Nota del Autor del blog.
Si bien este editorial pudo ser motivado muy probablemente por los recientes " actos de repudio ", acciones planificadas, organizadas, controladas y dirigidas hasta el más mínimo detalle por el desgobierno cubano, su mensaje es para todos los cubanos y no solamente para el régimen y sus simpatizantes que participan en esos "pogroms", los cuales son verdaderos llamados para que aflore lo más miserable que tenemos en nuestras entrañas.
He señalado en el editorial con color amarillo alunas partes que he considerado necesario resaltar.
Observación: Los actos de repudios del 1980 y los actuales fueron desatodos por la promoción que en discursos y comparecia pública realizó el mandatario cubano. aunque la "historia oficialista" les haya dado una falsa naturaleza espontánea, y después, los hayan lamentados en los Núcleos y Comités del Partido Comunista de Cuba.
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REPUDIO NO, RESPETO A LA PLURALIDAD Y A LA RECONCILIACIÓN
( Editorial de la revista VITRAL, número 69 )
Cuba es el hogar nacional de todos los cubanos. Cuba es y
debe ser la Casa de todos los cubanos. La nación es la comunidad de personas que siendo diversas y únicas, tienen en común una historia-raíz de donde alimentan su presente y su futuro. La nación es la comunidad de personas, que siendo iguales en dignidad y derechos, buscan el bien común en el presente y debaten con respeto y tolerancia sus proyectos futuros.
Cuba comenzó a construir esa comunidad nacional en la cuna del Seminario San Carlos y San Ambrosio de La Habana, a principios del siglo XVIII, cuando en sus aulas se formaron los fundadores de la nación, hombres, sacerdotes y laicos, que fueron despertando en sí mismos y en los demás, una conciencia propia y distinta de la de España. Nacía la conciencia nacional como deseo de ser diferentes a lo peninsular, como deseo de ser nosotros mismos una Nación para todos los hijos de Cuba. Allí estaban facilitando el parto de nuestra nacionalidad, los padres fundadores: el P. Félix Varela, José de la Luz y Caballero y un puñado de hombres-semillas, de donde brotaron nuestras raíces, nuestras ramas y nuestros frutos.
Medio siglo después vinieron las guerras de independencia, recurso extremo ante la intolerancia de la opresión del gobierno español, mientras el resto de América había conseguido ya su libertad. De ellas salimos heridos y limitados en el alma y la soberanía, pero definitivamente cubanos, nosotros mismos y dispuestos a reconstruir “el alma de la nación que se desmigajaba por el país” como había descrito el Apóstol Martí.Otro medio siglo transcurrió en esa reconstrucción, entre sombras de tiranías y luces de cubanidad y democracia. Otra vez la violencia y otra vez la esperanza de volver a empezar, con todos y para el bien de todos.
Otro medio siglo más, y aquí estamos, nosotros mismos y en otro contexto histórico e internacional. Aquí está Cuba, la misma en su ser y otra en sus circunstancias, pero incansablemente buscando el bien común para cada uno y para todos los cubanos, iguales en dignidad y derechos, diversos en todo lo demás.
Para facilitar una convivencia social basada en la pluralidad y la reconciliación es esencial encontrar entre todos el bien común.
Pero, ¿quién determina qué es ese bien común para todos?
El Papa Juan XXIII, en su Carta Encíclica Mater et Magistra(1961), definía el bien común como “un conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección.” (no.65) Más adelante en su Carta Pacem in Terris, (1963) especificaba que “En la época actual se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana; de aquí que la misión principal de los hombres de gobierno deba tender a dos cosas: de un lado, reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover tales derechos; de otro, facilitar a cada ciudadano el cumplimiento de sus respectivos deberes. Tutelar el campo intangible de los derechos de la persona humana y hacerle llevadero el cumplimiento de sus deberes, debe ser oficio esencial de todo poder público. Por eso, los gobernantes que no reconozcan los derechos del hombre o los violen faltan a su propio deber y carecen, además, de toda obligatoriedad las disposiciones que dicten… (no.60-61).
