Alejandro González Acosta: Fulgores de Fulgencio Batista (VII) Séptimo de una serie
¨Más allá de sombras, contradicciones y tensiones cuentan los resultados. Y locierto es que la República partió de una realidad terrible en 1902 y que, como prueban varios de los trabajos que publicamos, en 1959 la Cuba republicana estaba situada no solo entre los primeros países de América Latina en muchos de los principales indicadores de desarrollo económico, social y cultural, sino que tam- bién superaba en algunos de ellos a países europeos como España, Portugal, Gre- cia o la propia Italia. La Cuba republicana era una nación que acogía inmigrantes —españoles, chinos, judíos, árabes, italianos, jamaiquinos, haitianos—; la Cuba actual, en cambio, es desde hace años y años una fuente inagotable de exiliados que emigran hacia los más diversos países con la esperanza de encontrar en ellos lo que el nuestro les niega¨
¨Cabe decir que aquellos pensamientos de 1913 expresaban una realidad porque esa nación se alcanzó muy pronto en décadas posteriores, aunque en 1959 fue demolida por los que usurparon el poder, y ha sido vilipendeada por una oleada de intelectuales comprometidos o mediocres. El testimonio de ello es que Cuba ocupaba las primeras posiciones en todos los renglones de los anuarios de las Naciones Unidas para la América Latina. Y hay que reconocer que estos logros tan destacados no se hubieran podido conseguir si nuestros gobernantes, y a pesar de sus errores, no hubieran tenido interés y acierto para resolver los problemas de la sociedad cubana, si nuestros legisladores no nos hubieran dado una legislación avanzada y moderna, o si el pueblo cubano no hubiera estudiado y trabajado para superarse. El pueblo cubano era exigente y siempre aspiraba a lo mejor, pero tenemos que acusarnos de un pecado, y es que cuando no lo lográbamos plenamente, en vez de analizar los fallos y aplaudir lo logrado, prodigábamos una crítica irresponsable.¨ (Cao, 2008, p. 87)
Lo que sucedió en Cuba fue lo que ya había advertido la Comisión Truslow en las conclusiones de su informe al hacer un estudio, a petición del Presidente Prío Socarrás, para la dinamización de la economía cubana; veamos:
En 1950 la Misión Truslow, comisión internacional solicitada al Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) por el gobierno presidido por el Dr. Carlos Prío Socarrás para que hiciera un diagnóstico de la economía cubana y recomendara medidas para dinamizarla, planteó, entre otras cosas, que Cuba debía diversificar su economía teniendo al azúcar como punto de partida y que Cuba poseía los recursos humanos, financieros y materiales necesarios para ello salvo el combustible; alertó que la prosperidad bélica (II Guerra Mundial y Guerra de Corea) había propiciado nuevos niveles de vida para muchas personas y que el actual crecimiento económico no satisfacía las necesidades de su creciente población y que si la economía era incapaz de sostener ese nivel en tiempos menos prósperos, sobrevendría una gran tirantez política (Zuaznábar, 19 y 20). Como elemento conclusivo planteó:
¨Si los líderes se han descuidado en prever esta posibilidad, la opinión pública los inculpará. Y si ello ocurriera, el control podría pasar a manos subversivas y engañosas, como ha ocurrido en otros países donde los líderes no se han dado cuenta de las corrientes de estos tiempos. ¨ (Zuaznábar, 20)
Fulgores de Fulgencio (VII)
Séptimo de una serie
Por Alejandro González Acosta
Batista: “el malo de la película”
Eduardo Lolo ha sintetizado certeramente el balance de aquella República “de Generales y Doctores”:
…Y aunque todo lo anterior no implica que la Cuba republicana fuera el Paraíso Terrenal, no es menos cierto que resulta difícil de entender y doloroso de reconocer que prácticamente todo lo anterior se haya revertido dramáticamente, en extraña degeneración del mármol en barro. Ello se debió al hecho de que las deficiencias en el orden político arrastradas desde la Colonia, y de alguna forma mantenidas por la Intervención Norteamericana, siguieron en la república un desarrollo semejante a los aspectos positivos señalados. Por un lado, de lo bueno se pasó a lo mejor; por el otro, de lo malo a lo peor. La interrupción periódica del orden constitucional en forma de cuartelazos, asonadas palaciegas, revueltas caudillistas, intentos de perpetuidad en el poder, corrupción administrativa a todos los niveles y otros males resultantes destruyeron la República no obstante todos sus logros. Junto al sueño sublime hecho realidad, se fue agigantando una pesadilla no menos real. Al final vencieron las sombras, que devoraron hambrientas casi todas las luces cultivadas desde la Colonia. (“Mayo es el mes más cruel”).
