Heredero de aerolínea cubana y aeropuerto de Rancho Boyeros reclama compensación
El hijo del propietario del aeropuerto de Rancho Boyeros en La Habana, cuyas propiedades fueron confiscadas por la revolución cubana, declaró este martes que si las aerolíneas estadounidenses van a hacer negocios con Cuba a él hay que compensarlo, según publica el diario The New York Times.
José Ramón López, de 62 años, heredero del aeropuerto de La Habana y de la aerolínea nacional de Cuba, Cubana de Aviación, hasta 1959, dijo que se trata de su propiedad. "¿Cómo es que las empresas estadounidenses van a ir allí y beneficiarse de lo que me pertenece?"
López aseguró a Martí Noticias que busca el reconocimiento tanto por parte de Estados Unidos como de Cuba de su propiedad confiscada. Dijo además que no ha contactado a las aerolíneas estadounidenses que planean viajar a Cuba y que en breve se reunirá con abogados para estudiar sus posibilidades.
Casos similares de reclamación ocurrieron en la Republica Democrática Alemana (RDA) y Vietnam, dice Lopez, quien asegura que en esos casos se llegaron a acuerdos y compensaciones con las partes afectadas.
López estuvo como invitado a presentar su caso en el programa El Espejo, de Américateve,que conduce el periodista Juan Manuel Cao, y allí declaró que ya una corte de Miami le declaró como único heredero de su padre, el presidente y accionista mayor tanto de Cubana de Aviación como del aeropuerto de Boyeros. En el panel de El Espejo estuvo el abogado y analista político Marcel Felipe, quien declaró que bien puede demandar José Ramón López a cualquier empresa privada estadounidense que comercie con La Habana y haya confiscación de bienes privados.
López es el único hijo de José López Vilaboy, a quien le fueran intervenidas otras propiedades como el banco, un par de hoteles, incluidos el Jagua, de Cienfuegos y el Colina en La Habana, el diario Mañana, dos líneas aéreas y el aeropuerto ya mencionado, dice el diario de New York.
Su hijo, exiliado en Miami, dice hoy que la suya es una historia aleccionadora que pone de relieve los peligros de hacer negocios en Cuba. Se refiere a los conflictos sin resolver, durante décadas, entre Estados Unidos y el Gobierno de la isla. López es un ex marino mercante cubano que se fue de Cuba en 1989 y se trasladó a Miami hace siete años. Él tiene los papeles que demuestran que es el único hijo de José López Vilaboy.
En una reunión en La Habana este martes, autoridades de Cuba y Estados Unidos firmaron un acuerdo de levantamiento de la prohibición de vuelos comerciales entre los dos países.
José López Vilaboy, al centro, inaugurando los vuelos de Cubana de Aviación La Habana - New York sin escala; lo acompañan el entonces Cónsul General de Cuba en New York y un alto funcionario de la Alcaldía de New York. copyrught de www.corbisimages.com.
Quién fue Julio Lobo, "el rey del azúcar" de Cuba al que Che Guevara "despojó" de su fortuna
Lobo fue la persona más rica de Cuba hasta 1958.
Por Lioman Lima
BBC News Mundo
10 noviembre 2018
La noche de La Habana se colaba por las ventanas del Chrysler negro con un vapor premonitorio.
Afuera, la ciudad dormía la última hora del 11 de octubre de 1960; pero dentro del auto, Julio Lobo, el hombre más rico de Cuba, el "rey del azúcar", no sospechaba que esa calle cercana al puerto lo llevaba al encuentro más definitivo de su vida.
En realidad, más que al encuentro era a la noche; mejor dicho, a un instante de esa noche, poco después de que el Chrysler negro aparcara frente a la oficina del Banco Nacional de Cuba.
Con su pie renco subió hasta la oficina que había empezado a ocupar unos meses antes el nuevo "ministro presidente" de la banca, Ernesto Guevara.
Lo había citado allí para un encuentro de urgencia en plena madrugada.
Se sentaron frente a frente, entre lomas de papeles, envueltos en una nube densa de bocanadas de tabaco.
De un lado, el comunista de boina, austero y febril, el calco del "hombre nuevo"; del otro, el reducto postrero de la patricia burguesía insular, el último símbolo del capitalismo cubano.
"Fue un momento único: se encontraron la Cuba de antes y después de 1959 y se vio que el destino de una ya estaba sentenciado", le cuenta a BBC Mundo John Paul Rathbone*, autor de The Sugar King of Havana: The Rise and Fall of Julio Lobo, Cuba's Last Tycoon (El rey del azúcar de La Habana: ascenso y caída de Julio Lobo, el último magnate de Cuba)*.
Guevara fue breve.
