«Influenciadores». Francisco Almagro Domínguez: La mayoría de los influencers son personas comunes con escasos estudios o méritos artísticos. Pero saben qué decir y cómo decirlo
«Influenciadores»
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La mayoría de los influencers son personas comunes con escasos estudios o méritos artísticos. Pero saben qué decir y cómo decirlo
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Por Francisco Almagro Domínguez
Miami
26/06/2024
Un vecino me pregunta por la familia, y después de contestarle que muy bien, me permito saber de su hijo, quien hace buen rato está perdido del barrio. Muy orgulloso me dice que mejor me enseña una fotografía. Ni el mismo lo puede ver con frecuencia. Trabaja duro. Tan duro que se ha comprado hasta una casa. Es que gana mucho dinero, acota el buen vecino. ¿A qué se dedica el muchacho?, pregunto curioso. Mi hijo es influencer, responde. ¿Influencer?, repito con un deje escéptico. Y el padre parece atrapar mi suspicacia. Sí, es influencer, de esos que ganan dinero en las redes sociales, aclara el padre. Entonces pregunto si trata de algo específico, si el chico es especialista en un tema. Y el vecino, tan buen padre como es, responde que para ser influencer no hace falta ser nada… para ser influencer, afirma con aire profesoral, solo hay que generar “contenidos”.
Imagino que estos son temas, los influencers y los contenidos, que puede ser tratado con mayor profundidad por expertos en comunicación social. Es, además, una cuestión generacional; el coto poco más o menos privado de los llamados milennials, o milénicos, como se diría en castellano; chicos de la generación X y Z —ciertos investigadores los ubican nacidos entre finales de los 80’, 1990, e inicios del siglo XXI. La generación milénica viene a este mundo con al menos dos sucesos, inéditos en la Historia: ha desaparecido la confrontación entre ideologías que podían exterminar la humanidad toda —perdón, esa alegría duró poco—, y la Internet es una realidad infinita e inexplorada que ha parido las llamadas redes sociales.
Las redes sociales son organizaciones en el espacio digital que permiten la interacción entre sus miembros basados, sobre todo, en el intercambio de información sin barreras geográficas, de tiempo, políticas, y culturales. La primera red social surgió en 1994, en el conocido Valle de Silicona —Silicon Valley— de California. Las redes son operadas por administradores, quienes garantizan el libre tránsito de información, y están habitadas por los citados influencers y sus seguidores; los primeros, como indica el nombre, “influyen” en quienes consumen la información, que son los seguidores o followers.
El influencer, ¿es un líder de opinión? ¿Un individuo bien informado? ¿El rostro y el cuerpo cautivan más que la palabra? La mayoría de los influencers que conozco son personas comunes con escasos estudios o méritos artísticos. Pero tienen el don de saber el qué, y saben cómo decirlo. Algunos en otra época hubieran tenido micrófonos y patrocinadores en la radio y la televisión comercial sin necesidad de “me gusta” con pulgar hacia arriba. El problema es que casi todos se anuncian poseedores de la “última”, que no de la verdad. Tienen fuentes confiables que no revelan; “gente adentro” que nadie conoce. El discurso carece de complejidades gramaticales, de la sutileza de la palabra culta, porque como dijera Ludwig Wittgenstein, los límites del lenguaje son los límites de la mente.
Ciertos influenciadores carecen de pudor ético
Hijos pródigos de la llamada civilización del espectáculo, ciertos influenciadores —es bueno castellanizar el anglicismo— carecen de pudor ético. Tal vez por eso el tono suele ser tremendista, efectismo de feria: ¡Pasen, señores, pasen! Las supuestas verdades, dichas con certeza mal fingida, carecen de ironía y humor. No puede haberla donde hay burla, escarnio, choteo. “Somos lo que hay”, pudiera ser el grito de guerra contra la inteligencia arrinconada, vencida por la sordidez del todo vale.