A través de la Historia, sabemos que la arquitectura es el testimonio sólido y palpable de la cultura material en cualquier país. Ella es el arte que nos permite habitarlo: vivir dentro de él es una forma de utilizarlo y que al mismo tiempo nos utiliza. Residir en una casa nos transforma, condiciona y hace diferentes. Si Dios hizo al Hombre “a su imagen y semejanza”, los hombres han hecho sus casas a la medida de sus sueños. Y cuando la casa se convierte en país, la transformación es más profunda y perdurable. Podrán borrarse y olvidarse las palabras, pero las obras quedan ahí como testimonios de sus afectos y temores, de quienes las construyeron y las habitaron. Todas las grandes civilizaciones dejaron su huella histórica en sus monumentos: Egipto se recuerda por sus pirámides, Grecia por sus templos, Roma por sus edificios públicos y caminos… ¿Y la Cuba que hoy tiene un presente continuo desde hace 57 años, por cuáles obras se recordará? ¿Qué quedará, tangiblemente, después del “experimento” que inició en enero de 1959? ¿En qué construcciones y restos se aplicarán los arqueólogos del futuro para descifrar esta etapa reciente de 60 años?
En la América Latina generalmente los períodos de prosperidad económica y bienestar material se han acoplado con regímenes autoritarios. Así fue en el México de Porfirio Díaz y la Venezuela de Marcos Pérez Jiménez. Y Cuba no sería la excepción: los gobiernos de “orden y progreso” en la Isla, como los de Mario García Menocal, Gerardo Machado y Fulgencio Batista, significaron un importante avance material, cuyo testimonio palpable aún puede comprobarse en los restos arquitectónicos que se dispersan por toda la Isla.
Sin embargo, en Cuba, como en otros países latinoamericanos, ha prevalecido una curiosa pulsión autodestructiva: precisamente cuando han transcurrido estas etapas de prosperidad, se han fermentado y levantado oscuras fuerzas disolutivas que operaron en sentido contrario: los momentos de bienestar fueron sucedidos por etapas convulsivas: la revuelta de La Chambelona para el Mayoral de Chaparra, la Revolución de 1933 para el Asno con Garras, y la Revolución de 1959 para el Hombre de la Grulla.
Ciertamente, no le pertenece en exclusiva al pueblo cubano esa asombrosa capacidad de autodestrucción, esa invencible tendencia para perjudicarse en sus mejores intereses, como una dialéctica centrípeta-centrífuga, un movimiento de ying y yang, creador-destructor, en un permanente y extremo movimiento pendular que nos ha llevado comúnmente “del azafrán al lirio”, en palabras de un certero y grande poeta, o más popularmente, “de palo pa’rumba”. Otros países también han incurrido en semejante miopía, pero con los cubanos esto ha sido casi una segunda identidad. En otras palabras, es lo mismo que le confió El Viejo Gómez a su querida Manana, en términos tan confidenciales como desesperados: “Estos cubanos, o no llegan, o se pasan”. Esa ha sido nuestra maldición; esa, nuestra sostenida condena de Sísifo.
Tal pareciera, como glosa de lo anterior, que mientras los empresarios y profesionistas cubanos y el pueblo en general hacían con empeño su tarea de hacer avanzar, impulsar y progresar al país durante los primeros cincuenta años de la vida republicana, por el otro lado abundantes políticos y militares se dedicaban egoísta y miopemente a sabotear todo lo anterior: una suerte de trayectorias contiguas, no paralelas, sino divergentes, pues mientras una procuraba el ascenso, la otra lo impedía, frenaba, sujetaba, lastraba y precipitaba inevitablemente hacia la caída. Un vuelo de Ícaro interrumpido por la soberbia, combinado por una incesante e irresponsable tarea de Penélope, destejiendo en la noche de la ambición lo que se urdía en el día laborioso: un estéril empeño de Sísifo, siempre empujando la piedra que casi en la meta se despeñaba, y le devolvía al comienzo, en una eterna condena de promesa incumplida y propósito siempre fallido. O dicho en términos criollos culinarios: la clásica cubeta con los cangrejos dentro, luchando porque ninguno llegue al borde salvador.