Le dijo que no había espacio para el capitalismo en la nueva sociedad; pero lo invitó a pasarse a su lado. Le propuso que asumiera el mando de lo que ya era su reino: le pidió que dirigiera la industria azucarera de Cuba.
A cambio, Lobo podría quedarse con la mansión donde vivía y con el usufructo del Tinguaro, uno de sus 14 centrales azucareros, su preferido.
El resto, más sus almacenes, refinerías, la corredora de azúcar, su agencia de radiocomunicaciones, su banco, su naviera, la aerolínea, la empresa aseguradora, la compañía petrolera… pasarían de forma apremiante "al pueblo", es decir, a la "Revolución".
Lobo tragó en seco. No respondió al momento. Le pidió que le diera unos días para pensarlo.
A la mañana siguiente, cuando llegó a su oficina, le pidió a su secretaria que le ayudara a apilar algunos papeles fundamentales, que luego formarían el archivo que aún conservan sus descendientes en Florida.
"Es el fin", se cuenta que le dijo.
Dos días después, cuando el avión levantó vuelo rumbo norte desde el aeropuerto al este de La Habana, Lobo vio perderse en el mar, por última vez, "la isla que más amó".
El ascenso
Había llegado a Cuba a los dos años, procedente de Caracas, donde nació en 1898. Su familia, unos judíos sefarditas, se habían asentado allí por un tiempo tras un largo periplo que los llevó desde Holanda y España, hasta Portugal y Curazao.
"El padre hace fortuna en Cuba y a Julio, como casi todos los hijos de las personas acomodadas, lo envían a estudiar a Estados Unidos. Luego regresa a Cuba y es cuando comienza a construir su imperio del azúcar", cuenta Rathbone.
En su libro Cuba, la lucha por la libertad, el historiador Hugh Thomas estima que, para 1958, Lobo controlaba casi 405.000 hectáreas de los terrenos de Cuba, una isla estrecha en la que la superficie de cultivo no supera actualmente las 700.000.
De sus centrales salían casi 4 de los 6 millones de toneladas de azúcar que la isla producía al año.
"Cuba y el azúcar en ese momento eran el equivalente hoy de Arabia Saudita con el petróleo. Desde La Habana se controlaban los precios del azúcar en el mercado mundial. Y detrás de esos precios estaba Julio Lobo", añade Rathbone.
Con los ingresos del azúcar, el "imperio" de Lobo se extendió incluso a la banca, la industria naviera y la aeronáutica y, según su biógrafo, una de sus metas era intentar sacar el capital estadounidense de la isla.
"Lobo hizo su fortuna dentro de Cuba y la invirtió en Cuba. Compró muchos ingenios que eran propiedades de los estadounidenses porque creía que eran los cubanos quienes debían de tener control del país", afirma Rathbone.
"Son elementos de su vida que muestran que hubo un orgullo nacional entre cierta parte de la burguesía cubana, que tenía también un gran patriotismo. Eso mata muchos de los clichés que han proliferado sobre lo que era la burguesía y los cubanos de antes de la revolución", agrega.
Cinco años después de huir de Cuba y asentarse en Nueva York, de especular en la bolsa, de hacer una nueva fortuna y volverla a perder casi completa, Lobo entendió que era tiempo para un nuevo exilio.
"Especular en los mercados financieros era algo que sabía hacer muy bien y, cuando se marcha de Cuba, fue un rey en Wall Street también por un tiempo. Pero luego se arruinó nuevamente y es entonces cuando decide marcharse a España", indica Rathbone.
La cima
Para mediados de siglo XX, Lobo era la mayor fortuna de Cuba (algunos la estiman en unos US$4.000 millones actuales) y, también, una especie de leyenda para los chismorreos cotidianos.
Pese a ser un hombre austero y cuidadoso de su vida privada, sus viajes al extranjero, sus nuevas adquisiciones o sus amoríos con estrellas de Hollywood (desde Esther Williams hasta Joan Fontaine) era comidilla frecuente de la siempre indiscreta Habana.
Con los años, se fue haciendo de una de las bibliotecas más grandes de Cuba y atesoró, además, la más completa colección de arte napoleónico que existe fuera de Francia, que iba desde una muela hasta un mechón de pelo y un reluciente orinal de Napoleón.
Según varios historiadores, su pinacoteca incluía cuadros de Rafael, Miguel Ángel, Da Vinci y decenas de óleos y grabados de Goya y mandó dinero a la Sierra Maestra, para ayudar a los rebeldes que lideraba Fidel Castro.
En 1946, unos gánsteres le espetaron 3 tiros en circunstancias nunca aclaradas: uno lo dejó cojo, los otros dos le levantaron parte de los huesos del cráneo.
Faltaban aún 17 años para que lo perdiera todo y 40 para que su cadáver fuera colocado en una discreta cripta en la catedral de La Almudena, en Madrid.
