viernes, septiembre 11, 2015

Desertores buenos, desertores malos. Eugenio Yáñez: Los “buenos” podrían regresar a Cuba… los “malos” todavía



Desertores buenos, desertores malos

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Los “buenos” podrían regresar a Cuba… los “malos” todavía
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Por Eugenio Yáñez
Miami
10/09/2015

En Cuba todo es relativo: lenguaje, moral, historia, principios, políticas.

Se cambia de un día para otro: de gusanos a mariposas, de mandarines de Pekín a hermanos chinos, de imperialismo yanqui a vecino del Norte, de indestructible amistad cubano-soviética a eterna hermandad con Corea del Norte. Generales latinoamericanos son gorilas o presidentes, depende de cómo se comporten con la dictadura cubana. En estos momentos ha llegado el turno de los “desertores”.

Ahora los desertores, siempre vilipendiados durante más de medio siglo por el discurso del régimen y sus papagayos pagados o voluntarios, comienzan a ser considerados buenos o malos. Los médicos y “profesionales de la salud” que “bajo los términos de la actualización de la política migratoria han salido del país, ya sea por un interés económico, familiar o de índole profesional, incluyendo aquellos víctimas de las engañosas prácticas del vulgar robo de cerebros”, serían desertores buenos, pueden regresar a vivir en Cuba y se les garantizaría un trabajo similar al que tenían en la Isla antes de desertar. No está claro qué sucedería a quienes lo hicieron antes de la reforma migratoria (2013). Además, químicos, escritores, atletas, ingenieros, peloteros, artistas, profesores, voleibolistas, economistas, físicos, militares, veterinarios, matemáticos, biólogos o arquitectos, entre otros, siguen siendo desertores malos, sin derecho a regresar… todavía.

¿Por qué esa supuesta “generosidad” del régimen? Podrían citarse muchas causas, pero es evidente que una de ellas es atacar el Programa de Parole para Profesionales Médicos Cubanos (CMPPP) establecido desde 2006 por la administración Bush para facilitar la fuga de médicos en misiones “internacionalistas”. Y otra razón es que se necesitan más médicos en Cuba. No porque no existan suficientes, sino porque parte importante de ellos anda de misión en el exterior, y los servicios a la población en la Isla se han afectado, aunque el Ministro de Salud Pública y la prensa amaestrada aseguren lo contrario.

La generosidad raulista no es tanta como parecería superficialmente. Ni los carceleros simpatizan con los prófugos, ni los esclavistas con los cimarrones. ¿Cuántos familiares de médicos “desertores” han permanecido o permanecen en Cuba, incluyendo cónyuges, hijos, o padres, en castigo a la “maldad” del ausente por abandonar la tarea asignada por la pandilla en el poder que nunca, en ninguna circunstancia, vive en carne propia las exigencias “revolucionarias” a los cubanos de a pie? En ese sentido, un irresponsable trotamundos proclamando delirantes ideas, Ernesto Guevara, fue más consecuente con su participación personal en aventuras “internacionalistas” que todo lo que puedan mostrar en su currículum los hermanos Castro y casi todos sus familiares.

Dejando de lado la moral del régimen, equivalente a virginidad de jinetera, veamos aspectos prácticos del cambio de categorización del régimen sobre los discípulos de Esculapio e Hipócrates.

No consideremos a quienes han revalidado sus títulos en EEUU y reciben ingresos superiores, por lo menos, a $150.000 anuales, o en otros países, donde aun sin salarios tan elevados como aquí disfrutan niveles de vida y reconocimiento profesional y social muy superiores a los que pudieran haber disfrutado anteriormente en la Isla o al que podrían vivir ahora a partir del hipotético regreso al averno.

Centrémonos exclusivamente en los médicos cubanos que sin haber revalidado sus títulos por una razón u otra, desempeñan en EEUU trabajos calificados de nivel medio en Cuba, como enfermeros, asistentes de medicina, administradores de casos, técnicos de rayos X, tomografía axial computarizada o resonancia magnética nuclear (para utilizar la denominación acostumbrada en la Isla), laboratoristas, fisioterapeutas, asistentes de enfermería, asistentes para el cuidado de pacientes en hogares de ancianos o personas incapacitadas, o van a sus casas para medir y controlar signos vitales, administrarles medicamentos, realizar actividades de rehabilitación, ayudarlos en el aseo personal o de la vivienda, o en la alimentación. O incluso profesionales cubanos que eran del sector en Cuba y actualmente no trabajan en el sector de la salud, y se buscan su vida y mantienen a su familia con actividades de ventas, servicios, docentes, o dueños de negocios en cualquier actividad decente y legal.

No tiene sentido, naturalmente, establecer comparaciones abstractas de ingresos y gastos en EEUU y Cuba, y es evidente que el derecho a la vida, la libertad, la felicidad y la prosperidad no tienen precio, pero cualquiera de los profesionales médicos que no estén ejerciendo su especialización en este país, mencionados en el párrafo anterior, ingresan en un día de trabajo más dinero que el que recibe durante un mes el médico mejor pagado en Cuba (con excepción de “Tony” Castro Soto del Valle, el turista del Mediterráneo). De acuerdo a las resoluciones publicadas sobre reformas salariales del sector, el mayor salario serían 1.600 pesos cubanos (CUP) mensuales, que equivaldría a $64 o pesos cubanos convertibles (CUC), en un país donde en los mercados de la tiranía un litro de aceite comestible cuesta más de $2,5 una libra de carne de res más de cinco, o una hora de Internet más de dos.

Además, los hipotéticos profesionales de la salud que retornaran, como los llamados “repatriados” que en 1959-60 regresaron desde EEUU a vivir en Cuba la fantasía de “la revolución”, tendrían que aceptar nuevamente que su existencia la determine Papá Estado, ocultar y callar sus opiniones personales, trabajar en instalaciones médicas desvencijadas, condiciones materiales deplorables, con insuficientes equipos, mobiliario médico, instrumentos, materiales y reactivos. Buscar dónde vivir y cómo transportarse, y resignarse a continuas, inevitables e interminables colas para comprar alimentos, vestuario, calzado o medicinas. Y “donar” mensualmente un día de salario para las Milicias de Tropas Territoriales, hacer trabajo voluntario, o tomarse una aguada caldosa colectiva celebrando fechas “revolucionarias”.

Mucho peor, regresarían a Cuba para que su vida profesional y personal dependa de los informes y chismes de un responsable de vigilancia de cualquier Comité de Defensa de la Revolución del barrio, o del secretario del partido o el dirigente sindical de su centro de trabajo.

Y de seguro no regresarían respondiendo a un hipotético llamado de la patria, que la camarilla gobernante y el partido comunista están muy lejos de ser “la patria”. Ni por complejos de autoestima o autorrealización: nada más importante para la autoestima que saber que uno es capaz de ganarse el sustento con su trabajo, cosa que el régimen no puede garantizar a los cubanos en la Isla.

¿Cuántos médicos y trabajadores de la salud “desertores” estarían dispuestos a regresar al paraíso castrista? ¿Todos? Claro que no. ¿Muchísimos? Difícil. ¿Algunos? Siempre habrá rotos para descosidos.

¿Aplaudir al régimen por su “generosidad”? ¿Y qué pasará con los “malos” que siguen en la lista negra de la dictadura?

Cuba no será de los cubanos mientras existan desertores “buenos” y desertores “malos”.

Mientras existan “desertores”. Y cabecillas con facultades para clasificarlos.

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