“Añádase a esto que todos los miembros de la comunidad deben participar en el bien común por razón de su propia naturaleza…Por este motivo, los gobernantes han de orientar sus esfuerzos a que el bien común redunde en provecho de todos, sin preferencia por persona o grupo social determinado, como lo establece ya nuestro predecesor, de inmortal memoria, León XIII: No se puede permitir en modo alguno que la autoridad civil sirva al interés de uno o de pocos, porque está constituida para el bien común de todos.” (P.T. no. 56)
Toca pues, a todos los cubanos, convocados a una consulta seria, libre, independiente y con los necesarios observadores de probada autoridad moral internacional, decidir cuál sería el bien común para todos los cubanos. El más incluyente, el más plural, el más global, el más concreto y fácil. En una palabra, el más ético, lo que equivale a decir el que conduzca más plena y expeditamente a transitar “de condiciones menos humanas a condiciones más humanas”.(Pablo VI, Populorum Progressio).
El Estado debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil.
En el recientemente promulgado Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, se especifica aún más este concepto del bien común: “La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política. El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión (G.E. 74), de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos.(Compendio DSI, no.168).
Como podemos ver la responsabilidad del bien común no es sólo del Estado sino de la sociedad civil, es decir, de los grupos y asociaciones intermedias, incluidas las Iglesias y otras organizaciones con un carácter peculiar e irrepetible, pero que comparten la naturaleza y el destino de la comunidad humana. Mas estos grupos por sí mismos y solos, cada uno por su lado, no pueden alcanzar los consensos y la estabilidad necesarias al bien común si el Estado no crea ese “conjunto de condiciones” éticas jurídicas, económicas, sociales y políticas, que permitan la pacífica y activa participación de la sociedad civil, según la vocación de cada grupo, y respetando la autonomía que le es indispensable para ser precisamente sociedad civil y no correa de transmisión del mismo Estado.
La conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público.
En efecto, no se trata sólo de crear el marco jurídico, político y el clima ético y social necesarios para dar estabilidad al tejido social, se trata, aún más de armonizar, de conciliar los intereses de las personas, de los grupos, no sólo de las que se incluyen a sí mismas en las mayorías, sino de armonizar a estas con los intereses de los que siendo minorías, por muy exiguas que sean, desean y buscan, a su modo pero por vías pacíficas, el bien común de toda la comunidad.
Está claro que armonizar, conciliar a los que piensan diferente, a los que tienen diferencias políticas o ideológicas, o a los que tienen diversa religión o filosofía de la vida, no es tarea fácil, es muy difícil y a veces, ingrato, pero es deber ineludible y legitimizador de los que ostentan el poder.
Así lo expresa el citado Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz en noviembre de 2004 y que constituye la más actualizada y autorizada opinión de la Iglesia Católica sobre asuntos sociales:
“Para asegurar el bien común -prosigue el citado Compendio- el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales. La correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público. En un Estado democrático, en el que las decisiones se toman ordinariamente por mayoría entre los representantes de la voluntad popular, aquellos a quienes compete la responsabilidad de gobierno están obligados a fomentar el bien común del país, no sólo según la orientación de la mayoría, sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los miembros de la comunidad civil, incluidas las minorías. El bien común de la sociedad no es un fin autárquico; tiene valor sólo en relación al logro de los fines últimos de la persona y al bien común de toda la creación.” (Comp.DSI no. 169-170)
Una vez aclarado qué significa para nosotros el bien común y quiénes deben ser sus promotores y destinatarios – todos los miembros de la sociedad, sin distinción- podemos pasar a valorar cómo se está trabajando en esto en la actual coyuntura de la sociedad cubana.
En este sentido, quizás podamos preguntarnos todos: ¿estamos contribuyendo, según nuestras posibilidades y vocación social, a la búsqueda del bien común o por el contrario, cada cuál está actuando en función de su propio grupo, asociación, partido o comunidad religiosa?
¿Estamos buscando entre todos un concepto de bien común que no sea autárquico, es decir que no sea lo que mi grupo o partido, lo que mi familia y mi persona pensamos aisladamente sobre el bien común, sino que buscamos un consenso, necesarísimo en esta coyuntura, por lo menos, en lo que entendemos como “bien común”?
Aquí hemos esbozado algunos criterios de la Iglesia, de algunos Pontífices que han sido reconocidos como autoridades morales por muchas personas de diversas formas de pensar y sentir. Ojalá sirvieran, por lo menos, para comenzar y animar un debate sobre lo que significaría hoy, y para todos, no sólo para la mayoría o las minorías, el bien común en Cuba.
