En busca del maestro perdido. Francisco Almagro Domínguez: El desastre de Cuba ha tenido, entre otras causas, la deformación cívica e instruccional, desde los primeros años de escuela hasta la universidad
Tomado de https://www.cubaencuentro.com/
En busca del maestro perdido
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El desastre de Cuba ha tenido, entre otras causas, la deformación cívica e instruccional, desde los primeros años de escuela hasta la universidad
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Por Francisco Almagro Domínguez
Miami
31/01/2024
Desde Cuba la hija de una amiga me cuenta que no tiene casi profesores. Le quedan, dice, dos para tres y cuatro asignaturas. ¿No hay ni siquiera de los llamados emergentes?, pregunto. Quién se acuerda de eso, responde. Los pocos que quedan salen de las aulas corriendo para hacer otros trabajos y llevar algo de comer a sus casas, concluye. El régimen ha anunciado un aumento salarial en el sector. Uno más. Está muy bien. Merecido. Pero como suele suceder, los mejores productos y acaso aquellos ausentes, estarán a mano con las nuevas tarjetas de depósito, habilitadas con dólares norteamericanos, la moneda del Imperio que bloquea criminalmente a Cuba (sic).
Es contradictorio que siendo la educación pública una de las perlas exhibidas por el régimen cubano, haya tenido tantos problemas por falta de personal, recursos materiales y actualizaciones de los contenidos. La primera explicación es que se trata de un sistema masivo, generalizado, y gratuito que comprende millones de personas desde los primeros grados hasta los estudios universitarios y de postgrado. Una empresa como esa necesita inversiones a la medida, sobre todo las relacionadas con el factor humano, el más importante: cientos de miles de maestros necesitan cubrir necesidades materiales y actualizaciones pedagógicas, científicas-técnicas, culturales, políticas.
El Proceso comenzó con la llamada Campaña de Alfabetización. Se dio por terminada el 22 de diciembre de 1961, y proclamó alfabetos a más de 700.000 personas en apenas unos meses. Tal heroicidad ha sido cuestionada por su efectividad real, pues no hubo manera de comprobar la veracidad de manera independiente; los textos usados, además, tenían una clara intención doctrinal, enaltecedora la Epopeya y sus nuevos lideres. Decenas de miles de brigadistas, la mayoría niños y adolescentes de las capitales provinciales se internaron en las montañas y los llanos cubanos con el peligro de ser secuestrados y asesinados en medio de una verdadera guerra civil. Mas allá de los resultados y las críticas, la Campaña de Alfabetización rompió con el marasmo de la educación pública en las zonas rurales, y permitió que millones de personas siguieran estudiando hasta hacerse profesionales cuando unos meses antes apenas podían leer una simple oración.
Es difícil valorar hoy en día la intención de nacionalizar la enseñanza, y prohibir a las iglesias y otras instituciones regentar sus propias escuelas y universidades. Lo que ahora nos puede parecer un error, un suicido pedagógico, en aquella época tuvo muchos defensores. Creían que al estandarizar los métodos y contenidos para todo el país se garantizaba un nivel de instrucción medio para todos los estudiantes; no habría unos mejor preparados que otros. Quizás el régimen tenía otra idea: formar al Hombre Nuevo. Un sujeto materialista, leal, dispuesto a cumplir cualquier tarea encomendada sin preguntarse por qué y cómo.
Muy pronto el régimen se percató de que debía ajustarse la camisa de once varas. No había suficientes maestros ni aulas para una población emergente llamada baby boomers —nacidos entre 1946 y 1964—. El éxodo de maestros, unos negados a enseñar conceptos marxistas y otros cesantes de escuelas privadas, dejó a las aulas cubanas con un déficit de profesores de casi un tercio del total. Entonces, y una vez más, se convertiría el revés en victoria.
La victoria reforzaría la originalidad del sistema: convertir los cuarteles en escuelas y traer a las ciudades las campesinas recién alfabetizadas como maestras de nuevo tipo para hombres nuevos. Se les conoció como maestras Makarenko, en honor al pedagogo estalinista que introdujo el valor del trabajo y el colectivismo en la educación. Quienes debemos las primeras letras —y los primeros pellizcos, tizas y borradores por la cabeza, y castigos crueles— a las maestras Makarenko nunca podremos olvidar su corta edad y aquellos albergues en las mansiones “abandonadas” por sus dueños en Miramar, donde también revoloteaban reclutas del Servicio Militar en busca de las mieles del olvido.
