Jorge Dávila Miguel: La oportunidad histórica de Raúl Castro
Cabe poca duda que ante el llamado de las corporaciones, el embargo acabará, pero ese llamado corporativo existirá mientras vean a Cuba eficiente, atractiva y comercial
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La noticia fue en grande; como el acontecimiento, que fue histórico. Estados Unidos y Cuba restablecen relaciones. Aunque siguen las mismas críticas: que EEUU lo dio todo sin obtener nada; que Barack Obama es un ingenuo. ¿Y qué es lo que debía haber logrado el presidente Obama para quedar bien? Que La Habana, que le ganó la batalla diplomática a Washington a través de América Latina, hiciera concesiones políticas que desde el principio le aclaró que no iba a hacer; que aceptara un nuevo puente de plata disfrazado. Eso nada más puede ocurrírsele a los ideólogos del adjetivo, las medias verdades y el fracaso político en Miami frente a un gobierno que odian y un país que no conocen. Los que han delirado soñando que el Comando Sur los ponga en el poder ––o la USAID–– que es más o menos lo mismo.
En los 18 meses que estuvieron hablando en secreto, La Habana le repitió a Washington lo que ya el general Raúl Castro había dicho en 2007: Estamos dispuestos a hablar pero en “pie de igualdad”. Y los negociadores agregarían, para aclararlo todo bien: porque si tú me cuestionas mi sistema político yo te voy a cuestionar el tuyo y entonces no tendremos para cuando acabar. ¿Nos sentamos a negociar o no? Y entonces llegó el 17 de diciembre de 2014.
Y ahora viene la convivencia. Algunos se preguntan ¿Será posible la convivencia? Claro que sí. Cuba y EEUU son inseparables vecinos desde antes que George Washington pensara en cruzar el Potomac y en 1809 Thomas Jefferson ya quiso comprarle la Isla a España. No hay periodo en la reciente historia política norteamericana, casi no hay año, en que Cuba no haya tenido que ver algo con ella y viceversa. Bahía de Cochinos, Crisis de Octubre, asesinato de John F. Kennedy, Watergate, escándalo Irán Contra. La lista es nutrida. Las historias de ambos países están tan imbricadas que a menudo son una sola. Cuba, el tercer vecino más cercano. Ni tan frio como Canadá ni tan caliente como México, así será. La convivencia tendrá que suceder, porque no es un mandato moral, sino geopolítico.
Lo que no está tan claro es cómo serán las relaciones comerciales, sobre todo las célebres y esperadas inversiones de EEUU en la Isla.
Cuba brilla como un nuevo Eldorado; está de moda. Muchos inversores querrían llenar la Isla de todo lo que el dinero y el progreso tecnológico saben dar. Pero ya lo ha repetido Raúl Castro: marchamos “sin prisa pero sin pausa”; vamos a nuestra velocidad. El único problema es que algunas velocidades pueden resultar lentas para las medidas económicas, judiciales, sociales y estructurales necesarias en un país moderno que necesita mantener el interés inversor.
Cuba tiene todo el soberano derecho de legislar y organizarse dentro de sus fronteras como le apetezca; pero también, de cómo se organice y legisle, depende el efecto que producirá sobre los también soberanos millones de dólares americanos dispuestos a arriesgarse.
Porque son precisamente los esperanzados inversionistas quienes cabildearan, tanto ante políticos demócratas como republicanos para que se levante el embargo comercial y se normalicen ––como pide el gobierno de La Habana–– las relaciones diplomáticas. Cabe poca duda que ante el llamado de las corporaciones, el embargo acabará. Pero ese llamado corporativo existirá mientras vean a Cuba –– soberana y socialista, como requiere el presidente Castro–– pero también eficiente, atractiva y comercial. Si no, los motivados de hoy, serán los desmotivados de mañana, el embargo no se levantaría, y todo podrá proseguir entonces ––muy tranquilamente–– con la misma velocidad empresarial de la Isla en los últimos 33 años, desde el discreto Decreto-Ley 50 del año 82[i].
Nunca se normalizarían pues las relaciones diplomáticas, y eso estaría mal, digamos. Habría fracasado todo.
A menos que La Habana nunca haya tenido, realmente, como un objetivo estratégico y primordial el total levantamiento del embargo. Si miramos bien, con lo que la diplomacia cubana ya obtuvo, ya ganó: Washington reconoció la legitimidad del gobierno de Raúl Castro, abandonó su política de cambio de régimen, liberalizó los viajes de norteamericanos a la Isla, permite el acceso de La Habana a organismos de crediticios internacionales, entre otros varios efectos colaterales. Realmente, “¿son tan importantes las inversiones norteamericanas como para apurar mi paso?”, puede preguntarse el gobierno cubano. “Tal vez no”, puede responderse. Esa también sería una decisión independiente y soberana, aunque no muy sabia.
Porque no solo la política y las relaciones exteriores deciden en el gobierno de una nación. El presidente Raúl Castro tiene una oportunidad inigualable y tal vez ineludible ante la historia de su país. Independientemente de todas las conquistas sociales de la Revolución Cubana y los triunfos que la propaganda o la realidad proclamen, los desniveles económicos y la pobreza material en la población cubana son hoy en día notorios, poco menos que urgentes y rampantes.
Cuba, “Perla de Las Antillas” y “Faro de América Latina” es hoy por hoy un país que envejece debido a su baja tasa de natalidad, donde los jóvenes emigran, entre otras razones, porque en su tierra no tienen posibilidad de progreso económico-social. Por eso es justo la responsabilidad del gobierno de un país, en este caso el cubano, de adecuar sus velocidades, no solo a la comodidad, la prudencia o su costumbre política, sino también a las crecientes necesidades de los ciudadanos que gobierna, representa y en los que, al fin y al cabo, reside la soberanía de la nación.
Es como si la revolución cubana, con sus ansias de justicia social, modernización, riqueza nacional, industrialización y bienestar para todos ––su proclamado objetivo en 1959–– no hubiera tropezado entonces con la enemistad de Washington y el embargo comercial. Hubiera podido hacerlo todo.
Y por eso, en estos días, con la misma revolución en el poder –– cuando todos los principales obstáculos con EEUU se vayan disipando–– uno diría que el presidente Raúl Castro y su legado de gobierno tienen la responsabilidad y la gran oportunidad histórica de llevar a Cuba a su lugar en el siglo XXI. ¿No?
[i]http://www.trabajadores.cu/temas/decreto-ley-50/
Jorge Dávila Miguel es columnista de El Nuevo Herald. Es columnista y analista político de CNN en español.
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