viernes, noviembre 02, 2018

Alberto Roteta Dorado: Un voto de confianza para Jair Bolsonaro Presidente electo de Brasil

Un voto de confianza para Jair Bolsonaro.

Por Doctor Alberto Roteta Dorado.
1 de noviembre de 2018

Santa Cruz de Tenerife. España.- Jair Bolsonaro, el ultraderechista o el hombre de extrema derecha, como se le suele llamar en los medios de prensa y redes sociales, se ha convertido en el hombre del momento. Por estos días se le menciona más que a Donald Trump, lo que constituye un verdadero récord si tenemos en cuenta la extrema popularidad – ya sea para bien o para mal– del mandatario estadounidense. 

Los comentarios – más que opiniones fundamentadas en hechos concretos y sólidas hipótesis que aporten al diálogo y al análisis especulativo– no son muy favorecedores para el nuevo presidente de Brasil. Su imagen de hombre defensor de la última dictadura militar brasileña (1964-1985), de los métodos de tortura y de la utilidad de la pena de muerte, así como sus múltiples comentarios en contra de ciertas etnias de su propio país y sobre los homosexuales, está demasiado arraigada en las mentalidades de aquellos que dicen ser defensores de una democracia y de un progresismo que en el fondo no conocen, y también entre los que se consideran opositores de aquellos a quienes ven como restauradores de un pasado – del que en realidad son desconocedores– que pudiera ir en detrimento del enorme país suramericano, según las percepciones de quienes ya se van mostrando hasta con cierto temor por un futuro que auguran será desastroso.  

No faltan quienes hacen comentarios de pasillos y establecen ciertas correspondencias entre Donald Trump y Jair Bolsonaro, lo que no resulta nada nuevo toda vez que hace varios meses algunos diarios de Europa y América ya se habían encargado de trazar paralelos comparativos entre ambos políticos y de llamar al nuevo mandatario de Brasil el Trump Latinoamericano.  

Los más reaccionarios han llegado a creer que con Bolsonaro las tendencias neofascistas se pudieran instaurar definitivamente en Brasil y que los desposeídos – que en su mayoría no le otorgaron su voto a Bolsonaro, sino a Fernando Haddad– serán desplazados hacia las profundidades abismales de la marginación y el ostracismo. 

Están también los “análisis” sociopolíticos de renombrados diarios que resaltan en sus titulares las interrogantes acerca de lo que pasará con la llegada de Bolsonaro al poder y de las implicaciones que traerá su presencia al frente de la gran nación continental americana, hoy lamentablemente, en situación económica desfavorable si se le compara con otros países del entorno latino, pero sobre todas las cosas, una nación desorientada y carente de una verdadera visión política que con firmeza les permita tomar decisiones serias movidas por el pensamiento intuitivo más que por la emoción fugaz del momento. 

Analicemos algunos puntos que considero de vital importancia para poder llegar a comprender el actual fenómeno de la bolsonarofobia desatada desde que se supo del triunfo del nuevo mandatario de Brasil. 

(Jair Bolsonaro)

En primer lugar hemos de precisar que se trata de un triunfo de carácter democrático, algo que resulta vital para poner freno a las valoraciones superficiales que se vienen haciendo desde el pasado domingo, día que se supo definitivamente el resultado de la segunda ronda de los comicios brasileños. 

No estamos en presencia de situaciones sospechosas acerca del carácter fraudulento de los resultados comiciales, algo que ha sucedido recientemente en otras naciones de la región como Honduras y Ecuador, sin olvidar las serias violaciones constituciones y legales de todo tipo en el caso específico de los “comicios” de Venezuela y de Cuba. Bolsonaro fue elegido por una mayoría de votos en ambas rondas, sin que existan evidencias de manipulación de los resultados, logrando algo más del 50% de los votos necesarios para ser proclamado presidente del país según lo establecido en la Constitución de Brasil. 