Los discípulos de los Makarenko, sin saber muy bien de tildes y esdrújulas, de haches que no suenan o no van ahí, llegaron a la adolescencia, una edad peligrosa para cualquier sociedad desde los tiempos de Código Hammurabi. Esta vez los cuarteles comenzaban a deteriorarse y no ofrecían todas las garantías de la reclusión y el amansamiento de los hormonales adolescentes. Tampoco todas las jóvenes Makarenko quisieron ir a los campos de donde habían salido unos años antes. Así que la solución volvió a ser convertir la derrota en ciernes en un triunfo demoledor: edificar cientos de escuelas en las afueras de los pueblos, en medio de la campiña. Surgieron las escuelas secundarias y los preuniversitarios en el campo. Y para maestros… ¡los mismos estudiantes! Los alumnos de grados superiores fueron “convencidos” con futuras carreras universitarias y estipendios magros para integrar el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce. Inolvidables aquellas maratónicas reuniones “de captación”; obtener el porciento de candidatos a educadores requeridos para satisfacer las metas del municipio y la provincia de educación.
Estos nuevos estudiantes-profesores no tiraban borradores por la cabeza ni pellizcaban por debajo de los pupitres. Dada su edad y cierta preparación sociopática, sus castigos en las becas podrían pasar a la historia de la educación en Cuba como de original marginalidad y malignidad. No participaban directamente en el escarnio. Usaban a los instructores, otros estudiantes, como mano sicaria. Estar en atención por horas, o limpiar los albergues hasta bien entrada la madrugada eran escarmientos menores por ser habituales. Lo peor no era el ensañamiento sino una falta generalizada de empatía, creerse superiores por decreto al usar un uniforme azul un poco más oscuro. Cualquier pregunta de un estudiante era un desafío, debido al nivel de impericia y la falta de conocimientos. Aun así, siempre hubo, como las maestras Makarenko, profesores-estudiantes cuya vocación de enseñar con el ejemplo los hizo hasta hoy —se acercan ya a los setenta años— dignos herederos de Luz y Caballero, y salvaron millones de almas para el bien y la verdad.
Al desaparecer el llamado campo socialista el grifo de recursos para la educación se fue secando. Por enésima ocasión, y ante la estampida de los maestros a otras áreas en busca de mejores salarios y condiciones, surge el siempre y socorrido reencuadre: los maestros emergentes. Debido a la escasez de recursos, no había borradores ni tizas. Tampoco sicarios disponibles. Se bastaban ellos mismos para imponer la disciplina por los métodos que en cuarenta años de Involución habían aprendido en las madrazas del Hombre Nuevo: la violencia física y las palabras obscenas.
Y así hemos llegado al punto de partida. Tenemos un país repleto de analfabetos funcionales, no que no sepan dónde va o no la hache, si no que al hablar parece que han aprendido otro idioma, ininteligible. Sus conocimientos de historia y geografía son catequesis aprendidas donde lo único valioso ha sido la Involución, y los detalles geográficos son aquellos renombrados con la Epopeya —Granma siempre será un barco que quiere decir abuela en inglés.
Pues me cuentan que en Cuba no alcanzan los maestros, ni Makarenko, del Destacamento, o emergentes. Por supuesto, tampoco recursos como libretas suficientes, lápices, útiles de laboratorio, computadoras. Los estudiantes de hoy están obligados a contratar tutores, quizás ex Makarenkos o veteranos ex profesores del Destacamento. Mientras, los contenidos de las materias siguen estando desfasados, para no decir teñidos de una gruesa capa ideológica. No pueden educar porque una cosa dice el libro de texto y el maestro —esconde la risa y el bochorno de sus alumnos— y otra la calle, tan pronto cruza el portón de la escuela. No formaran hombres y mujeres capaces de lidiar con la complejidad del mundo actual, 98 % compuesto por sociedades de mercado, de economía capitalista. Cuba “es todo lo que hay”. Cuba y el sociolismo tropical son el Alfa y el Omega del Universo.
Casi todo el desastre económico y social de la Isla ha tenido, entre otras causas eficientes, la deformación cívica e instruccional desde los primeros años de escuela hasta la universidad. La educación es un asunto muy serio para encargárselo a una ideología política. Una ideología como la comunista, cerrada, excluyente, y fracasada en los cuatro puntos cardinales, solo puede engendrar seres humanos elitistas, soberbios, y, sobre todo, ineficaces.
