Zoé Valdés: MAMÁ Y EL LACÓN DE NAVIDAD.. De la Serie "MORIR DE HAMBRE POR LA PATRIA NO ES VIVIR".
MAMÁ Y EL LACÓN DE NAVIDAD.
Por Zoé Valdés
En aquel entonces ya empezaba a escasear severamente la comida en Cuba -aunque desde que tengo uso de razón no recuerdo que hayamos vivido bonanza alguna en relación a los alimentos, más bien todo lo contrario-, y mami lo sufría como nadie. No sólo era de buen comer, además le gustaba ver comer bien a los demás. Pasaba sus horas libres forrajeando la comida a su cuenta y riesgo en el mercado negro, en La Habana y fuera de La Habana, y el tiempo que invertía en eso la sacaba de quicio y la ponía muy mal de los nervios.
Se acercaba la Navidad, iría a ser la Navidad de mis siete años, el año en que se acaba la niñez en Cuba, pues se termina el derecho a consumir leche de vaca adquirida por la libreta de racionamiento, y era también la edad en la que te anudaban al cuello la pañoleta de pionero comunista. Mi madre se halaba los pelos con todas estas novedades de los castristas, pero como buena madre y mejor mujer, intentaba obviar y solucionarlo. Se dijo que lo más inminente era buscar qué comer para el día de Nochebuena.
Mami trabajaba de camarera en el restaurante 'El Baturro', situado en las calles Egido entre Merced y Jesús María. Cumplía con el turno de la cena, hasta bien tarde en la noche, y como era la única mujer debía quedarse a hacer también la limpieza del restaurante, baños incluidos, hasta las dos de la madrugada, hora en la que ella y el administrador cerraban el negocio que pertenecía, como todo, al Estado. El administrador se quedaba, no por acompañarla y mucho menos por ayudarla, sino porque debía registrar de arriba a abajo a cada empleado que terminara el turno de trabajo, pues recién los robos habían aumentado. 'El Baturro' se especializaba en comida española y era uno de los pocos lugares que ofrecía todavía lacones, jamón de pierna, y buenos vinos.
-Mañana, a eso de las doce de la noche, pasarán tú y la niña por la parte de atrás, por la puerta de la cocina. Esperen alejadas, claro. Aquello está siempre oscuro, la han cogido con robarse los bombillos. Yo saldré con un saco de basura, dentro habrá un bulto envuelto en un nailon amarrado con una media fina, echaré el saco en el latón de basura. Tú mandas a la niña a que saque de la basura el paquete envuelto en el nailon. Tiene que ser rápido, no vaya a ser que pase alguien y las agarren, o lo peor, que pase el camión de la basura y se lleve el contenido. Si las sorprenden tú dices que fue cosa de la niña, que a ella no se la llevarán presa, pero a ti sí, recuérdalo -Mami explicaba con lujo de detalles a abuela, que la atendía horrorizada.
-¿Qué estás tramando? Mira que eso se llama robo, y la niña tiene que confesarse para hacer su primera comunión... -espetó abuela, tan justa en los momentos más inconvenientes, y yo tan oportuna con mi primera comunión, precisamente en el momento en que tendría que dejar atrás la inocencia infantil para devenir una heroica pionera comunista, de forma obligada, aunque aquel acontecimiento también estaba en duda, en veremos, porque si se enteraban de que era católica y asistía a misa y me preparaba para mi primera comunión, tampoco tendría derecho a la pañoleta que todos lucían tan orgullosos por aquella época.
-No es robo, es necesidad. Dios que es muy grande lo sabe, no nos castigará por eso -puntualizó mi madre.
Recuerdo el viaje medio en penumbras desde la calle Muralla hasta Egido, de la mano temblorosa y sudorosa de mi abuela. Esa noche habíamos cenado tajada de aire y fritura de viento, y las tripas no paraban de sonar en medio del silencio nocturno.
Llegamos al lugar, esperamos en la acera de enfrente cobijadas en un zaguán. Vimos a mami salir con el saco de la basura y tirarlo en un latón bastante alto, miró hacia todos lados y cuando reparó en nuestra presencia sonrió, o yo creí que sonreía. No bien entró, yo me escurrí medio agachada como un bólido hacia el latón, sólo que me quedaba muy alto, y tuve que dar un salto ayudada con ambas manos y doblarme por la cintura para escarbar en el basurero. Por fin encontré el paquete de basura lanzado por mi madre, después de mucho trastear, lo abrí, extraje el bulto envuelto en el nailon amarrado con una media de mujer (tal como ella había indicado) y logré saltar hacia atrás con el bulto en la mano, que era bastante pesado. Con él corrí hacia mi abuela, y nos largamos de allí a toda prisa. Al llegar a la esquina advertimos el camión de la basura que se detenía frente a cada puerta para recoger los detritos del vecindario.
Una vez en el cuarto de Muralla 160, abuela abrió ansiosa el bulto. Dentro había un pernil de puerco. Inmenso, me pareció. Cuando mami regresó yo ya dormía, pero me despertaron sus cuchicheos con abuela. A esa hora se pusieron a trozar el pernil para llevarle un pedazo a mi tía Nélida, otro pedazo a mi otra tía de Cojímar, y repartir entre el resto de la familia, y revender por el barrio. Yo no podía entender todavía la contentura de ambas mientras trozaban el pernil con unos cuchillos sin filo. Era la misma alegría que sentiría yo, décadas más tarde, cuando nació mi hija, y mami, ya anciana, se aparecía en la casa con unas malangas 'fuñías' que había podido conseguir en sus forrajeos habituales por el campo cubano.
Durante unos meses pudimos comer bien gracias a esos hurtos de mami, en combinación con mi abuela y conmigo, hasta que el administrador echó en falta algún que otro pernil y sospechoso de todos en general pidió que trasladaran al personal hacia distintos restaurantes dispersos por La Habana y que le enviaran a él personal nuevo.
A mami le tocó un poco más lejos, en Rancho Luna, en el Vedado. Lo que resultó muy enriquecedor para nuestro paladar, porque por fin empezamos a degustar suculentos trozos de pollo, de vez en cuando, aunque también echábamos en falta el puerco. Pero, de cómo mami podía hacerse de esos trozos de pollo sin que lo notaran, es otra historia...
Zoé Valdés.
De la Serie "MORIR DE HAMBRE POR LA PATRIA NO ES VIVIR".
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