Esteban Fernández: LOS JEFES
Por Esteban Fernández
15 de mayo 2019
Después de haber participado en las fuerzas laborales de este país por más de 47 años creo puedo dar una opinión al respecto para que les sirva a futuras generaciones.
Número uno, yo soy -y siempre he sido- una persona muy conservadora y con respecto a los trabajos considero -al revés que el dicho- que es mejor “bueno conocido que todos los desconocidos por venir”.
Es decir, si yo he estado tranquilo en un empleo, el patrón me trata bien y es justo, nunca me fui a cambiar de trabajo ni a probar mi suerte ante el ofrecimiento de un cargo mejor remunerado.
En infinidad de oportunidades he trabajado con norteamericanos que se les presenta una oferta para irse a Iowa o Ohio ganando cinco dólares más la hora y para allá se van. Ese nunca he sido yo.
Considero que lo más importante en los trabajos es el JEFE que nos toca, por encima del salario y de la localidad. Un supervisor nos puede hacer la vida tranquila y placentera y lo sustituye uno nuevo y nos puede hacer de esa vida un yogurt.
Estoy de acuerdo con el que dijo que “Un buen jefe es el que logra que cada empleado haga lo mejor de sí mismo en beneficio de la empresa, mientras el incapaz sólo dedica a amedrentar a sus subalternos.
Recuerdo que cuando yo trabajaba en la compañía de teléfonos de 12 del día a 8 de la noche tenía una supervisora llamada Norma Forsberg. Una norteamericana de más de 60 años. Cuando ella notó que yo era una persona honrada, trabajadora y que conocía al dedillo mi trabajo me dejó tranquilo y jamás se vio en la necesidad de darme una sola orden ni un regaño.
Norma se retiró y me cayó carcoma, llegó un joven de supervisor y cuando le dije con alegría: “No se preocupe por nada, usted va a tener un trabajo muy cómodo porque yo me sé de memoria lo que se debe hacer, usted se salvó”.
Me respondió: “Oh, no, yo pienso hacer muchísimos cambios”. Convirtió un paraíso en una pesadilla. Y como todos los cambios eran desfavorables a mi persona inmediatamente pedí un transfer y me fui a trabajar de 5 de la mañana a una de la tarde.
Los jefes no tienen que ser buenos ni malos, tienen que ser justos. Deben lograr defender al negocio y al mismo tiempo a los empleados.
Los capataces no deben permitir que los empleados les cojan la baja, ni ser más papistas que el Papa, ni defender más a la empresa que sus dueños. Y siempre dar el ejemplo y poder -si es necesario- trabajar a la par que los empleados y ser puntuales.
Y los trabajadores deben respetar y hasta admirar al regente justo, porque encontrar y tener un jefe justo es igual a sacarse una lotería.
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