lunes, marzo 27, 2006

LA CAUSA CUBANA JUEGA A LA PELOTA

Tomado de Cuba Encuentro.com


México D.F.
La causa cubana juega a la pelota

¿De cuál cubanidad se habla? ¿De la que pretende construir una patria nueva sin limpiar los escombros ideológicos de un nacionalismo extemporáneo?

José Prats Sariol, México DF

viernes 24 de marzo de 2006



El Clásico Mundial de Béisbol terminó con la derrota de Cuba 10 por 6 frente a Japón. Nos apesadumbramos… Vi el emocionante partido —ganó el mejor equipo— en casa de un amigo, que tras el resultado gritó: "¡Porque el Viejo (censurado) no dejó jugar a los que tenemos en las ligas grandes!". Yo pensé en la causa cubana, que como dice el dicho de la pelota: es redonda, pero viene en caja cuadrada…

¿Causa cubana: bola muerta o movida ? No sé, por mi madre. Pícara sinécdoque… La parte por el todo, una parte que se quiere vestir de todo. ¿Existe el todo? Por supuesto que se trataría de la más leninista demagogia. En lo único que coincidimos es en expulsar del juego al totalitarismo y sus repugnantes atributos. Tal vez en la dosis de aburrimiento a partir del homolenguaje. En nada más, gracias a Dios.

La causa cubana apenas alberga ese axioma, ni siquiera estamos de acuerdo en cómo conseguir que se acabe la longeva dictadura. Mucho menos en lo que debe hacerse después. La primera inferencia —salvo para charlatanes— es que ninguna persona o partido o concertación puede hablar a nombre de ella, salvo que el bateador designado sea un saludable singular sin plurales de participación o de falsa modestia.
<-- ( Estudiantes dan la bienvenida a los peloteros cubanos. (AP) )

Excluyo subterfugios gramaticales, aunque vengan avalados por admirables sacrificios, sólidos prestigios, sensacionales retóricas… Sería un contrasentido admitir que alguien lance a nombre de todos, que se apropie de ese ideal que llamamos causa cubana, aun concediéndoles a los presos de conciencia, o a los disidentes que por estar dentro merecen mayor respeto y atención, más derecho a abrogarse representatividad.

Quizás el enunciado —mejor los enunciados— de la causa exija tres strikes en la esquina de afuera —¿sliders?—, bajo la premisa de extirpar el rancio caudillismo-comunismo. El primero consiste en subordinar a la valoración ética cualquier punto de vista filosófico o político. Es decir, creer primero en la honradez y en la honestidad que en idearios, programas o principios sociales. Virtudes y después valores, tan diáfano.

La hipocresía —se sabe bien— es una forma de corrupción, a pesar de que la vida nos imponga simulaciones, algunas inevitables, como cuando tuve que elogiar un regalo de cumpleaños, aunque se trataba de uno de esos cuadros espantosos que venden a turistas —analfabetos funcionales— en la feria que usurpa el atrio del Seminario de san Carlos y san Ambrosio. Pero de las mentiras piadosas al silencio cómplice o a la politiquería populista va como de hoy a 1959.
Yo —primera persona del singular— exijo primero decencia, saber si quien me defiende su causa cubana es una persona que cree en lo que dice y actúa en consecuencia. Después reflexiono lo falible o certero de las hipótesis. Después, y sin la manía de "izquierda" o "derecha", rémora positivista heredada de la revolución francesa, lastre entorpecedor de la eficacia administrativa y la funcionalidad del Estado, del estado de derecho y la escabrosa búsqueda de la ecumenicidad cotidiana.

La crisis de los partidos tradicionales partió de la obsolescencia de sus programas primitivos, ayudada por el deterioro que sufrieron al gobernar para sí y no para la nación, a la fragilidad de la sociedad civil y a las intromisiones del vecino norteño, Batista incluido. La recomposición de sus tesis tal vez sea para la Cuba poscastrista un signo democrático, pero ni lejanamente se acerca a la valoración moral y a la certeza de que cualquier brazo —diestro o zurdo— olerá a choteo fermentado, a otra vuelta de lo que Jorge Mañach advirtiera sin éxito.

