Esteban Fernández: MIS ESCRITOS: DE MONTECRISTI A LOS ÁNGELES
Por Esteban Fernández
9 de mayo de 2016
Paso hoy a darles detalles de los orígenes, motivos y razones de mis escritos. La idea surge en tercer grado del Colegio Presbiteriano (Kate Plumer Bryan Memorial) de Güines. La maestra Mercedes Carrión nos dijo que estudiáramos para poder hacernos un examen sobre “El Manifiesto de Montecristi”.
La profesora -tras leer mi escrito- me dio un “sobresaliente” sorprendida por todos los datos que yo había brindado en mi composición -desconocidos totalmente por ella- gracias a mi facilidad para expresar mis ideas. Y como era un soberano tolete para los números pensé inmediatamente que “lo mío son las letras”. Nunca he estado más orgulloso que cuando Mercedes Carrión me dijo: “¡Hoy, gracias a tú escrito, admiro más que nunca a José Martí!”
Es decir que siempre escribí. Ya en el exilio y en contacto directo con mis compatriotas me di cuenta de lo difícil que es dar una idea en público sin que nos caigan encima y nos interrumpan con 20 opiniones diferentes y contundentes. Me sonreí imaginando que quizás era preferible expresar mis pensamientos a través de la prensa escrita que directamente en persona.
Eso, unido al fracaso en algunos intentos beligerantes y bélicos, me hizo considerar seriamente que a través de las letras impresas podía cooperar a la liberación de Cuba, y en precarias condiciones (con una máquina de escribir que ni eléctrica era y enmendando errores constantemente con un pomito de “White out”) me lancé a emborronar cuartillas en 1967.
Todos mis escritos -tediosos y aburridos-eran únicamente encaminados a defender la causa cubana y a repetir hasta el cansancio que “Cuba sería libre antes de dos meses”.
Varios factores convergieron en un cambio de estilo sin, desde luego, abandonar la sagrada causa cubana: uno fue que el cantante venezolano Oscar D’León dijo públicamente que “Si no existiera el castrismo los cubanos no tendrían de que hablar ni escribir”. Eso me molestó soberanamente y decidí que “¡Yo, además de defecarme en los Castro, puedo escribir de 20 cosas más!”
En eso un joven cubano llamado Raulito Quintana visitó mi casa, me estaba vendiendo un televisor, ahí estuvimos conversando durante horas y él se reía extraordinariamente con todas mis ocurrencias. Al despedirse me dijo: “Chico, yo leo todos tus escritos y pensaba que eras un tipo trágico y amargado, pero tienes tremendo sentido del humor y creo debes usarlo un poco más en tus artículos periodísticos”. Ahí “se me iluminó el bombillo” y acto seguido no dormí en toda la noche escribiendo “Los cumpleaños cubanos, los médicos cubanos, los restaurantes cubanos”. Esos tres artículos fueron el inicio de lo que Agustín Tamargo más tarde llamó “El costumbrismo de Estebita desde California”. Me encantó la idea de poder utilizar el hecho cierto de que con respecto a nosotros los cubanos “tenemos mucha tela que cortar”.
Y como colofón llegué a la conclusión de que haría el ridículo si seguía con la matraquilla (muy fácil de demostrar mi equivocación todos los meses de enero) de que “las próximas Navidades nos comemos el lechoncito en La Habana”
Mi decisión fue la de no seguir ningún patrón de escritura y dividir mis comentarios en varias secciones: La Cuba de ayer (que va desde 1492 hasta 1959) la Cuba actual, la política, artistas y deportes de Estados Unidos, enaltecer a nuestros patriotas desde Maceo hasta Tony Cuesta, hablar de nuestros deportistas siguiendo el ejemplo de Ángel Torres y de nuestra pasada farándula al estilo de María Argelia Vizcaíno y de Rosendo Rosell, y darles riendas sueltas a mis recuerdos y anécdotas pasadas. Estoy hablando de un campo inagotable que me ha llevado a poder escribir casi por 50 años.
Unas veces redacto con toda la seriedad que el acontecimiento lo requiere y otras humorísticamente tratando de explicar la forma de ser nuestra que unas veces es digna de admiración y otras criticables en toda la extensión de la palabra. Y parte de conocer nuestra idiosincrasia -la llave que abre el corazón de algunos compatriotas- es no dármelas de intelectual, ni de sabihondo, ni de héroe, ni de infalible, ni de ser el bueno de la película.
Unos quisieran que me dedicara por completo a determinados temas, otros a otros, tengo a quienes les gustaría que me concentrara en criticar solamente a Don Francisco y al gordo Raúl de Molina (detestados por el 90 por ciento de mis lectores), uno prefieren que exclusivamente le eche con el rayo al castrismo, otros que me convierta en el nuevo Álvarez Guedes o Eladio Secades, o que escriba solamente criticando a “los hombres nuevos creados por el régimen”, unos quieren que me ocupe de alabar o condenar a los disidentes y tengo unos buenos lectores musicólogos que prefieren que hable exclusivamente del robo de nuestra música popular a través de la salsa.
Y yo le hago caso a todo el mundo y al mismo tiempo no le hago caso a nadie, sigo “en mi marchita” y si después de haber sido leído mi mensaje he logrado hacer reír, o hacer llorar o añorar a la Cuba de ayer y odiar a los que la han destruido yo siento que he logrado mi cometido.
Pa’lante y pa’lante sin seguir reglas ortográficas, sin recibir remuneración económica alguna, sin buscar, sin copiar ni plagiar a nadie, lo único que lamento es que cometí un error cuando dije en la composición en el colegio Americano hace 60 años que: Máximo Gómez saludó a Martí diciéndole: “Buenos días, Apóstol” cuando la realidad histórica era que a Martí en esos instantes nadie lo llamaba “Apóstol”.
Posdata: Deseo añadir que hoy me siento muy contento al enterarme que mis columnas tienen poderes medicinales y curativos al ser informado que mi amiga, lectora y coterránea Mercy García Roca se dio un fuerte golpe en su pie derecho con la pata de una silla, adolorida encendió su computadora, leyó mi escrito sobre La Letra Ñ, se rió y el dolor desapareció como por encanto. Es decir que estoy superando con creces al vaso de agua de Clavelito.
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