Pero, según cuentan los que lo conocieron, solía decir que los verdaderos disparos no los había recibido aquella noche, sino otra, varios años después: una calurosa madrugada de octubre, la penúltima que pasó en La Habana.
La decadencia
En la mañana después de su partida, el 14 de octubre de 1960, el imperio de Julio Lobo comenzó a deshacerse pieza a pieza como un nebuloso castillo de naipes.
Las autoridades castristas, que le habían extendido un día antes el salvoconducto que le permitió cruzar a Nueva York, tomaron posesión de sus bienes en nombre de la revolución.
Sus textos sobre el azúcar-la más completa colección existente en Cuba-, junto al resto de sus centenares de libros, fueron enviados a la Biblioteca Nacional.
Las miles de reliquias y objetos que atesoraba del general francés fueron también confiscados y muchos de ellos todavía se exhiben en el Museo Napoleónico de La Habana, una vieja mansión que estuvo cerrada por años por filtraciones y derrumbes y que muchos cubanos desconocen y casi ninguno visita.
Las pinturas y esculturas de su colección son las que integran actualmente la mayoría del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, pero otras, las más valiosas, como las obras de Miguel Ángel, Da Vinci, Rafael y otros pintores de renombre, nadie sabe a dónde fueron a parar.
Sus casas y propiedades son actualmente destartaladas cuarterías o ministerios y la mayoría de las centrales que le confiscaron fueron demolidas cuando bajó el precio del azúcar en el mercado mundial y ahora son ruinas en medio de olvidados bateyes.
Cuba, que lideró durante décadas el comercio azucarero mundial, batalla ahora para poder producir 1 modesto millón de toneladas al año y, desde hace más de una década, se ha visto en la necesidad imperiosa de importarla desde Brasil, Colombia e, incluso, de Francia.
En La Habana -y en casi en cualquier otra provincia- solo los más viejos recuerdan a estas alturas quién fue Julio Lobo. Su memoria se desvaneció en el tiempo, como su fortuna, sus cuadros y el viejo pasado de la "isla del azúcar".
*John Paul Rathbone es uno de los invitados al Hay Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 8 y el 11 de noviembre.
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DROGUERIA SARRÁ
Publicado por Derubín Jácome4 de marzo de 2016
Los catalanes José Sarrá y su tío Valentín Catalá, boticarios, llegaron a Cuba a mediados del siglo XIX para hacer carrera y probar fortuna en los negocios. Pero lograron mucho más, porque los Sarrá conquistaron La Habana y aunque en 1885 existían más de 65 farmacias que vendían tanto patentes nacionales como extranjeras, poco después, la fundada por ellos será la más importante.
Estos catalanes crean la “Sociedad Catalá, Sarrá y Co.”, y fundan en 1853, en una pequeña casa de la calle de Teniente Rey, la farmacia “La Reunión”, con la estrategia de proveer no solo productos farmacéuticos de alta calidad, sino hacerlo a precios razonables. Para ello invierten 50.000 pesos en la fundación de esta farmacia y droguería, en La Habana Vieja, junto a un pozo de agua pura, que resultaba idónea para la elaboración de sus medicamentos.
El establecimiento, orientado a la venta al por mayor, se llamó “La Reunión” ya que unificaba las farmacias tradicional y homeopática. La primera quedaría a cargo de José y la segunda por su tío, quien también asumiría la contabilidad. Montaron un laboratorio que poco tiempo después ya surtía de ungüentos, sales, jarabes, extractos y otros productos a farmacéuticos y hospitales de toda Cuba.
En 1858 se incorpora a la empresa otro familiar, el también científico y negociante José Sarrá y Valldejulí, sobrino del cofundador. Siete años después, Valentín les venderá su parte para establecerse por su cuenta en Barcelona. La antigua Sociedad es disuelta y se constituye la “Sarrá y Co.”
Sarrá Valldejulí, el nuevo socio, realizaría grandes cambios en la empresa, comprando algunas propiedades en la manzana donde se encontraba la farmacia y mejorando la botica, a la que le agregó oficinas, almacén y un laboratorio aún mayor, adquiriendo nuevos equipos, como una máquina de vapor para hacer pulverizaciones o presas para extraer aceite de ricino. Sacaría al mercado nuevos productos propios de gran éxito, como la “Magnesia Sarrá”. También destaca la formación de más de cien farmacéuticos en estos laboratorios.
Fue tal la importancia de esta droguería, que en el año 1881 su Majestad Alfonso XII de España le concedió al Dr. José Sarrá el título honorífico de “Farmacéutico y Droguero de la Real Casa” y otorgándole el uso del Escudo de Armas Reales en las muestras, facturas y etiquetas de sus productos. Para 1883 se instalará la Droguería y Farmacia “La Reunión” en su edificio de Teniente Rey y Compostela.