Quedan aún otras preguntas que nos hacemos y proponemos a la reflexión de todos: ¿Estamos buscando conciliar, armonizar a los diversos grupos y sectores de la sociedad, palabras y actitudes recomendadas por los Papas y la Iglesia, tanto a las autoridades públicas como a los diferentes grupos de la sociedad civil?
¿O estamos, por el contrario, contribuyendo, cada uno desde su atrincheramiento, a un clima de intolerancia, crispación, violencia verbal, física y psicológica, que va tensando la situación, empeorando la convivencia civil, enfrentando unos grupos contra otros, regresando a actitudes violentas de repudio, condenación, ofensa pública, acoso a los domicilios y amenaza a los hogares de personas que no piensan y no actúan como nosotros?¿ Y qué pensar de la permisividad de los agentes del orden público ante tales acontecimientos violentos ?
Tenemos la convicción de que estos métodos violentos, de intolerancia civil, de unos cubanos gritando frente a los hogares de otros cubanos que piensan distinto y actúan pacíficamente en coherencia con lo que piensan, no han dado resultado en el pasado, no se corresponden con el pensamiento, la espiritualidad y la actuación de aquellos padres fundadores de la nación cubana, que no sólo respetaron y trataron con decencia a los que pensaban diferente sino que llegaron al culmen de la convivencia civil al tratar de ofrecer la “rosa blanca” de la reconciliación, tanto al “amigo sincero que me da su mano franca” como al “cruel que me arranca el corazón con que vivo”
He aquí la más auténtica tradición del alma de Cuba. Este es nuestro José Martí, aquel que supo perdonar, que supo ofrecer las puertas de la Cuba libre y nueva aún a los hijos de España que desearan quedarse luego de la guerra a reconstruir el país con los cubanos quienes hacía sólo meses se habían enfrentado en el campo de batalla.
Repudios no es lo que Cuba necesita. Necesita perdón, respeto a los distintos, diálogo pacífico.
No es el repudio, la grosería, la gritería del tumulto, las ofensas aún cuando se crea que hay razones para ello, lo que construye el Hogar Nacional. No se sirve a Cuba enfrentando a los cubanos en las calles, ni aupando la maledicencia, la animosidad, la agresividad y las amenazas. Ya por los años de la década del 80 vivimos esta amarga experiencia y todos, todos, el partido, la Iglesia, los ciudadanos, los que se quedaron y los que se marcharon, todos lamentamos y condenamos aquellos excesos callejeros, aquellos actos de repudio, en los que en ocasiones los participantes no conocían ni las personas, ni las ideas que repudiaban, aquellas porras que desdecían de la dignidad y la altura de miras de todos los cubanos sin excepción.
Estamos seguros que nadie quiere desdecir el alma cubana. Que todos queremos mantener en alto y más digna que nunca la autoridad moral de la nación cubana. Todos queremos que el mundo nos respete por nuestra capacidad de convivencia civil, de mantener el equilibrio social.
Que nos respeten y nos reconozcan no por los incidentes callejeros que salen nuevamente a manchar la tradicional serenidad de los cubanos, sino por nuestra capacidad de tolerar lo que consideramos impropio, por nuestra capacidad de aceptar que nuestra sociedad, como todas las del mundo, está compuesta por personas y grupos diferentes y que eso no es una desgracia sino una riqueza si sabemos armonizar, encauzar, dar espacios de debate y participación públicos y sin miedo a ser reprimidos o castigados.
Estamos seguros que los cubanos, todos, de una parte y de otra, de los grupos de la sociedad civil y de los grupos del gobierno, tenemos la integridad personal, la claridad de conciencia, la altura de miras, la capacidad de diálogo, el debido respeto a los diferentes, la infinita paciencia y, sobre todo, el inclaudicable amor a una Cuba libre y soberana, ella misma y no otra, ella protagonista de su propia historia y no sometida a presiones o chantajes; amor a una Cuba digna y humilde, laboriosa y pacífica, abierta al mundo contemporáneo y no atada a historias y proyectos pasados y ajenos a su propia identidad y cultura.
Una prueba de este amor y de esta altura de miras de los cubanos de hoy, es que por primera vez en la historia patria, todos, absolutamente todos los cubanos y cubanas que vivimos en Cuba y una inmensa mayoría de los que la aman y la sirven desde cualquier punto de la nación que vive en la Diáspora, hemos optado, seriamente, responsablemente, por solucionar los conflictos que son propios de toda sociedad viva, por la vía pacífica, gradual y civilizada.