Ciertos profesores han perdido la motivación para enseñar. No poseen, siquiera, la estima de sus educandos pues los perciben como parte del sistema doctrinario, no como lo que deberían ser, educadores para la libertad de pensar y hacer con responsabilidad. Al perder el amor por el aula y los pupitres, algunos han hecho de la escuela y los estudiantes un medio, no el fin de sus vidas. Marcel Proust diría que “los días pueden ser iguales para un reloj, pero no para un hombre”. Por suerte, y suelo ser muy optimista en esto, todavía quedan muchos maestros que no miran la hora cuando están en un aula frente a sus alumnos.
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Somos la Brigada Conrado Benítez,
somos la vanguardia de la Revolución,
con el libro en alto cumplimos una meta:
llevar a toda Cuba la alfabetización.
Por llanos y montañas el brigadista va,
cumpliendo con la Patria, luchando por la paz.
¡Abajo imperialismo!, ¡Arriba libertad!
Llevamos con las letras la luz de la verdad.
Cuba, Cuba, estudio, trabajo, fusil,
lápiz, cartilla, manual,
alfabetizar, aalfabetizar.
Guillermo Fariñas, quién, según él, tuvo un tío en el selecto grupo El Molino de la Seguridad del Estado, en la provincia de Las Villas y su padre combatió en El Congo junto a Che Guevara, escribió en su artículo TOTAL FALTA DE CONSIDERACIÓN :
Luís Felipe Denis Díaz, un difunto general, en una conferencia en los Camilitos de la desaparecida provincia de Las Villas expresó: “Nosotros como Seguridad del Estado contábamos con la colaboración de los maestros voluntarios en las zonas de guerra”. Así que serán los historiadores quienes dirán si Ascunce era agente o no.
Luís Felipe Denis Díaz fue el jefe de la Seguridad del Estado en todo El Escambray cuando la lucha contra las guerrillas antiCastristas y anticomunistas.
Manuel Ascunce Domenech no fue el único brigadista asesinado. El Castrismo obtuvo sus mártires para sostener su régimen ¨de difuntos y flores¨.
La otra cara de la enseñanza en Cuba: alfabetización letrada y analfabetismo cívico
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La Campaña de Alfabetización de 1961, ambicioso proyecto de instrucción, fue el primer gran ensayo para el adoctrinamiento y la militarización en Cuba.
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Por Dimas Castellanos
La Habana
24 mayo 2022
La Campaña de Alfabetización, además de un ambicioso proyecto de instrucción, fue el primer gran ensayo para el adoctrinamiento y la militarización de la sociedad en Cuba. En ella participaron unos 330.000 cubanos (121.000 alfabetizadores populares, 100.000 brigadistas "Conrado Benítez", 15.000 brigadistas "Patria o Muerte", 35.000 maestros y miles de cuadros políticos y trabajadores administrativos).
Comenzó en 1959 por el Ejército Rebelde —integrado básicamente por campesinos con poca o ninguna instrucción—, continuó en 1960 por algunas provincias y en 1961 se extendió a todo el país. El 22 de diciembre de ese año se declaró que, de 979.207 analfabetos adultos, se alfabetizaron 707.000, lo que ubicó a Cuba entre los países de menor índice de analfabetismo en el mundo.
Los antecedentes
Entre 1900 y 1953 el analfabetismo en la población mayor de diez años se redujo del 57% al 23,6%, uno de los índices más bajos de este hemisferio. Es decir, la mayoría de los cubanos aprendieron a leer y escribir antes de 1959; sin lo cual no hubiera sido posible movilizar de una sola vez unos 300.000 alfabetizadores en 1961.
Los mandatarios que ocuparon la presidencia entre 1902 y 1958 —cuya mayor preocupación fue la economía— no desatendieron el tema. Tomás Estrada Palma dedicó el 25% del presupuesto nacional a la instrucción pública y aumentó el número de aulas de 3.000 a 5.000. Mario García Menocal abrió nuevas aulas y creó el servicio de maestros ambulantes en las zonas de montañas. Gerardo Machado también aumentó el número de escuelas primarias, de escuelas normales de kindergarten y creó las escuelas superiores. Fulgencio Batista, jefe de las fuerzas armadas durante la presidencia de Miguel Mariano Gómez, designó militares para enseñar en lugares apartados y abrió 2.300 escuelas rurales.
En 1956, Ana Echegoyen de Cañizares encabezó un proyecto de alfabetización. Maestra normalista, doctora en Pedagogía e investigadora, Echegoyen fue la primera mujer negra que ocupó la Cátedra de Metodología Pedagógica en la Facultad de Educación de la Universidad de La Habana. En 1941 visitó EEUU para conocer cómo se eliminaba el analfabetismo en ese país, realizó una investigación acerca de la alfabetización de adolescentes y adultos en América Latina y, junto al pedagogo mexicano Jesús Isaías Reyes, elaboró las cartillas de alfabetización del Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe, la cual antecedió y sirvió de base a la empleada en 1961.
