Miguel Sales Figueroa: El golfo de Guane. Lo curioso de la polémica es que ni Donald Trump ni Claudia Sheinbaum tienen mucha razón
Por Miguel Sales
10 de enero de 2025
En la pared de mi despacho cuelga un mapa del siglo XVI preciosamente ilustrado, que contiene la primera representación gráfica de México y su costa oriental. El plano fue trazado hacia 1524, poco después de que Cortés conquistara el imperio mexica. En el centro de la imagen figura la ciudad de Tenochtitlán, rodeada por el lago Texcoco. El golfo está a la izquierda y es más pequeño que el lago (sin duda lo más importante para el cartógrafo era la ciudad), pero en la leyenda, escrita en latín, se distinguen claramente los nombres de la Florida, Yucatán y “la puncta de Cuba”. El golfo carece de nombre propio.
El mapa me hace pensar estos días en la propuesta de Donald Trump de cambiar el nombre al golfo de México, que pasaría a llamarse, según él, “golfo de América” (entiéndase por “América” Estados Unidos, según el uso habitual del sustantivo en ese país). El planteamiento ha tenido pronta réplica de Claudia Sheinbaum.
La presidenta de México rechazó la idea y respondió con sorna que, en vez de eso, debería cambiarse el nombre del centro oeste de Estados Unidos y llamarlo “América Mexicana”, como alguna vez se denominó en el pasado. Se refería básicamente a los territorios de Arizona, Nuevo México, Utah, Colorado, Nevada y California, que Estados Unidos adquirió tras la guerra de 1848, en virtud del tratado de Guadalupe Hidalgo. (Texas, que ya era una república soberana desde 1836, ingresó en la Unión por voluntad propia en 1845 y esa anexión fue el casus belli del conflicto).
Lo curioso de la polémica es que ni Donald ni Claudia tienen mucha razón. La masa de agua que hoy conocemos como golfo de México fue descubierta por el español Sebastián de Ocampo en 1508, explorada luego por Ponce de León, Grijalva y Hernández de Córdoba, y recorrida en parte por Hernán Cortés, cuando se disponía a conquistar el imperio azteca. Años después, los españoles completaron la exploración de la costa y cartografiaron el golfo, al que según la época impusieron distintos nombres.
Los señores de Tenochtitlán sabían que al este de sus dominios existía un vasto mar por el que un día había desaparecido el legendario Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada. Pero los mexicas no eran un pueblo marinero y solo en algunos de los cacicazgos tributarios de la costa se practicaba la pesca y el comercio, en pequeñas canoas no aptas para la navegación de altura. México-Tenochtitlán y el golfo que hoy lleva su nombre casi no tenían relación alguna en el siglo XVI, cuando Cortés llegó a la capital del imperio y sometió a Moctezuma II. Por eso en el mapa de 1524 ningún nombre designa a esa vasta ensenada, a pesar de que ya los pilotos españoles la habían recorrido en toda su extensión.
En rigor, esa enorme bolsa marina debía de haberse llamado “golfo de la Nueva España”, porque ese fue el nombre del virreinato que los españoles fundaron sobre las ruinas del imperio azteca. Pero los navegantes de la época terminaron por llamarle golfo de México, quizá por una sinécdoque de contigüidad o porque era un término más breve.
Por supuesto, en todo esto los estadounidenses no tuvieron arte ni parte, porque la nueva república sólo logró acceso soberano al golfo en 1803, cuando Napoleón I le vendió la Luisiana a Thomas Jefferson. A partir de esa fecha, la expansión territorial de Estados Unidos les hizo propietarios de las costas de la Florida (1819) y de Texas (1848), con lo que el golfo siguió llamándose “de México”, aunque sus aguas territoriales quedaron divididas entre ambos países.
Como el perímetro litoral está bastante bien repartido y las reclamaciones históricas de ambas partes son algo endebles, la solución de compromiso consistiría en buscar un punto equidistante entre los límites norte y sur del golfo, y rebautizarlo con el nombre de ese lugar, lo que dejaría en tablas el litigio.
Ese punto equidistante entre Cabo Catoche (al sur) y Cayo Hueso (Key West, al norte) se encuentra en un pequeño pueblo del oeste de Cuba, próximo al litoral, que se llama Guane. Además de su etimología indígena, tiene la ventaja de ser un nombre corto y de fácil grafía.
De modo que mi propuesta es ésta: rebautizar esa masa de agua salada con el nombre de “golfo de Guane”, como acto de avenencia política y de justicia histórica a la memoria de su descubridor, Sebastián de Ocampo, el primer marino que completó el bojeo de Cuba y demostró su insularidad.
No sé si Claudia y Donald estarían de acuerdo con la propuesta, por sensata que parezca. Sospecho que no, pero, por si acaso, ahí queda.
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