos del patio. Así vende, ahora con más éxito que nunca, la idea de que el problema de Cuba es el "bloqueo" y el diferendo con EEUU, y no la dictadura comunista.
La propia Administración Obama, aunque diga lo contrario, no ha tenido en cuenta que en estas negociaciones tiene que haber tres factores y no dos: 1) los intereses económicos y geopolíticos de EEUU, 2) los de la dictadura castrista, 3) y los de los cubanos de a pie.
Los objetivos 1 y 2 encajan bastante bien entre sí, pero no mucho con el 3. Y en dependencia de si se benefician o no los cubanos es que la normalización será positiva o no.
Prisma de Washington
En EEUU los empresarios ven el deshielo como una formidable oportunidad para hacer negocios en un país que, devastado por el sistema comunista, no tienen nada y necesitan de todo. Los estadounidenses en general lo desean, pues les abriría un singular destino turístico que estuvo cerrado mucho tiempo y está a 40 minutos en avión.
Para Obama representa pasar a la historia como el presidente de EEUU que puso fin al enfrentamiento bilateral, que politólogos y académicos consideran un rezago de la Guerra Fría, aunque no es cierto, pues comenzó en 1959 con las confiscaciones de las propiedades estadounidenses en suelo cubano.
Como importante efecto colateral el mandatario y sus asesores esperan que al "amigarse" con los Castro las relaciones con el resto de América Latina van a mejorar, con lo cual ha de extinguirse, o disminuir al mínimo, la hostilidad de los gobiernos izquierdistas de la región contra EEUU. Craso error.
En cuanto a derechos humanos, la tesis de Obama es que en vez de exigir que estos se respeten lo mejor es acercarse a Raúl Castro y su equipo, concederles estímulos económicos, y dejar que sea la comunidad internacional la que le exija luego que concedan las libertades ahora inexistentes.
¿Empoderar a quién?
Aún no hay evidencias suficientes de que la elite castrista quiera realmente tener relaciones amistosas con Washington, sino que se levante el embargo, recibir créditos, muchos turistas "yanquis" e inversiones de capital. Si lo logra, comenzará a poner piedras en el camino y a dilatar las conversaciones para la normalización total de las relaciones.
El dictador ha dicho que no habrá cambios políticos. Es cierto, para ello haría falta un relevo radicalmente nuevo y desideologizado del actual liderazgo castrista, algo que no se atisba en el horizonte. En todos los países excomunistas los cambios estuvieron a cargo de nuevos dirigentes.
En cuanto al ámbito económico, es una ilusión creer que las compañías y los bancos estadounidenses podrán "empoderar a los emprendedores" y fomentar un pujante sector privado. En Cuba el Estado tiene el monopolio absoluto y enfermizo de toda la actividad industrial, comercial, bancaria y hasta la agrícola, pues los campesinos están obligados a vender a empresas estatales de acopio casi todo lo que producen.
Además, la Ley de Inversión Extranjera impide que los cubanos residentes en el país puedan invertir. Y si reciben financiamiento extranjero tampoco pueden porque lo prohíbe el Partido Comunista (PCC), que establece: "No se permitirá la concentración de la propiedad en personas jurídicas (negocios privados) o naturales (individuos)". Es decir, no hay cómo crear capital privado. Por ejemplo, el dueño de una paladar no puede crecer porque solo le permiten tener 50 sillas como máximo.
Los cuentapropistas no pueden exportar o importar nada, ni negociar directamente con nadie. Solo pueden relacionarse con las empresas del Estado y nunca con una empresa privada o mixta, y menos con extranjeros.
Alguien podría decir que con derogar esas restricciones los cuentapropistas podrían convertirse en capitalistas. Eso no va a suceder. Con los Castro en el poder es impensable la consigna de "enriquecerse es glorioso" con la que Deng Xiaoping inició las reformas luego de la muerte de Mao Tse Tung.
Hacer fortuna será privilegio de la elite militar castrista, que será la que negociará con los estadounidenses directamente. Ella será la ganadora neta y sí se va a "empoderar".
Un cese del embargo consolidará la nueva burguesía cívico-militar —ya en gestación—, integrada por los familiares de los Castro, el generalato y jerarcas del Partido Comunista. Y acelerará el diseño del neocastrismo, cuya primera versión será presentada en el VII congreso del PCC, en abril de 2016.
Más palos que zanahorias
Otorgando el beneficio de la duda puede pensarse que como el castrismo no está preparado para quedarse sin el "enemigo" que hizo posible su discurso político-ideológico y fue el motivo para movilizar al "pueblo combatiente", al producirse finalmente la invasión yanqui, pero de turistas y hombres de negocios, la situación podría desbordar al régimen y producirse cambios más profundos. Esa es la esperanza de los más optimistas. Pero parece muy poco probable.
Es cierto que los cubanos sentirán menos miedo. No será delito hablar bien del Gobierno "yanqui". Y si se levanta el embargo ya el "imperio" no será el culpable de todo lo malo. Ello evidenciaría con más fuerza que nunca, de manera ineludible, que la pesadilla cubana solo puede tener fin con la salida de escena de los Castro y la gerontocracia "histórica". También hay que contar con el uso creciente de teléfonos móviles y otros medios tecnológicos en la Isla.
Sin embargo, el control de la sociedad cubana que tiene el castrismo es algo nunca antes visto en Occidente. Es asombroso el control absoluto que ha logrado de la vida de cada ciudadano. Y no se vislumbra que eso se vaya a modificar, haya o no relaciones con EEUU.
Por el contrario, el autoritarismo castrista se está fortaleciendo. Sabedora de que es la vedette política del momento y que nadie, ni siquiera Washington, va a censurarla para no hacer ruido en las negociones en curso, la dictadura se siente impune y arrecia la represión contra los disidentes.
El deshielo Cuba-EEUU, si se levantase el embargo, traerá una ligera mejoría económica para la gente, pero bajo la égida estatal. El Gobierno podrá recibir créditos, más dinero del turismo y de los eventuales negocios que hiciere con compañías extranjeras, y habrá más importaciones de alimentos, maquinarias, medicinas y artículos de consumo.
Como conclusión, a mi modo de ver este proceso empuja a Cuba hacia una versión raulista y modificada del modelo chino: se mantendrá la represión política igual o peor que en China, pero no se permitirá que surja un millonario sector privado como el que ya genera el 70% del Producto Interno Bruto (PIB) de la segunda mayor economía mundial.
Los cubanos recibirán los mismos palos, pero menos zanahorias que los chinos. Y continuarán sin disfrutar las libertades a las que tienen derecho.
Ojalá me equivoque de plano y todo sea distinto.
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