Jair Bolsonaro obtuvo el 55.1% de los votos frente al 44.9% de Fernando Haddad luego de haber escrutado el 100% de los votos. En algunos estados se impuso con por cientos muy por encima del su contrincante. En Roraima, por ejemplo, logró alzarse con el 71.55%, en Acre con el 77.22% y en Santa Catarina con el 75.92%; mientras que en sitios tan importantes como Río de Janeiro y Sau Paulo logró el 67.93% y el 66.97% respectivamente; mientras que Fernando Haddad, el aspirante a la presidencia promovido por el Partido de los Trabajadores, de manera general solo salía triunfante en aquellas localidades en las que predominan la pobreza y la marginalidad.      

En segundo lugar hemos de detenernos en el contexto sociopolítico de una nación que hasta hace solo unas semanas estuvo apoyando de manera mayoritaria a Luiz Inácio da Silva, un candidato que representa la polaridad extrema de Bolsonaro desde el punto de vista político, y que se encuentra actualmente en prisión cumpliendo una sentencia de doce años por graves implicaciones en escándalos de corrupción. 

Aunque resulta extremadamente contradictorio, y a pesar de que personalmente no hubiera querido un triunfo para da Silva, he de reconocer que de haberse permitido su candidatura de manera oficial por parte del Tribunal Superior Electoral – institución que rechazó su aspirantura a la presidencia a solo unas pocas semanas de la primera ronda– hubiera sido el vencedor, y hoy las circunstancias serían otras, pero sobre todas las cosas, el futuro de Brasil sería sombrío bajo el mandato de un representante de la izquierda y defensor de la tendencia conocida como Socialismo del siglo XXI, algo que desconocen en esencia aquellos que se muestran por estos días tan preocupados por el futuro de Brasil en manos de un “ultraderechista” como despectivamente se le sigue llamando.   

Esto nos da la medida de dos cosas fundamentales. La primera, el poco poder de determinación y de firmeza política de un país que inicialmente estaba dispuesto a dar su respaldo a un representante de la izquierda como candidato por el Partido de los Trabajadores, organización que ha gobernado en Brasil en los últimos años. Esto no solo es una apreciación de quien redacta estas líneas; sino que me baso en los resultados concretos de varias encuestas que me parecieron muy confiables y que muestran las cifras precisas de una inmerecida popularidad para quien fuera capaz de conducir a su patria hacia el abismo arrollador de un socialismo castro-chavista, o de nuevo tipo como también se le ha llamado de manera errónea.  

La segunda percepción está en relación con esa capacidad adaptativa tan sui generis de las masas. Primero la mayoría prefirió a Lula da Silva y una vez que ya no estuvo entre los aspirantes lo hicieron con Bolsonaro, el hombre que como ya dije antes representa la polaridad opuesta de da Silva, algo que resulta extremadamente paradójico toda vez que no es posible experimentar giros tan sorprendentes de la noche a la mañana. 

Como es lógico surge la interrogante acerca del por ciento que se pasó de un lado para otro, así como de aquellos que se mantuvieron firmes en pos de una izquierda para convertirse en seguidores de Fernando Haddad, la propuesta de da Silva desde la prisión, lo que no resulta tan fácil poder cuantificarse, quedando siempre la expectativa acerca de la veracidad imparcial de unas cifras porcentuales que pudieran demostrar la realidad del pensamiento cambiante e inestable de aquellos que ofrecieron su voto a uno u otro candidato.  

De cualquier modo, y desde el punto de vista cuantitativo estamos en presencia de un fenómeno de desorientación política. Un día se está con la izquierda y al otro con la derecha, algo muy peculiar en las masas, las que han sido demasiado manipuladas a través de la historia, y en cuya debilidad los políticos y líderes de movimientos reformadores y sociales encuentran un excelente caldo de cultivo siempre fértil para sus andanzas; aunque en el caso particular que nos ocupa el fenómeno adquiere sus matices peculiares toda vez que se trata en sí de un descontento generalizado ante la corrupción política que ha reinado en un país engañado por sus líderes – como se suele hacer en todas partes del mundo–. 