(José Sarrá, fundador de la que fue muy relevante drogueria o farmaceútica Sarrá, Junto a su esposa Celia Hernández Buchó y su hijos, María Teresa, Celia y Ernesto José)
En el nuevo edificio, la importancia del negocio crecerá en proporción a su amplitud, manteniendo el primer lugar entre las de su clase. En 1898 muere su dueño fundador y la dirección de la casa pasa a ser propiedad de la firma “Viuda de José Sarrá e Hijo”, conformada por la señora Doña Celia Hernández y Buchó, viuda de Sarrá y su hijo Ernesto, que aunque solo contaba con 19 años, ya se distinguía en sus estudios de la carrera de Farmacia. En manos de ambos la casa mantuvo siempre su lugar prominente, hasta quedar finalmente como único propietario su hijo.
Es precisamente esta tercera generación de propietarios, con Ernesto Sarrá Hernández a la cabeza, la que en las primeras décadas del siglo XX transforma el prestigioso negocio en uno de los emporios más importantes de Cuba.
En 1912 será Ernesto quien adquiere varias casas en la esquina de Teniente Rey, Habana y Compostela, que unido a los anteriores edificios forma un conjunto de 18 nuevos inmuebles con una superficie de 13,000 m2. El prestigioso negocio se transforma en uno de los emporios más importantes de Cuba, con 46 edificios, 600 empleados y más de 500 productos, llegando a ocupar más de 45 edificios con 40,000 metros cuadrados de área.
Para tener una idea del crecimiento del negocio, se adquieren las casas de la calle Compostela nº 87, 89, 91, 93, 95, 97, 99, 101, 103 y 105; en Teniente Rey la nº 35, 39, 52, 54, 56, 58 y 60 y en la calle Habana las nº 126, 128, 130, 132, 134 y 136. Ocupando casi completamente los tres frentes de una manzana, lo que le permitía tener 33 vidrieras de exposición hacia la calle. En la calle Buenos Aires nº 21 se encontraban los garajes para guardar los camiones que hacían el servicio de la casa.
La Droguería llegó a ser más que una farmacia y un laboratorio de especialidades farmacéutica, biológicas y opoterápicas, sino también una Tienda por departamentos, una fábrica de jabón, de perfumes, insecticidas y desinfectantes, locería, cristalería, juguetería y un almacén de suministros para lecherías de materias primas para dulcerías y panaderías.
También introdujo técnicas de marketing moderno, como regalar perfumes e invitar a merendar a los mejores compradores en la tienda de la droguería, sección “Atracciones Sarrá”. La “Droguería Sarrá” no solo llegó a ser la droguería más grande de Cuba y de Latinoamérica, sino incluso la segunda del mundo tras la norteamericana “Johnson”.
Por su excelencia y méritos alcanzados, en 1934 el “Congreso de la República de Cuba” le concede a la “Droguería Sarrá” el uso del Escudo de la República para que apareciera también en las muestras, facturas y etiquetas. En la Universidad de la Habana y la Universidad de Villanueva se establece el “Premio Sarrá”, que se otorgaba anualmente a los mejores estudiantes de farmacia.
El imperio Sarrá tuvo un largo siglo de vida en Cuba y además del prestigio alcanzado en sus negocios, como evidencia del esplendor alcanzado por esta familia, puedo citarles las residencias de dos miembros de esta familia:
La de su fundador, ocupada actualmente por el Ministerio de Cultura, es la espectacular mansión enclavada en la calle 2 esquina a 13 en el Vedado y la de una de sus hermanas es el llamado “Palacete Velasco Sarrá”, erigido en 1912 en el destacado emplazamiento de La Habana Vieja, que actualmente ocupa la sede de la “Embajada de España” en Cuba, que recibe el edificio en 1984, después de muchos años de abandono tras su expropiación a la familia a comienzos de la década del 60.
En 1999, un grupo de nietos y de bisnietos del Dr. Ernesto José Sarrá establecieron en el Estado de la Florida la corporación “Sarra Natural Products”, para ofrecerle al público la misma calidad, confianza y excelencia que prestigia el nombre Sarrá. Los Productos Naturales Sarrá se venden en farmacias y droguerías en la Florida, New York y New Jersey.
El edificio principal de la “Droguería Sarrá” está considerado como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Actualmente es Museo de Farmacia.
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2 Comments:
Excelente articulo sobre este casi ignorado eslabon en la Historia de Cuba.Buen trabajo
Baracutey Cubano....Gracias por arranacar la venda de tantos ciegos ojos.
Muchas gracias Riguero por tu comentario y por ser un asiduo lector del blog Baracutey Cubano.
Pedro Pablo, el Editor de Baracutey Cubano
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