Zoé Valdés sobre su perrito Gnossis en aquella Habana del hambre 'canina' y de las croquetas del misterioso e indescifrable fricandel
GNOSSIS.
En la foto aparezco con mi perrito Gnossis, en aquella Habana del hambre 'canina', un hambre de perros. Gnossis era un 'perro de goma', por decirlo de alguna manera. O como dijo mi madre, muy nerviosa, cuando yo llegué en la tarde de pedalear unos cuantos kilómetros: "Ese perro es de goma, tú, ese perro es de goma..."
Mami lo había subido ese día a la azotea a tomar el sol, ya me dirán ustedes qué necesidad hay que un perro tome el sol en una azotea habanera como no sea para achicharrarse, pero mi madre tenía esas ocurrencias ilimitadas e incontrolables. El caso es que Gnossis se mandó a correr como un loco al notar tanto espacio a su alrededor, y siguió corriendo en el vacío. Cayó de un quinto piso en el toldo de la peluquería, menos mal que el toldo estaba allí, y del toldo rebotó a la calle. Una vez en la calle siguió corriendo sin parar. Regresó a casa muy tarde en la noche, después que ya lo dábamos por perdido y de haber recorrido mi madre y yo, llorosas, media Habana Vieja en su búsqueda. Llegó cansado, apaleado, sucio, el pito inflamado de haberse templado a cuanta perra se encontró en el vasto perímetro entre las calles Obispo, Montserrate, Tejadillo y la Plaza de la Catedral. Ese día descubrimos que era 'de goma', y además un romántico, y lo creíamos inmortal. Pero. No.
Yo estaba, como ven, en la tea, flacuchenta y con una 'canina' encima de tres pares, porque además de que no había mucho que comer, apenas comía cuando podía hacerlo, pues todo lo que me tocaba por la libreta de racionamiento se lo daba a escondidas a Gnossis, pese a las quejas de todos los que me querían. Pero yo quería a Gnossis más que a nada en el mundo, más que a mi misma, y cuidaba extremadamente de su alimentación en la medida de mis ínfimas posibilidades.
En un descuido, en el que mi madre debió ocuparse de Gnossis, le metió una croqueta de fricandel. Aquel fricandel que no se sabía lo que era, una masa apestosa de color gris, que desde luego no era carne, ni pollo, y mucho menos pescado. Gnossis se tragó la croqueta amasada y frita por mami, sin masticarla -él era muy goloso- y se fue a su esquina predilecta. Imagínense, darle una croqueta de fricandel a un Yorkie-Terrier, que son más delicados que una puta en cuaresma.
De aquella esquina no se movió más. Primero se le cayó todo ese pelo tan bello que pueden apreciar en la foto, y después enfermó y murió en nada. No sabemos a estas alturas si envenenado por los efectos del contenido de la croqueta de fricandel en su frágil estómago, o porque la croqueta frita en un aceite del que también ignorábamos su procedencia le explotó dentro como un misil.
Yo, esas croquetas de fricandel, de sólo verlas, me vomitaba en la pechera. Pero mi madre afirmaba saboreándolas que no estaban tan malas, y es que la pobre, como ella misma decía: "Lo jodido de este sistema impuesto por esta gente es que uno empieza a encontrarle hasta algo de gusto por alguna parte, y te acostumbras, lo quieras o no".
Sufrí mucho con la muerte de Gnossis. Mi madre también. Ella lo amaba casi tanto como yo. Pero hay amores que matan.
Zoé Valdés
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