Reducción de las apariencias

El segundo strike a la causa pone entre paréntesis el adjetivo cubana. Epojé: reducción de las apariencias. Los dogmas y clichés del nacionalismo furioso, al que suelen apelar el gobernante y ciertos opositores en momentos de crisis —o de un juego de pelota—, carecen de la menor credibilidad en este 2006 globalizado. Ahora que el único distingo cultural parece radicar en la lengua, cuando las fronteras espirituales se deshacen —salvo las islámicas de corte fundamentalista—, la cubanidad o lo cubano quizás vaya camino de transformarse en una referencia geográfica dentro del supersincretismo caribeño, con el mar y nada más.

Creo que la búsqueda de la identidad —de corte romántico— tuvo su sentido y su tiempo, pero sería batear un palomón al cuadro aparecerse con cantos neosiboneyistas por Internet o cotizar acciones de yuca con mojo cuando el planeta es cada día más pequeño. Con maracas independentistas y rumba seudocriollista sólo se podrán batear machucones en Cuba, abanicar ante las rectas de humo que lanzan las transnacionales.

Tampoco con citas añosas de nuestro único hombre genial: José Martí y Pérez, aunque dijera —por cierto— que "Patria es humanidad", y viviera más tiempo en el exilio que en la Isla. El rumbo podrá detenerse, reprimirse como sucede ahora mismo, pero no va por ninguna escuela cubana de nada, ni siquiera de ballet o de guitarra, de béisbol o de santería.
Así que la buena digestión de la causa cubana no debe basarse en la enumerativa Oda a la piña. Sentirse cubano vale bien poco, compartimos la distinción con Gerardo Machado, Fulgencio Batista, Fidel Castro… Hasta los pilotos de Mig-23 que derribaron dos avionetas indefensas, se sintieron más cubanos que nadie cuando cumplieron la orden asesina.

Por favor, ¿de cuál cubanidad se habla? ¿De la que ha exaltado a la patria para tomarla de pedestal? ¿De la que pretende construir una patria nueva sin limpiar los escombros ideológicos de un nacionalismo extemporáneo, aldeano? ¿O de la que nos ve como un inevitable anexo florideño, porque se autodiscrimina con ojos de perro envenenado?

La causa anda volando bajito

El tercer strike es menos polémico que la premisa moral y la idea nacionalista, atañe a los hechos. Cuba está en ruinas, ni los alquimistas medievales podrían levantarla en uno o dos lustros —según afirman los economistas más probos—. Entonces la causa ni come ni bebe, ni tiene educación ni medicinas, ni techo, ah, ni trabajo porque los índices de desempleo son haitianos… Ahorro la enumeración escalofriante de cifras. Baste pensar en que no se podrá dedicar al deporte lo poco que se tiene para frijoles, porque ni el béisbol podrá politizarse como hoy, aunque emocionalmente nos conmueva hasta el delirio. Y aquí vuelve a valer la paradoja popular: La pelota es redonda, pero viene en caja cuadrada.

No es fácil —como dicen allá dentro hasta el cansancio—. La causa, por lo pronto, anda volando bajito, entrada tras entrada sin conectar de hit. A veces edulcora, a veces esperanza, a veces pospone. Casi no veo proyectos realistas, al duro y sin guante. Me entra una deportiva picazón que rechaza cualquier viciosa unanimidad, que comienza por burlar a los alquimistas, porque no hay modo de encontrar ni piedras filosofales estatales ni El Dorado privatizante. Es como si algún escritor ensayara de nuevo el realismo mágico o lo real maravilloso: sería un aburrido epígono, jamás jugaría en las grandes ligas.

¿Causa cubana? Que me narren bien el juego… Quiero saber quién la enarbola y qué exactamente le significa. Tengo miedo a equivocarme otra vez, y ya no podría irme a entradas extras. Hasta los poetas, tan propensos al alma romántica y los sueños —como mi amigo Raúl Rivero—, piensan lo mismo. Pero a millones de compatriotas les importa menos que ver lanzar a un buen pitcher o gritar un jonrón.