sábado, diciembre 30, 2017

Frank Correa desde Cuba: Tras el puerco del festín de fin de año

Tomado de http://www.diariodecuba.com/

Tras el puerco del festín

Por Frank Correa
La Habana
29 de Diciembre de 2017


Un cerdo de raza canadiense y 300 libras permanece de pie, atado a un poste en la calle 240 de Jaimanitas. A su alrededor, un grupo de personas espera para comprar su carne.

"Ese puerco ya está vendido completo", anuncia Walter, el carnicero, mientras afila un cuchillo. "De hecho, todos los puercos que mataré en los próximos días ya están encargados. Es una locura cuando se acerca el fin de año, porque escasean los puercos para tanta gente".

Andrés, economista retirado del sector de comercio, hace recuento de cuánto ha cambiado el precio del plato principal de fin de año en las últimas décadas.

"El valor del cerdo ha sido referente histórico para tantear el estado de los precios", dice. "En los 80, cuando Cuba estaba integrada al bloque socialista, la libra costaba solo cuatro pesos; pero en 1993, con el período especial, una libra llegó a valer más de 120 pesos. Hoy oscila entre los 30 y 50 pesos, en dependencia de la parte del animal".

Marta, ama de casa, asegura que el año pasado le fue "imposible encontrar puerco".

"Tampoco había naranja agria para el asado y la yuca con mojo. Tuve que recurrir al limón y al vinagre".

(Carne de cerdo en un establecimiento privado de La Habana. (M. GUERRA PÉREZ))

"Yo compro los puercos en pie", explica Walter, con el cuchillo listo. "Ese que ves ahí me costó 3.500 pesos (moneda nacional). Pero al detalle calculo que voy a sacarle 8.000 pesos, aproximadamente".

En el grupo, los hermanos Sánchez acordaron con Walter desde el día anterior los cuartos traseros, las partes más preciadas del cerdo. Una mujer que acudió al lugar con su hijo es la dueña del lomo. Las paletas pertenecen a Wilfredo, un mecánico automotriz, quien apunta: "Es mejor garantizar desde ahora, guardarlo en el refrigerador y olvidarse. Aunque es difícil, porque cuando el hambre aprieta uno se olvida del fin de año".

Adelaida, trabajadora del círculo social Los Marinos, advierte que hay que ir guardando también las ensaladas, las viandas, las sazones y los vegetales.

"Yo cobré el 12 de diciembre y he tenido que inventar para no gastar los 600 pesos de mi salario. Una cena discreta de una familia de cuatro personas como la nuestra, sumándole las bebidas y los dulces, no baja de 50CUC, 1.200 pesos. Estamos obligados a escoger una fecha, Navidad o fin de año, y hacer algo sencillo".

El Gobierno revolucionario quiso suprimir del pueblo celebraciones como la Navidad, pero no lo consiguió. Muchas familias continuaron realizándolas, al principio a escondidas y después abiertamente.

"Pero son costosas", dice Fabio, chofer de ómnibus que está de vacaciones. "En mi casa jamás renunciamos a las tradiciones, aunque en enero quedamos con una mano alante y la otra atrás. Así somos los cubanos, tiramos la casa por la ventana y después ya veremos. Lo mío es el cogote, la mejor parte para asar, porque es la más jugosa".

Las costillas del cerdo corresponden a Lázaro, el cartero. La cabeza es de Carlos, el pintor. Las cuatro patas se las llevará Anita la peluquera. La barrigada, la lengua, el hígado, el corazón y los riñones son de "Chocolate", el muchacho que ayuda a Walter en la matanza. Lo que quede de vísceras está reservado para Rambo, el perro del delegado. Así ha quedado repartido el cerdo, que ha seguido con atención la conversación y ve acercarse a Walter con un bate de béisbol, dispuesto a golpearlo en la cabeza para atontarlo y hacer más fácil el sacrificio.

El animal, que intuye la tragedia que le espera, salta con todas sus fuerzas rompiendo la soga y echa a correr por la calle, con varios hombres tras él como si fuera un criminal. Algunos perros callejeros que ladran furiosos se unen a la persecución, encabezada por los hermanos Sánchez, seguidos del cartero, el mecánico automotriz y "Chocolate", que aprovecha un patinazo del animal y lo agarra por el rabo. Pero es un cerdo fuerte y logra zafarse para continuar la carrera, esquivando a la gente. Finalmente se cansa, consiguen acorralarlo contra un muro y muchas manos lo derriban y lo sujetan.

Entonces llega Walter, cuchillo en mano, y se abre paso. Con destreza de carnicero experimentado, le propina la puñalada mortal que pone fin a la existencia del animal.

Con alivio, los compradores escuchan los chillidos del cerdo, que comienzan a apagarse. Esta victoria les asegura el plato fuerte del 31.