¿No es este ya un gran logro de nuestro amor insoslayable a Cuba?
Concedámonos un respiro de serenidad, un tiempo de sosiego, para reflexionar sobre el futuro de Cuba
No nos dejemos, pues, arrastrar por el ambiente que atiza las pasiones, que saca lo peor que cada uno de nosotros lleva adentro. No dejemos que la reacción sea nuestra actitud sino la proposición civilizada y tolerante. No permitamos que la crispación por lo que consideramos que es la justicia nos haga resbalar, sin querer o permitiéndolo, por la pendiente de la violencia y el repudio.
No permitamos que la desconfianza nos arrastre a condenar públicamente a los que no consideramos confiables. Por el camino de la desconfianza no se llega a ninguna parte. A ninguna parte buena, queremos decir. La desconfianza es un sentimiento humano comprensible en un clima de inseguridad y miedo. Pero ni el miedo, ni la inseguridad puede lanzarnos unos contra otros porque no quedaremos ninguno con fuerzas y dignidad para enfrentar la tarea de edificar la Patria que es de todos y para todos.
Concedámonos un respiro de serenidad, un tiempo de sosiego, un período de mayor tolerancia y paciencia. Todos lo necesitamos. Cuba lo necesita. Venga ya una tregua de la crispación y la agresividad verbal. Venga, por fin, la razón pacífica de la verdad y no la fuerza de ninguna batalla. Los cubanos no necesitamos batallas, es lo menos que necesitamos ahora.
Los cubanos necesitamos mucha ecuanimidad para ponernos a reflexionar en nuestra nación, en nuestro presente, en nuestro porvenir. Necesitamos un clima de paz de las conciencias y de paz de la convivencia para aplicarnos todos a lo esencial, que es Cuba, y no en ganar al adversario que es otro cubano. Si consideramos correcto que cada cubano que no piensa y actúa como nosotros sea mirado como un adversario, lo que brota de esa siembra de intolerancia es la adversidad. Si Cuba se divide en grupos de adversarios irreconciliables, agresivos verbal y anímicamente, todo cae en la adversidad.La animadversión, que es el envenenamiento del alma, sólo trae la adversidad para la Patria.
Repudios no es lo que Cuba necesita. Ni animadversión. Necesita perdón, respeto a los distintos, diálogo pacífico, paciencia histórica, sosiego civil y voluntad de encontrar, juntos, el camino definitivo y gradual de la reconciliación entre todos los cubanos.
Pinar del Río, 20 de agosto de 2005
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Nota de prensa de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba sobre los actos de repudio (1991)
1. Durante la recién concluida Asamblea Ordinaria de la Conferencia Episcopal Cubana, han llegado hasta nosotros noticias inquietantes sobre actos llamados de repudio en los cuales, además de palabras insultantes, ha habido golpes y otras acciones agresivas contra las personas.
2. Es de temer que, de seguir repitiéndose situaciones de este tipo, lleguen a producirse reacciones también violentas.
3. En el estado de irritación y aun de exasperación en que se encuentran tantos hermanos nuestros a causa de la profunda crisis económica que atravesamos y que nos afecta de modo creciente, estas situaciones de violencia se tornan más riesgosas aún y presagian días tristes para nuestro país.
4. Hacemos, pues, un llamamiento a todas las partes, especialmente a los que tienen responsabilidades directas sobre el orden público y la orientación política de los ciudadanos, para que no permitan que se fomenten actuaciones de ese género, no sea que rodemos por la peligrosa pendiente del odio y la revancha. Todavia estamos a tiempo.
5. Pedimos a todos que sepan ser fieles a esa genial moderación antillana a la que se refería José Martí, la cual debe hacer de nosotros un pueblo tolerante y amable, capaz de resolver sus querellas entre hermanos.6. Como servidores de Jesucristo repetimos, en nombre de Dios, el llamado eterno de nuestro Maestro y Señor: “aménse unos a otros”. Todo se puede con la fuerza del amor, sin amor todo está perdido. Del amor brota la reconciliación, la comprensión, la capacidad de diálogo y la paz. EI amor es siempre constructivo y fecundo.Que Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, Madre de todos los cubanos nos ayude a encontrar caminos de entendimiento y de paz en estos momentos difíciles.
La Habana, 22 de Noviembre de 1991.
LOS OBISPOS CUBANOS (Tomado de “La voz de la Iglesia en Cuba.100 Documentos Episcopales, p.378-379)
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