sábado, octubre 28, 2017

Las bibliotecas heredadas. Blanca Acosta Rabassa: sobre Cuba: Desde los millonarios que dejaron obras y casas de mucho valor, hasta los más humildes, todos los cubanos han perdido algo, mucho, muchísimo

 Nota del Bloguista de Baracutey  Cubano

Casi toda mi biblioteca de Matemáticas está conmigo; la de no Matemáticas casi toda se perdió..

Recuerdo que Julieta la viuda del destacado pedagogo pinareño Sergio Llinás (hermano del ya fallecido destacado pintor  Guido Llinás, quién murió en su exilio en París,   me ofreció  la bien surtida biblioteca de su fallecido esposo, pero yo decliné su ofrecimiento y le dije que se lo agradecía pero  yo  también tenía pensado partir para el Exilio; sus hijos estaban ya en España. Por cierto, Sergio Llinás había sido un entusiasta revolucionario en los primeros años de la Robolución, contrario a su hermano Guido. Con los años Sergio se dió cuenta  en lo que había devenido  la Robolución y, gracias a Dios,  él y Guido tuvieron tiempo de vida para reconciliarse, Guido lo invitó a París y hasta le pago la operación de glaucoma. a su hermano.

¨Todo Exilio es un naufragio¨, ya lo dijo el poeta y periodista cubano Manuel Díaz Matínez, radicado desde hace años en Canarias y firmante en Cuba y en enero de  1992 del Proyecto de Programa Socialista Democrático de Cuba; creo que Manuel Díaz Martínez está o estuvo  por los EE.UU.
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Tomado de https://www.cubaencuentro.com

Las bibliotecas heredadas

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Desde los millonarios que dejaron obras y casas de mucho valor, hasta los más humildes, todos los cubanos han perdido algo, mucho, muchísimo
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Por Blanca Acosta Rabassa
St. Louis, MO
27/10/2017

Las familias que se iban a principios de los 60 les dejaban, sotto voce lo que podían a su familia para que se lo cuidaran porque “en unos meses regresamos”.

Hubo quienes, muchas veces como en mi caso, por edad, no pudimos tomar esa decisión y nos “quedamos embarcados”.

Recuerdo la fecha exacta porque fue un libro que me regalaron mis padres en mi séptimo cumpleaños; el primer ejemplar de lo que llegaría a ser una disfrutable biblioteca; también disfrutaba las de mi padre y mi abuelo. Los años pasaron; me casé; éramos dos contribuyendo. Lo que me permitía tener a mi alcance libros que deseaba releer o consultar, en una época pre-Internet.

Todas mis amistades tenían una biblioteca similar y practicábamos el servicio de préstamo e intercambio. Una vez le perdí un libro a Iván Pérez y hube de reparárselo con otro bien valioso. Mis amigos extranjeros me mantenían al tanto de lo último.

Todo en Cuba se pierde, se queda atrás, desaparece. Los cubanos somos como unos curujeyes sin raíces que vamos a dar doquier que el Hado en su furor nos impela.

Heredé la magnífica biblioteca de Felipe Cunill cuando este vino para acá; me regodeaba en lo que entonces era mío. Pero me tocó partir, y le dejé la biblioteca mía y la de Felipe a Iván Pérez; dejé atrás a Antonio Benítez, mi egoteca, la Enciclopedia Británica, la Espasa Calpe, los libros de arte, la poesía toda; dejé atrás mi vida. No sé qué habrá hecho Iván cuando le toco dejar el terruño, porque ya estábamos hablando de una considerable cantidad de libros.

Como yo vine desnuda; a los cuarenta y seis años dejaba atrás todo lo que amaba, no me traje ningún recuerdo; solo la manoseada edición de El Principito y el Book of Common Prayer de mi confirmación. Dejé atrás Villa Lita, hermosa cuartería, la Casa de la Bruja, mi primer parque, renuncié a Blanca.

No todos coleccionamos libros; quizás “altares” de santería o sellos postales. Pero todos fuimos forzados a dejar atrás nuestro mundo, formado por minúsculas y mayúsculas experiencias.

Desde los millonarios que dejaron obras y casas de mucho valor, hasta los más humildes, todos perdimos algo, mucho, muchísimo. Por dictum de un sicópata fuimos desperdigados por todos los rincones del mundo. Quien vive en EEUU no tuvo muchas dificultades en adaptarse; conocíamos la cultura; el que menos de las películas de jolibú. No sé cómo hizo mi amiga al llegar a Tel Aviv sin hablar hebreo, o los de los países nórdicos, o los de Nueva Zelandia.

Ese viaje sin regreso me recuerda los luctuosos versos de Neruda:

Todo te lo tragaste, como la lejanía.

Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue

naufragio!

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