Muchos han elegido a Bolsonaro no por lo que es Bolsonaro en sí o lo que pudiera representar para Brasil, ya sea para bien o para mal, sino porque determinaron poner fin a una continuidad política de corrupción encabezada por los líderes del Partido de los Trabajadores, los que además de los conocidos actos delictivos por el fenómeno de la corrupción política brasilera, conocen de sus estrechos vínculos y de sus colaboraciones directas con dictaduras sanguinarias y asesinas como las de Venezuela y Cuba.  

Así las cosas, los brasileños lo han elegido, y no creo que desde sitios tan distantes de Europa, como España, donde se han tomado demasiado en serio en fenómeno Brasil-Bolsonaro, aunque sin la comprensión del contexto latinoamericano y particularmente del brasileño per se, se debe estar haciendo comentarios a priori basados en lo poco que han escuchado que dicen que Bolsonaro dijo o dejó de decir. 

No se me mal interprete y se me vea como un defensor y promotor del nuevo presidente de Brasil, tal como ocurrió cuando consultaron uno de mis más recientes escritos donde afirmé que con la llegada de Bolsonaro al poder Brasil ponía fin a uno de los más tenebrosos capítulos de su historia (refiriéndome al fin del dominio del Partido de los Trabajadores), lo que no significa precisamente que justifique los contradictorios planteamientos hechos por Jair Bolsonaro en torno a las preferencias y orientaciones sexuales, a la ineptitud de las etnias aborígenes brasileñas o a su defensa de un pasado político del país que en breve comenzará a gobernar, y que no fue mejor que la etapa manipulada por el Partido de los Trabajadores. 

Al fin de cuentas los gobernantes no son Dioses, sino hombres, y los hombres cometemos errores que podemos enmendar para bien, independientemente de que en lo personal somos libres de opinar y de tomar partido, aun cuando se es una figura pública que ahora asumirá la dirección de una nación necesitada de grandes cambios y transformaciones radicales. 

De ahí que hemos de ser medidos, y sobre todas las cosas, aprender a guardar silencio cuando no se conoce a profundidad un fenómeno social. Demos un voto de confianza a Bolsonaro porque, si bien no es el político ideal (¿acaso existen políticos ideales en el contexto latinoamericano actual?), al menos las cosas en la gran nación suramericana van a estar mejor bajo su mandato que bajo el dominio de una izquierda rencorosa y vengativa que en sus intentos de supervivencia es capaz de cualquier acto maquiavélico.  

Por ahora Jair Bolsonaro, sin rodeos innecesarios y con un discurso bien directo, ha prometido la restauración de la democracia en Brasil, la recuperación de los lazos diplomáticos – lo que presupone colaboraciones en lo político, lo social y lo económico– con varios países alejados por el desacuerdo con el sistema de gobierno de da Silva y de Dilma Rousseff, así como poner fin al coqueteo con los regímenes comunistas que aun logran persistir en la región, propuestas que ha hecho bajo un aparente juramento ante la Constitución de su patria y ante Dios, algo a lo que se tendrán que ir acostumbrando los brasileños luego de un buen tiempo de modales socialistas impuestos por el Partido de los Trabajadores.   

“Hago de ustedes mis testigos de que este gobierno será un defensor de la Constitución, la democracia y la libertad" (…) "Eso es una promesa, no de un partido, no es la palabra vana de un hombre, es un juramento a Dios", afirmó a pocas horas de conocerse su triunfo.

Esperemos que el nuevo mandatario mantenga con firmeza su postura y que tenga la capacidad para poder conducir los designios de una nación que desde hace varias décadas espera cambios trascendentales, y que los gobiernos recientes lejos de cumplir sus promesas crearon la incertidumbre, la desesperanza y la desorientación política.