lunes, abril 24, 2006

MUCHILANGA LE DIO A BURUNDANGA

Abr. 23, 2006

Muchilanga le dio a Burundanga

MANUEL VÁZQUEZ PORTAL

Mientras Cuba padece hay gente que sólo mira sus padeceres y, lo peor, quieren que los demás les hagan caso. Ni que el dolor de Cuba diera tiempo para atender a atarantados. Los que nunca fueron nada y soñaron que en llegando al exilio serían algo, sin historia, talento ni esfuerzo, patalean, gimotean e injurian porque no son tenidos en cuenta. Esos ni lucharon ni luchan por Cuba. Berrean por sus barrigas. Balan, quizás, por una migaja de fanfarria. Son pobre gente que no sabe admirar. Tienen el corazón podrido de envidia. Se relamen en su propio estiércol. Rumian sus propias almas emponzoñadas. No saben, simplemente, que Cuba no necesita plañideras de intimidades, sino heraldos del ímpetu, la reflexión, la decencia y la bondad. Pero no es a esos patéticos bicharracos de cloaca que dedicaré mi columna. Hay mucha gente admirable que reconocer. Y reconozco aquí no a los que mendigan, sino a los que brindan sin siquiera tener.

Veo pasar a Manolo Tamargo, atareado y sin tiempo para chismes y bretes, cargando un bulto de medicinas para los familiares de los presos políticos en Cuba y soñando para el futuro con sólo ir a pescar tranquilamente a las costas de Cojímar con su amigo Frank, que es baquiano de arrecifes y rabirrubias.

Veo pasar a Nancy Pérez Crespo, revoloteando impaciente entre los tipógrafos, porque el afiche de los encarcelados cuando la primavera de 2003 se ha demorado apenas unas horas y se necesita urgentemente para clamar por la libertad de Normando y de Argüelles, de Arroyo y de Juan Carlos.

Veo pasar a Pablo Rodríguez que, con los pocos centavos y el poco tiempo que ahorra, se va de madrugada a transcribir despachos desesperados que llegan de Cuba para incluirlos, como noticias de última hora, en su página digital que nadie subvenciona.

Veo pasar, taciturno y laborioso, como un monje de la literatura, a Carlos Victoria, que después de haber escrito La ruta del mago debía estar incluido entre los grandes escritores contemporáneos, y sin embargo se empecina en pasar afilado, inadvertido, para que le permitan escribir en paz.

Veo pasar a Ángel Cuadra, que de tan magro lleva las costillas y el alma a la intemperie, con un cartapacio de poemas que pondrá en la imprenta para que se conozcan los poetas negados de un exilio vilipendiado por supuestas autoridades epistémicas de las letras hispánicas.

Veo pasar a Roberto Martín Pérez, que con su sonrisa fraternal de amigo insustituible va a casa de cada ex prisionero político cubano a llevarle un abrazo, un recuerdo, una esperanza y un tabaco, y no aspira a más que ser un modesto guardián de la moral para que Cuba no vuelva a corromperse y aparezca otro desalmado que la envilezca.

Veo pasar a ese dúo formado por Clara y Mario, y no me refiero a los cantantes de Si en un final, sino a Clara y Mario, esa pareja que vela porque Alfredo Meza, Luis Montoto y Camila no desatiendan asunto que ataña a Cuba y que ellos puedan apoyar, y que pudieran estar disfrutando su bonanza económica, pero el dolor de la patria no se los permite a plenitud.

Veo pasar a Elías Gonzalo García que, con su brazo destrozado a balazos mientras combatía junto a sus siete hermanos, viera asesinar a su padre en el patio de su casa, y sufriera la cárcel política, y llegara al exilio sólo para incorporarse modestamente y sin muchos aspavientos y que solamente añora volver al terruño e inhalar el aroma del surco recién abierto.

Veo pasar a Magdelivia Hidalgo, campechana, risueña y dicharachera, con un camión que apenas conduce con destreza repleto de canastillas para niños y ropas que consigue milagrosamente para las guajiras cubanas, pasar como una exhalación porque debe ir a recoger otra donación de cubanos nobles que en el exilio no olvidan a sus compatriotas.

Veo pasar a Musculito y a Ángel de Fana, a Ernesto Díaz y Jorge Vals, a Luisa Pérez y a Cari Roque, a Húber Matos y a mi viejo Pestano, a Sonia Berge y Maria Eugenia Cosculluela, a Rosa Berre y Margarita Rojo, a Amado Gil y Pedro Corzo, a centenares de cubanos de las más disímiles tendencias y métodos y todos merecen mi admiración y respeto porque yo no aspiro, como los tiranos o los estúpidos, a la uniformidad ortodoxa, sino a la conciliación táctica, lo más heterodoxa posible pero con un alto nivel de contemporización, civilidad y tolerancia, que es en fin, a lo que aspira una democracia que se tenga como tal, a centenares de cubanos anónimos que no ansían otra cosa que decir: ''Tengo patria otra vez''; y comprendo que son ellos quienes merecen esta columna, porque son los que de verdad luchan por Cuba. Los otros, lo que gastan su tiempo y sus bilis en refocilarse en si Muchilanga le dio a Burundanga o que si Burundanga vive mejor que Muchilanga no verán sus nombres en mis páginas porque pertenecen al olvido, el olvido en que siempre han vivido y de donde nunca saldrán sino con tesón, talento, esfuerzo y limpieza de espíritu.

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