Pero como el versículo bíblico del Eclesiastés (1:9) proclama, “no hay nada nuevo bajo el Sol”. Los influenciadores y los contenidos son tan viejos como la Humanidad misma. El primer “operador de red”, quien puso al alcance del hombre de a pie el Contenido Mayor, fue Johannes Gutenberg al crear la imprenta con tipos móviles; el “influencer” Martin Lutero, y la Biblia de 42 líneas, dieron impulso a la gran Reforma Protestante en el siglo XVI. Así, desde el inicio de la modernidad, masificar la información, propagarla libremente, compartirla y confrontarla, ha dado lugar a los grandes giros de la Historia.
Por su naturaleza opresiva, lo primero que hace cualquier poder omnímodo es bloquear la función democrática y liberadora de la información. Es difícil imaginar un influenciador suelto y vacunado contra la indignidad en un régimen totalitario. Paradójicamente, la excesiva libertad sin responsabilidad en las redes de los países democráticos lleva también a la coaptación de las voluntades humanas a través de personajes que han hecho del espectáculo virtual una nueva, adictiva y acaudalada tiranía.
Lo más preocupante no es solo la relativización de lo que hasta ahora conocemos como verdades inapelables: la vida y la muerte, la guerra y la paz, el hombre y la mujer. La verdad pudiera ser relativa si solo la entendemos desde la perspectiva individual; para cada ser humano existe “su” verdad. Y aunque esto es discutible, lo alarmante de las redes y los influenciadores es la capacidad desmedida de idiotizar generaciones para quienes toda la literatura, el arte, la oratoria, y la música acumulada en la cultura occidental por tres milenios es innecesaria, estorba. Solo el influenciador es digno de escucha.
El hombre postmoderno es altamente susceptible a la “influencia” de otros pues carga con un vacío intelectual y espiritual que se ha hecho común. No le apena no leer. No oculta su “sordera musical”. Cree en todo, y en nada al mismo tiempo. “Saber tanto” es un pecado y es ser pesao. Con leer unos pocos caracteres con chismes de famosos, oír y ver el ¿discurso? de cierta influenciadora semi-desnuda, comparar el reguetón con una sinfonía mozartiana basta al ignorante postmoderno.
Es una peligrosa tendencia, sobre todo para el futuro de un país como Cuba, que necesitará muchos hombres y mujeres con cultura, con información verídica, no de almanaque ni de redes sociales mendaces. No seguir a Fulano o a Ciclano, sino a instituciones. No dar “likes” anónimos, sino levantar la mano bien alto para que todos sepan quién y por qué. La Isla tiene sed de una sociedad capaz de separar la paja del grano, de no dejar que otro Influenciador en jefe logre maniatar voluntades, tergiversar la verdad, mal gobernar por otro medio siglo.
La lucha contra la banalización de la información y la subjetividad como control social es una tarea universal. Pero será también una batalla por la verdadera libertad de Cuba. Hemos vivido una suerte de idiotización política y cultural. Los que queremos una patria tan libre en lo político como en lo geográfico, no debemos olvidar que el único antídoto para salvarnos de otro Influenciador en jefe y de la red social totalitaria es la cultura. La incultura hace al hombre presa fácil de lo que los abuelitos llamaban “malas influencias”. José Martí, con su inmensa capacidad para otear el futuro, paradigma del Influenciador por la independencia de la Isla, lo dijo bien claro: ser culto es el único modo de ser libre.
© cubaencuentro.com
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Una definición de Influencers desacertada ya que sólo se ajusta a algunos y no a todos los Influencers:
Etiquetas: banalización, comunicación, contenido, contenidos, cuba, cubano, cubanos, Cultura, ético, generar, influencers, influencia, información, Internet, pudor, social, subjetividad
1 Comments:
Saludos hermanos. Vuelvo a BC.
Pues aqui agregaria yo que MUY POCOS INCLUSO SABEN QUE NI COMO DECIRLO, SON MEROS OPORTUNISTAS , QUE PEZCAN EN LAS REVUELTAS AGUAS DE LA ESTUPIDEZ GENERALIZADA Y LA INCULTURA ACTUAL.Soy Alexovera
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