lunes, septiembre 19, 2016

Esteban Fernández: COMO UN GORRIÓN EN UNA JAULA

COMO UN GORRIÓN EN UNA JAULA

Por Esteban Fernández
19 de septiembre de 2016

Los norteamericanos, en su inmensa mayoría, tienen una gran virtud que yo no poseo. ¿Cuál?: La rápida adaptación al nuevo medio ambiente, y por lo tanto si les ofrecen un sustancioso aumento de sueldo y los ayudan a alojarse (como rentar o comprar una casa en la lejanía, por ejemplo) se transfieren a otro Estado a la velocidad de un cohete. A mí ni por la cabeza nunca me ha pasado eso.

Y tienen un poder de acomodación envidiable. En todos mis años de trabajo he conocido a más de 50 americanos que se han trasladado a otros Estados -que yo no iría ni de visita- como Oregon, Nebraska, South Dakota, Ohio, y ninguno jamás se ha comunicado conmigo quejándose de sus nuevos empleos, ni del lugar donde viven, ni de la temperatura ni de nada. Es más, nunca he sabido de ellos, se los tragó la tierra.

Los que han arribado a mis centros de trabajo provenientes de todos los Estados de la Unión han hecho lo mismo: se han adaptado totalmente en cuestión de una semana, o más rápido que eso, se han aclimatado en dos días y algunos en dos horas. Nunca mencionan a la Alabama ni al Wyoming que atrás dejaron.

Los americanos tienen en común varias cosas -y creo que se los dije hace poco- como los deportes  y los viernes reunirse cuatro o cinco a jugar a las barajas, tomarse unas cuantas cervezas y los fines de semana hacer una barbacoa con pechugas y muslos de pollos, perros calientes, chuletas de puerco, bisté. Es decir que a los pocos días hacen en el nuevo Estado lo mismo que hacían en  el otro que dejaron atrás. Y creo innecesario decir que en todas partes hay un cine, un market, una farmacia, parques y centros de diversiones. Es decir que para ellos en todas partes “el cuartito está igualito” aunque en algunos lugares tengan que palear nieve.

En los centros de trabajo (en el 90 por ciento de los casos) no son amigos, por lo menos en el concepto mío de la amistad que lleva muchos años para compenetrarme con otros seres humanos. Yo los defino como “conocidos que han convergido realizando una labor en común” eso es todo -“acquaintance” se llama esa relación en inglés- y los compañeros de trabajo son iguales, o muy parecidos, en Utah que en Kansas. Como le dije con anterioridad, cuando he considerado a alguno “mi amigo” y se ha ido para Indiana o Montana  fue como “Lo que el viento se llevó”. Volaron como Matías Pérez.

En lo que a mí respecta es todo lo contrario, solamente hay tres o cuatro lugares  donde me gusta  irme de vacaciones, y ni ahí puedo vivir: Miami, Las Vegas, Hawai y para de contar. Y pudiera ir a New Jersey -en verano- porque allí hay muchos cubanos buenos y puedo saludar a Alvin Ross que tiene un carácter y un sentido del humor muy parecido al mío.

Y proposiciones tuve: Agustín Tamargo insistía en que me fuera a trabajar en Radio Mambí con un buen sueldo, Jorge Riopedre trató infructuosamente que aceptara irme para Radio Martí en Washington D.C. y Rafael Estévez (quien trabajaba en el Ayuntamiento para el alcalde Julio Robaina) me quería postular para concejal de Hialeah.

Le pueden preguntar a mi compadre Carlos Hurtado quien siempre insiste en que me quede más tiempo en Florida y yo solamente aguanto una semanita  y a los cinco días quiero regresar para acá.

Si eso es en Miami que a mí me encanta, si me hablan de darme un aumento de 40 dólares la hora para trasladarme a lugares donde nieva como Illinois o Kentucky  yo no iría ni a buscar centenes. Alaska para mí sería prácticamente una antesala del suicidio.

Tengo buenos amigos que encariñados con sus nietos se han ido siguiendo a sus hijos que recibieron una oferta y un gigantesco aumento de sueldo en lugares inhóspitos que yo ni sé cómo se escriben y eso ha sido un embarque de marca mayor. No pensaron en que sus hijos se irían al valioso trabajo, los nietos para sus escuelas, la temperatura a cinco grados bajo cero y en todo el barrio ni un solo vecino que supiera una papa de inglés. Cuando me han llamado quejumbrosos les he respondido: “¡Te lo dije, mi socio!”

No crean tampoco que soy el tipo más feliz del mundo viviendo en tierras californianas porque jamás me he adaptado a vivir fuera de Cuba y siempre me he sentido como que estoy aquí “de paso”, pero ¿Qué tengo en California? Hijas, nietos, entrañables amigos y una temperatura de 75 grados. Y ¿saben quiénes son mis cúmbilas fuertes en Florida aparte de los que se bañaron en el Mayabeque?: los que vivían aquí y se fueron para allá y siguen considerándose “cubanos de California”.

No digo, bajo ningún concepto, que vivo en el lugar ideal SIMPLEMENTE ESTOY DONDE MEJOR ME HE ACOPLADO. Y viceversa: si mis amigos cubanos (que son iguales que yo) me visitan provenientes de Miami a las dos horas quieren regresar para allá quejándose de las distancias aquí y de que “Los Ángeles parece una sucursal de Tijuana”… Cuando me han pedido las manos de mis hijas lo único que les he exigido a los pretendientes es que no se las lleven a más de 30 millas de mi casa.

gonzalogarciapedrosoEsto no es nada nuevo para mí, mi desmesurado arraigo siempre ha representado un obstáculo para mi bienestar económico. Siendo un muchacho un amigo de mi padre llamado Gabino Gancedo le consiguió un magnífico empleo trabajando como asesor político de Gonzalito García Pedroso (que era director de la renta de la Lotería Nacional) en San José de las Lajas. Y para allá nos fuimos en contra de mi voluntad. Y tanto mortifiqué a mi padre que tuvo que regresar para Güines con toda la familia a vivir de un humilde retiro de 183 pesos.           

Y si esto me ocurrió en la bella localidad Lajera, viviendo en una buena casa y asistiendo a un magnífico colegio religioso llamado Institución Luz y Caballero dirigido por Dionisio Oramas (quién después se hizo sacerdote en Puerto Rico) y estando a pocos kilómetros de mi pueblo, si me fuera para Iowa City me moriría de tristeza como un gorrión dentro de una jaula.