Apoyada por diversos organismos públicos y de la sociedad civil, como la Universidad de La Habana, la Federación de Escuelas Privadas de Cuba y el Bloque Cubano de Prensa, Echegoyen reclutó maestros, profesores, estudiantes universitarios y trabajadores sociales como alfabetizadores. Aunque del plan piloto, que consistía en alfabetizar 10.000 adultos, por razones económicas solo se pudieron incluir 5.000, trazó un camino para un proceso gradual de alfabetización sin necesidad de paralizar el resto de las actividades docentes, como ocurrió entre abril y diciembre de 1961.
En febrero de 1957, al concluir su proyecto alfabetizador, Echegoyen escribió un informe para la UNESCO, titulado "Métodos de alfabetización de adultos en Cuba". Fidel Castro y Vilma Espín le ofrecieron el cargo de ministra de Educación, que ella rechazó. Su labor académica desapareció de las páginas de la pedagogía cubana.
La Campaña de Alfabetización de 1961
Más allá los esfuerzos y sacrificios de cientos de miles de cubanos para enseñar a leer y escribir, y de su valor para el desarrollo económico y cultural de la nación, la Campaña de Alfabetización de 1961 fue el primer paso para fomentar el analfabetismo cívico: la cartilla y el manual empleados conformaron dos instrumentos perfectos de adoctrinamiento ideológico.
La Cartilla de alfabetización se estructuró en 14 temas. El primero era la Organización de Estados Americanos (OEA), y su primer ejercicio consistía en buscar las vocales O, E y A en las palabras Cuba, Camilo, Fidel y Raúl.
Los 13 temas restantes eran: "La reforma agraria nació en la Sierra"; "La reforma agraria da tierra a los campesinos"; "Ya los campesinos son dueños de la tierra"; "La cooperativa pesquera ayuda al pescador"; "Los pescadores ahora viven mejor"; "El campesino compra bueno y barato en la tienda del pueblo"; "No habrá bohíos ni solares en años venideros"; "Unidos jóvenes y viejos, juramos con Fidel: juntos defender a Cuba"; "Ganamos todas las batallas guiados por Fidel", "Somos dueños de nuestra riqueza"; "Los obreros tienen tres deberes: producir, ahorrar y organizarse"; "Queremos enseñar al que no sabe"; "¿Qué podemos leer? ¡Patria o Muerte! Venceremos".
En la Cartilla de alfabetización la única mención a José Martí, principal figura política de nuestra historia, aparece en sus páginas finales: una foto suya y un poema de Nicolás Guillén que cierra con el verso "Vino Fidel y cumplió, lo que prometió Martí".
Por su parte, el Manual del alfabetizador —una guía técnica y política—, contenía 24 temas. Entre ellos los siguientes: "La Revolución"; "Fidel es nuestro líder"; "La tierra es nuestra"; "El derecho a la vivienda"; "Cuba tenía riqueza y ahora es pobre"; "La nacionalización"; "La revolución convierte cuarteles en escuelas"; "El imperialismo"; "La guerra y la paz"; "El pueblo unido y alerta"; "La alfabetización"; "La revolución gana todas las batallas"; y "La Declaración de La Habana".
El Manual del alfabetizador contenía un vocabulario de 336 palabras, cargado de significados ideológicos, útiles para instruir, no para educar, que es una función de mayor complejidad.
La Campaña de Alfabetización fue concebida como punto de partida de otros objetivos no declarados en el programa inicial de la revolución. Por ello, las cifras de alfabetizados conforman una cara de la moneda; la otra cara fue el adoctrinamiento.
La sustitución de la educación por la instrucción ideologizada condujo a la pérdida de la condición de ciudadano y su conversión en súbdito del Estado totalitario. Un siglo antes de la Campaña de Alfabetización, José de la Luz y Caballero, en uno de sus valiosos aforismos, había sentenciado: "Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo".
Conclusiones
Si la alfabetización fue un paso importante para la instrucción de una parte del pueblo cubano, la restricción de las libertades —condición insoslayable de la cultura– malogró sus objetivos.
Junto al adoctrinamiento, las "Palabras a los intelectuales" de Fidel Castro en junio de 1961, el desmantelamiento de la sociedad civil y la pérdida de los derechos y libertades, desapareció el concepto de ciudadano en Cuba.
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A L F A B E T I Z A D O R E S
Por Luis Cino
Todo cambió en mi casa. Bastó que hablara el Comandante. La próxima tarea de la revolución era alfabetizar.