Podría decirse que esas contradicciones impulsaron al país hacia su ruina y su crisis actual, sostenida y crónica, pero eso no reflejaría la triste realidad de la tragedia: nadie lo empujó, fue el propio país quien no dudó en dar los pasos necesarios para despeñarse, mientras aplaudía irresponsablemente. Pocas veces se ha visto un espectáculo de suicidio colectivo semejante y a esa escala tan sostenida: toda una muchedumbre vociferando “paredón, paredón”, “armas para qué”, “elecciones para qué”, “para lo que sea”, “ordene, comandante”, “esta es tu casa” …ajustándose milimétrica y festivamente el dogal al cuello. Nadie nos lo hizo: fuimos nosotros mismos, los ya nacidos y los aún por nacer. Convencidos de que era “nuestro momento estelar”, en realidad fue el auto-holocausto de un país, amenizado con tambores y maracas de aquel grotesco “socialismo con pachanga”, en una conga interminable y autodestructiva: “La ORI, la ORI, la ORI es la candela; no le digan ORI, díganle candela…”
Y en esa hoguera, gloriosa, gozosa e irresponsablemente, nos metimos de cabeza. Y, en consecuencia, hoy somos polvo, pero nada enamorado, sino lleno de temores y dolores. Lo que construíamos con las manos, ajena del empeño la cabeza reflexiva, lo desbaratábamos con los pies. Por eso el personaje emblemático de Cuba debe ser no un prócer epónimo ni un conspicuo benefactor, sino un irresponsable y autodestructivo Chacumbele. Él nos define y nos retrata en su espejo: somos sus reflejos de Narciso. Como aquel pobre trapecista celoso José Ramón Chacón Vélez, también resultamos víctimas del inestable equilibrio de nuestra difícil condición nacional. Y esos polvos trajeron estos lodos. Es algo muy triste y cierto: sus hijos ganaron a Cuba… y luego la perdieron. Y así vamos: “Lo que trajo el barco”, dice una clásica de hoy, con certera y sincera amargura, Zoé Valdés.
Pero mucho antes, el fundador de los exilios y los dolores cubanos, José María Heredia, lo había esculpido en versos imborrables y premonitorios: “DulceCuba, en tu seno se miran / en el grado más alto y profundo / las bellezas del físico mundo / los horrores del mundo moral…” Es un sino terrible, un destino inevitable quizá. Un pathos sin areté, una catarsis sin ananké. Una terrible parábola: justicia poética, inapelable. De ahí que, desesperados los cubanos en su hybris, se entregaran al deux ex machine: la hecatombe como su estado natural.
Y por eso, contradictoriamente gozosos, en el fondo nos complace torturarnos, pues hacemos del dolor y la añoranza, de la frustración y la melancolía, una profesión: Heautontimorúmenos, Terencio entre nosotros. Y todavía dicen que los griegos son viejos… Son nuestros contemporáneos más que nosotros mismos. Porque ellos también, frente a los enemigos persas y los envidiosos espartanos, crearon, forjaron y perdieron su democracia: el Areópago eligió mal, como suele suceder. Y al final, Esparta triunfó sobre Atenas. Y hablando de Atenas y los griegos, es inevitable regresar al comentario sobre arquitectura.
La silueta arquitectónica de la Cuba actual —tan cautivante para algunos— sigue siendo, en lo esencial, la expresión palpable de las obras realizadas durante el mandato de tres presidentes republicanos: Mario García Menocal, Gerardo Machado Morales y Fulgencio Batista Zaldívar. Y los tres padecieron la tentación de prolongar su mandato, como si además de la ambición personal tuvieran el propósito arquitectónico de fabricar e inaugurar el país. No sólo quisieron construir las instituciones sino edificar sus recintos. Concibieron hacer la historia y también cambiar el paisaje. Pretendieron diseñar la patria.
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