Esteban Fernández: ISABEL Y MI ACNÉ JUVENIL
Por Esteban Fernández
1 de agosto de 2016
Siempre lo he dicho: hubo un error al hacer a los seres humanos donde todo va cambiando, todo se va deteriorando MENOS la forma en que conceptuamos la belleza en el sexo opuesto.
Y entonces podemos ver a un viejito de 89 años, sentado en su sillón de ruedas y le pasa por el lado un monumento de 35 años y se desespera y lo que quisiera es poder levantarse e irse corriendo detrás de ella. Y conozco viejitas suspirando por William Levy.
Increíblemente cuando yo tenía 15 años me gustaban las damas con la misma edad y atributos que me encantan ahora. Nunca me gustaron las jovencitas ni las ancianitas. Ni las muchachas de 18 años ni las veteranas de 80. Las mujeres de 45 a 50 años siempre han sido mis preferidas.
Quizás estoy generalizando Y EL ÚNICO QUE TIENE ESA FORMA DE PENSAR SOY YO provocada por ese bello recuerdo que me regaló mi padre consiguiéndome “una novia de 44 años” cuando yo era un imberbe.
Y aquí les va la historia: De pronto me comenzó un acné juvenil, la cara se me llenó de forúnculos. Hoy en día yo le estoy eternamente agradecido a mi padre por la brillante idea que encontró -o copió- para darle solución al “gran problema” que me aquejaba. La enorme cantidad de barros me tenían acomplejado y ya casi no quería salir de la casa. Y lo peor: estaba convencido de que con la cara que parecía un guayo ninguna muchacha se dignaría a mirarme.
El viejo se sonrió, y me dijo: “Estebita, eso nos ha pasado a todos, a esa edad a los muchachos se les llenan las caras de espinillas, pero no te preocupes, yo tengo el remedio para este asunto, mañana por la mañana nos vamos para La Habana”.
Ya desde las siete de la mañana yo estaba vestido y listo para partir para la capital. Acto seguido de que mi padre se tomó su café con leche, se puso su sombrero jipijapa y encendió su tabaco Pita recuerdo que le pregunté: “Papá ¿en el pueblo no hay ningún doctor que me pueda resolver esto, en lugar de ir a un especialista en La Habana?” No me contestó nada, simplemente me dijo: “¡Vá-mo-nos!” Nunca entendí porqué le gustaba dividir la palabra “vámonos” en tres sílabas.
Cogimos la Ruta 33, ya en La Habana tomamos otra guagua que nos llevó a un apartado barrio, caminamos dos o tres cuadras, como a las dos de la tarde estaba mi padre tocando a la puerta de una humilde casita. “¿Dónde estamos?” le pregunté y me dijo “Esta es una zona de tolerancia”. Me quedé en Babia con esa respuesta.
La puerta la abrió una dama de unos 40 y pico de años. Era bella y tenía los ojos verdes. Estaba en bata de casa roja de seda, salió al portal y le dio un abrazo a mi papá, le dijo: “Esteban ¿cómo estás, y este pollo quién es?” Debido a mi complejo con los granos imaginé que se estaba burlando de mí.
Mi padre le contestó: “Este es mi hijo Esteban de Jesús, tiene un leve problema de acné, te lo traigo PARA QUE TE OCUPES DE ÉL y me lo cures”. Ella se rió y dijo: “Muy bien, déjalo conmigo y regresa como a las seis de la tarde”. Yo estaba asustado y apenado, pensé que era una bruja o una babalawo, pero al mismo tiempo nunca había imaginado que las curanderas eran tan lindas.
Pero no (no se preocupen que no voy a convertir mi escrito de hoy en pornográfico) no era santera, me trató muy bien, con afecto, con dulzura y con extrema paciencia. Me padre me recogió dos horas más tarde, Isabel me sonrió de una forma en que me pareció estaba compartiendo “un secreto de amor” conmigo. Habíamos adquirido una “complicidad” según mi mente tan imaginativa. Le dije: “Yo regreso mañana”…
No volví al otro día, pero convencí a mi padre para que me explicara exactamente cómo llegar a la casa de Isabel solo. Y así lo hice, estuve más de dos meses visitándola y pasándome horas con esta bella damisela encantadora. Esos ojos verdes -como todos los ojos verdes- me volvieron loco,
Pero… como todo en la vida tiene un final, una tarde estaba Esteban Fernández Roig en su posición acostumbrada sentado en el sillón del portal leyendo un librito del FBI que le había prestado su amigo Waldemar Labastilla. De pronto y sorpresivamente comencé a pedirle un disparatado permiso a mi padre: “Viejo, tengo que hablar contigo, estoy enamorado de Isabel y quiero casarme con ella”. Mi papá soltó el librito, soltó el tabaco y soltó una carcajada.
Molesto le dije: “¿A qué viene esa risa, qué tiene de cómico que yo me quiera casar con la mujer de mi vida?” Parece que me cogió lástima y me dijo: “No, chico, lo que sucede es que Isabelita es como 30 años más vieja que tú y vive muy lejos”. Airado le respondí: “Tú estás loco, esos no son motivos suficientes para no casarme con ella, ya yo tengo suficiente edad para decidir mi futuro, y mi futuro está junto a Isabel”…
Dudó mucho en responderme adecuadamente y tuve que volver a decirle “tu’taloco” dos veces más hasta que se decidió a decirme la verdad a pesar del dolor que le causaba el saber que me iba a herir: “¿Te convenzo de tú error si te digo que ISABEL ES UNA PROSTITUTA Y YO LE PAGO PARA QUE SE ACUESTE CONTIGO?” Fue como si me hubiera caído un rayo en la cabeza, pero como mi padre siempre en los momentos más trágicos de mi vida me hacía reír y cuando más molesto yo estaba -y listo para insultarlo- me dijo: “Bueno, pero te curamos el acné ¿no?” No, médicamente no me había sanado pero sicológicamente me quitó completamente el complejo que los granos me producían.
No volví más, hasta el primero de agosto del 62 -varios días antes de salir de Cuba- fui a despedirme, ella tenía lágrimas en sus ojos y no cobró nada por esta última visita. Me lo aseguró y mi padre me lo confirmó. Yo le juré “amor eterno”. Hace de esto exactamente 54 años y la recuerdo con mucho cariño porque ella, y muchas como ella, lograban que las muchachas llegaran señoritas al altar. No como aquí que todos los días salen embarazadas miles de niñas de hasta 14 y 15 años y los abortos está a tutiplén.
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