Ante la nueva misión, mi hermana dejó de recoger dinero por las calles para tanques y aviones de guerra. Antes había dejado de ir a misa y de escuchar los discos de Paul Anka y Neil Sedaka. Ya no le interesaba la natación ni suspiraba por Gregory Peck o el difunto James Dean.
Su enamorado y algunas de sus amiguitas estaban muertos para ella. Se habían marchado al Norte revuelto y brutal. Hicieron bien en no despedirse. No quería que la confundieran con una bitonga burguesita. Ella era revolucionaria: pa'lante y pa'lante y al que no le guste que tome purgante.
Mi hermano olvidó a Tarzán y Superman. Aplazó su preocupación por los pelos que le brotaban en las axilas. Guardó la escopeta de pellets. Se cortó el tupé para lucir un porte marcial. Apagó Radio Kramer y parado frente al espejo, en vez de remedar el meneo de Elvis, ensayó como le quedaban la boina y la camisa de miliciano del uniforme de papá.
La explosión de La Coubre ya había rajado los cristales de las ventanas de la vieja casa de mis abuelos. Su familia, que lo había resistido todo, también se resquebrajaba. Mi tía, que al principio hacía promesas a los santos para que Fidel recuperara la voz, había convencido a su marido para empezar a hacer los papeles para irse a Miami. El resto de los parientes, con mayor o menor
intensidad, proclamaban su intención de morirse por lo que todos empezaban a denominar "esto".
El primer combate familiar estalló un Día de las Madres. La discusión opacó la voz de Benny o de Daniel Santos (¿o sería Rolando Laserie?) en el tocadiscos Philco. Fui el único que no intervino en la bronca. Debajo de la mesa, estaba entretenido halando la cola al perro.
La segunda discusión fue por lo de la alfabetización.
Mi abuela, grausista a rabiar desde la lucha contra Machado (que era para ella la única revolución habida y por haber) no acababa de tragarse lo del comunismo. No entendía bien que era pero no perdonaba a los comunistas su pacto con Batista. Y ahora, Cuba se llenaba de rusos y los comunistas estaban hasta en su familia. Hasta su marido, que hablaba mal el español, descuidaba la cocción de los macarrones para declarar su conversión total a la fe de la hoz y el martillo.
Lo de que sus nietos fueran a alfabetizar a las lomas fue demasiado para ella. En vano lloró y protestó. No hubo quien convenciera a mi padre de que sus hijos no fueran a alfabetizar.
Uniformados de gris, con enormes mochilas verde oliva y provistos de las cartillas con el catecismo fidelista, partieron a alfabetizar a Oriente. Mi padre los despidió orgullosos. Mi abuela lloraba. Yo me limpiaba los mocos.
Mi hermana tenía 16 años. Mi hermano no había cumplido los 14. A ella la dejaron en Manzanillo. A él lo enviaron a la Sierra Maestra. Hizo la ascensión a lomo de mulo y con diarreas.
Regresaron en tren, como héroes, una tarde fría de noviembre. Flacos y mugrientos, abrazaron a la familia con la satisfacción de haber cumplido con el Comandante.
Mi hermana volvió más flaca, con el pelo quebradizo y la piel manchada por el sol. Volvió hablando como un carretonero y fumando como una condenada. Dejó su virginidad en un bosque de yagrumas poblado de hormigas y santanillas. La cambió por una colonia de monilias y una promesa incumplida de reanudar el noviazgo en La Habana.
Mi hermano regresó más alto, más prieto, y con piojos. Las picadas de pulgas y mosquitos infestadas le dejaron marcas oscuras en la piel. Contaba sus sustos de guijes y alzados y sus baños en los ríos helados de la Sierra. Aún guarda un collar de polimitas y una foto amarillenta en que con poco más de cinco pies de estatura, cara de guerrero comanche y revolver al cinto, posa junto a un bigotudo miliciano a caballo.
La familia serrana alfabetizada visitó nuestra casa dos veces. Luego no volvieron a la capital. Mi familia se alegró. Eran buenas personas, pero la comida racionada ya no alcanzaba para tanta gente.
Transcurridos 45 años, esos son mis recuerdos, nublados por el tiempo, de la Campaña de Alfabetización.
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Noticiero ICAIC: Fin de la Campaña de Alfabetización y llegada a La Habana
Etiquetas: actualizaciones, alfabetización, campaña, contenidos, cuba, educación, enseñanza, enseñar, falta, instrucción, maestros, motivación, objetivo, Personal, político, problemas, profesores, recursos materiales
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